CINE
En tiempos antiguos, Cuyum significaba “tierra de arenales” o “tierra sedienta”. Más tarde se llamó “travesías” a estos territorios que los mapas no alcanzaban a ilustrar. Ahora los forasteros los denominan “desiertos”, pero eso se debe a que los perciben como espacios vacíos. Los que crecieron en el lugar prefieren referirse al “Secano”. El Secano, entonces, se ubica en el este mendocino, y es un ecosistema que ha sufrido de manera flagrante los efectos de la intervención humana. A mediados del siglo XX todavía quedaban allí zonas con cierta humedad, y no es raro encontrarse con habitantes que afirman haberse bañado, durante su infancia y su adolescencia, en las Lagunas de Guanacache, “que estaban llenas de peces y pájaros de colores”. Hoy priman la aridez, la sequedad y a veces el zonda, ese viento seco que llega caliente por la fricción del aire con las rocas de las montañas. Al tiempo que se afectaba al Secano y las comunidades aborígenes –predominantemente huarpes– eran expoliadas, se fue afianzando una imagen de Mendoza como un oasis y como “la capital del vino”, invisibilizando el costo humano y ecológico que ese rótulo implicaba. Los latifundistas desviaron los cauces de agua, y hoy los barrios privados de Mendoza consumen cantidades ingentes de agua potable para parquizar zonas con vegetación exótica; por no hablar de la amenaza que representa el potencial avance de la megaminería, que ya mostró sus posibles efectos en la vecina provincia de San Juan.
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