Lunes, 3 de julio de 2006 | Hoy
TEATRO
Quien ha visto a Norman Briski en más de una serie televisiva apostaría que el actor ha encajado en el sistema, como un engranaje más de la industria, y lejos ha quedado su trabajo comunitario, cara a cara y cuerpo a cuerpo con los marginados. Sin embargo, su trayectoria demuestra lo contrario. Luego de la experiencia de Octubre, el actor emprendió dos proyectos similares, junto a los grupos Brazo Largo y Madres de Plaza de Mayo. Y ahora pone el cuerpo en la imprenta Patricios, una de las 140 fábricas tomadas por sus trabajadores después de la crisis de 2001. Junto a ellos está diseñando un proyecto, que podrá verse próximamente, en el que realidad y ficción nuevamente se cruzan, con objetivos políticos y comunitarios. “Estoy en la mitad de la experiencia, preparando una obra dentro de la fábrica, con algunos trabajadores, gente del barrio y algunos actores que vienen haciendo teatro popular.”
–¿Es una especie de padrino de estas agrupaciones?
–Padrino suena a mafioso. No veo un hecho paternalista, al contrario. Hay grupos de teatro que quieren ligarse a las luchas populares, que tienen energía, ganas y una claridad ideológica.
–¿Y recurren a usted?
–O yo recurro a ellos. Porque es un juego que quiero seguir jugando.
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