Sábado, 5 de abril de 2014 | Hoy
CINE › EL IMPERDIBLE FOCO CARLOS SCHLIEPER
Por Horacio Bernades
Hijo de un alemán y una andaluza, Carlos Schlieper lo tenía todo: timing, velocidad, swing, sentido del humor, agudeza y capacidad para construir personajes... a la carrera. Lo mejor es que, según cuentan, todo eso lo tenía dentro y fuera del cine. Por eso sus películas funcionaban: porque esas comedias absolutamente artificiales eran, en el fondo, documentales. Documentales de su vida o deseos. Durante mucho tiempo la academia no lo tuvo en cuenta. Ya se sabe: las comedias son un género “menor”; lo que importa es la épica gauchesca, el drama social o el cine histórico. El tiempo parece haber invertido exactamente la ecuación. Desde fines de los ’70 comienzos de los ’80, nuevas generaciones de críticos empezaron a ver en Schlieper lo que realmente es: el gran autor de screwball comedies del cine argentino, el único que dominó absolutamente ese género en estas pampas. Reconocimiento que el Bafici refrenda ahora, con apoyo del Museo del Cine, en la forma de un foco integrado por nueve de sus películas. Y no películas cualesquiera: seis de ellas son, probablemente, sus obras mayores.
El padre alemán era industrial y miembro del Jockey Club. El joven Schlieper, que hablaba cuatro idiomas, viajó abundantemente por Europa, cursó el secundario en Suiza, la plata nunca le faltó y las mujeres tampoco. Todo eso se nota en sus películas refinadas y elegantes. Pero no al estilo Ivory, sino al estilo Lubitsch: la elegancia como forma del disfrute, el hedonismo, la raíz cortesana de la palabra cortesía. Para el joven Schlieper las mujeres no eran objetos a consumir o territorios a conquistar, sino compañeras de juegos. Seres que cuanto más plenos e independientes, mejor. Feminista sin proponérselo, anarquista por ir en contra del almidón institucional que siempre endureció el cine argentino, subversivo por creer en la virtud del placer en un medio y una época (los’40, los ’50) donde todo era hipocresía, moralina, valores occidentales y cristianos, a Schlieper le llevó una docena de películas, a lo largo de casi una década (la que va del debut con Cuatro corazones, codirigida con Discépolo en el ’38 ’39, a su versión 1947, de Madame Bovary) encontrar su voz definitiva.
Esa voz, Schlieper la encuentra por primera vez en El retrato (1947), donde una radiante Chiquita Legrand se deja cortejar lúdicamente por un dream team de galanes, integrado por Juan Carlos Thorry, Pepe Cibrián, Alberto de Mendoza y Osvaldo Miranda. El retrato inicia un ciclo virtuoso que se continúa en La serpiente de cascabel, Cita en las estrellas (ambas de 1948; este rey de la velocidad filmaba de a dos o tres por año), Cuando besa mi marido, Esposa último modelo, Arroz con leche (las tres de 1950), Mi mujer está loca (1951), Los ojos llenos de amor (1953), Mi marido y mi novio (1954) y Alejandra (1956), varias de ellas con su protagonista ideal: Angel Magaña. El foco del Bafici está integrado por tres de sus primeros films (Cuatro corazones, El sillón y la gran duquesa, 1943, La casa está vacía, 1945) y la saga de comedias que va de El retrato a Arroz con leche. Algunos observarán que el período de oro del realizador coincide, básicamente, con el de los dos primeros gobiernos peronistas: tal vez pueda establecerse un paralelismo entre ciertas tendencias modernizadoras de esos gobiernos (la industrialización, el voto femenino, cierta pérdida de respeto por tradiciones conservadoras) y la modernidad que los films de Schlieper despliegan.
* Días y horarios de proyección en http://festivales.buenosaires.gob.ar/bafici/es/programacion/seccion/35
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