Lunes, 3 de julio de 2006 | Hoy
TEATRO
“El primer barrio al que fuimos era el Bajo Flores. Se trataba de una villa que actualmente sigue allí, a pesar de la autopista. Es la más grande. Hicimos un relevamiento de esa zona y nos contaron todos los problemas del barrio: vivían 40.000 personas que no constaban dentro del catastro porque se trataba de terrenos fiscales. Al no ‘existir’ tampoco había ‘necesidad’ de semáforos. El barrio era atravesado por la avenida Perito Moreno y los autos atropellaban a la gente, porque no había semáforos. Ya se habían producido alrededor de ocho muertes en esa avenida. La obra que surgió entonces se llamó Los semáforos. La primera escena representaba a un matrimonio que venía en un coche y atropellaba a un hombre y seguía su marcha. Cien metros más adelante, un policía los obligaba a detenerse. Después de interrogarlos, fueron a mirar el catastro, ven que allí ‘no vivía nadie’ y por lo tanto no podía haber muertos. En el barrio militaban compañeros de Vanguardia Comunista y la gente nos miraba con cara de ‘qué están haciendo acá’, pero al terminar, la obra produjo una simpatía enorme, y fuimos hasta la avenida a interrumpir el tránsito, con un cajón de un supuesto muerto, paramos los autos para explicarles el tema espantoso de ese barrio que perdía sus vecinos por cruzar la calle. Esa reivindicación se ganó. Al poco tiempo, pusieron el semáforo.”
De De octubre a brazo largo, de Norman Briski.
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