Domingo, 9 de julio de 2006 | Hoy
OPINION
Por Eduardo Fabregat
El retorno de Callejeros, el jueves en El Teatro de Flores, tuvo varios condimentos conocidos de Cromañón. Según las versiones, Christian Nicolini, manager de Jóvenes Pordioseros, habría consultado previamente a Fernando Beneveña, administrador del local, quien se habría negado a la presencia del Pato Fontanet y sus compañeros en escena: ésa sería la causa de la intempestiva reacción del empresario cuando vio al grupo tocando, lo que lo llevó a cortar el sonido y luego emprenderla a golpes –al parecer, con ayuda de algunos patovas– contra el manager de JP. Varios de los asistentes al show reconocieron que entre el público hubo reacciones divididas, entre la emoción y el aplauso y un rechazo con silbidos y abucheos. El asunto, esa reaparición casi clandestina, el regreso a escondidas, terminó con un escandalete, otro más en la saga iniciada con las muertes del 30 de diciembre de 2004.
Sólo quedan las versiones: lo curioso –o no tanto– fue lo que sucedió al día siguiente, cuando todas las requisitorias periodísticas chocaron con un muro de silencio. Los integrantes de Jóvenes Pordioseros no querían hablar. Nicolini no quería hablar. Beneveña no quería hablar. En la productora MTS, responsable de El Teatro, no querían hablar. Callejeros, es sabido, sólo aparece en momentos y lugares estratégicos para recitar el discurso de su abogado e insistir con la teoría del carmelita descalzo engañado por Omar Chabán, funcionarios e inspectores. Apenas si apareció, en un cable de Télam, un plomo que quería dejar bien claro que al grupo no lo habían abucheado, como si eso fuera asunto de Estado. Sólo los familiares de las víctimas salieron a expresarse, algunos a favor y otros en contra del regreso y su forma. En una situación que es espejo de las actitudes surgidas en estos dieciocho meses, todos los que podrían echar luz sobre el confuso episodio optan por el silencio, el juego de la escondida. Mientras tanto, la realidad con la que chocan una y otra vez miles de músicos under confirma lo que se presagió en este diario poco después del incendio en Cromañón: aquella vez, la pregunta que imperaba era ¿Y ahora qué pasa, eh? En julio de 2006, lo que pasa es un trabajo de desgaste sobre una escena con cuarenta años de vitalidad, a la que se condena a la exacta contracara de la música sonando y diciendo cosas. Lo que pasa es el silencio.
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