CULTURA › EL RECUERDO PARA LA ESCRITORA Y GESTORA MANUELA FINGUERET
› Por Silvina Friera
“No siempre el pasado fue mejor. La memoria acusa o embellece”, escribió Manuela Fingueret en el final del prólogo de la novela Blues de la calle Leiva. En esa calle natal del barrio de Chacarita, la escritora, periodista y gestora cultural, que murió el lunes pasado a los 67 años, fue descubriendo que “los aromas de la infancia se agazapan en el lugar más protegido del alma y se vuelven inviolables a pesar de los intentos por arrancarlos para sobrevivir”. A esa hija de inmigrantes lituanos le gustaba espiar, observar, escuchar desde la tienda polirrubros que entonces tenía su madre. El aserrín de la carpintería de su padre se mezclaba con la lectura de Ana Karenina. La niña crecía. Los límites barriales se ensanchaban; aparecieron los cafés de Buenos Aires y más libros y autores para devorar, como Simone De Beauvoir, Virginia Woolf, Cesare Pavese, Jorge Luis Borges y Dostoievski, entre otros. En el horizonte inmediato pronto asomaría la escritura. La autora de Hija del silencio, novela en que la voz de una prisionera de la ESMA evoca su infancia como recurso para sobrevivir, era una figura relevante de la cultura, en especial de la comunidad judeo-argentina. Y una pertinaz articuladora desde los distintos cargos públicos que ejerció. Fue directora general de la Red de Bibliotecas Públicas de la Ciudad (2000-2003), coordinadora general de Programas Culturales de Buenos Aires (2005-2006) y directora de la Casa del Escritor.
Fingueret era curiosa, inquieta, amiga de entregarse a la conversación sin fin, cafecito mediante. Publicó varios libros de poesía: Tumultos contenidos, Heredarás Babel, La piedra es una llaga en el tiempo, Ciudad en fuga y otros infiernos, Eva y las máscaras, Los huecos de tu cuerpo, Uva y racimo y Esquina; los ensayos de Soberbias argentinas, Barbarie y memoria y Escritoras argentinas entre límites, además de cuentos para chicos en colaboración. En su última novela, Ajo para el diablo (2011), explora las huellas dejadas por los campos de concentración y exterminio nazis en una pareja judía que vive en Berlín y el modo en que ese pasado impacta en la hija de la pareja, una ex militante de los años ’70. Educada en la escuela Sholem Aleijem, la escritora vivía el judaísmo como parte de su identidad, como ser mujer o escritora. “Es inescindible, y lo fue siempre excepto en mi período de militancia de los ’70, donde hubo una especie de apartamiento –aclaraba–. En realidad, yo jamás abjuré de mi judaísmo, e incluso eso me provocó conflictos en la izquierda, porque en parte de ese espacio existe un antisemitismo muy marcado, pero en aquellos tiempos no tuve esa impronta que me acompañó en mi vida, donde el judaísmo está incorporado naturalmente, sin necesidad de alabarlo o de denigrarlo.”
En el ámbito periodístico, su última labor fue como columnista en la revista Caras & Caretas. En radio, en la FM Nacional, condujo hasta 2011 el programa cultural El aire de aquí. Fingueret se definía como una “kirchnerista crítica”. “No me gustan ciertos funcionarios y políticas que no me las explico demasiado, como el tema de transporte, la falta de una reforma fiscal o las falencias en la implementación y explicación del cepo cambiario. Entiendo sí que hay muchos frentes abiertos, y no es fácil. Pero hay cosas que siguen siendo imprescindibles de hacer. También creo que hay un desprecio y algo de revanchismo con la clase media, que si bien es cierto que es una clase muy complicada y veleta, como se puede ver con su votación por Mauricio Macri o con el intenso odio que muchos tienen sobre Cristina, no menos real es que debe ser incluida en los planes de gobierno, por ejemplo facilitando su acceso a la vivienda –planteaba la escritora–. Pero apoyo totalmente las importantes reformas que se hicieron en estos años, que nunca pensé que las iba a vivir, así como las que se siguen haciendo, las cuales ni tiene sentido que las nombre porque están a la vista de todos.”
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