LITERATURA
* Federico Jeanmaire(escritor): “Ir a los seminarios de Josefina era una fiesta. En la facultad o más tarde en el departamento de Mónica Tamborenea en Córdoba y Rodríguez Peña. Resultaba del todo imposible dejar de mirarla, de escucharla. Parecía la escenificación misma de la inteligencia, tenía la rara habilidad de improvisar o, al menos, de hacernos creer que improvisaba. Una mente en proceso. Desnuda, fascinante, salvaje. Recuerdo especialmente un seminario en el que nos dividió en equipos y trabajamos textos críticos. A nuestro grupo le tocó uno de los artículos de un libro que acababa de publicar Enrique Pe- zzoni, otro de nuestros admirados. Primero tuvimos que pensar sus debilidades y exponerlas, y luego, al cabo de algunas semanas, hacer la tarea exactamente inversa. En principio, el asunto alude a cierto relativismo: teníamos las herramientas para hablar bien o mal de casi cualquier cosa y desde el mismo entusiasmo. Sin embargo, la cuestión me enseñó lo contrario: a defender fervientemente lo que creía, a jugarme por lo que quería, a ser más yo. Desacomodó y acomodó casi todo de mis lecturas de aquellos tiempos. Recuerdo su lectura del Martín Fierro, por ejemplo, y el frustrante hecho de darme cuenta, mientras la escuchaba, que jamás lo había leído a pesar de haberlo leído con tanto cuidado. Creo que Josefina me enseñó a leer, en definitiva. Pero no como ella, si no como yo podía leer”.
* Nora Domínguez(crítica y docente): “Los seminarios de Josefina Ludmer en los años ’84 y ’85 tenían un aliento inaugural que en ese momento no percibíamos del todo. Sí éramos conscientes de que en sus clases, en los autores o saberes que nos proponía leer, en las relaciones que armaba entre teorías y textos literarios, se conmocionaba todo lo aprendido. Ya no más temas, contenidos, figuras de estilo sino todo dado vuelta. Lo más importante es que esas nuevas relaciones, esos modos de leer, constituían problemas, percibían las formas literarias en conflicto con otras formas, en tensión con la biografía y la ideología del autor, en un juego entre disputas institucionales. Esos modos de leer eran políticos, pensaban la autonomía (que aún se sigue rodeando como problema y Ludmer siguió pensando) y al mismo tiempo, la institución. Los textos literarios (Puig, Felisberto Hernández, Roa Bastos, Onetti) eran desmenuzados en sus niveles y también lugares donde poner a prueba saberes. La lingüística, el psicoanálisis, el marxismo eran estudiados de manera crítica desde las preguntas que les podía formular una teoría de la literatura. Que todo esto tuviera que ver con lugares y conflictos en la institución literaria despertaba ganas de seguir pensando. Y que la crítica fuera una forma de escritura desató en quienes nos formábamos el deseo de escribir, de ejercitar mejor una escritura que fuera escritura y crítica”.
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