Ariel Winograd (100% lana, Cara de queso) es el hijo díscolo que reconvirtió su historia personal/comunitaria en una comedia dramática de tono deliberadamente cáustico, retomando la experiencia de su novela de iniciación para llevarla al grotesco, sin que eso implique disminuir el realismo de sus criaturas tan parecidas a las del mundo que nos rodea. Su relato implacable lo tiene como protagonista (Ariel Winograd es Cara de queso), metido en el mismo fango que el elenco de estrellas que integran Federico Luppi, Mercedes Morán, Susú Pecoraro, Nahuel Pérez Biscayart, María Vaner, Silvia Pérez y Sergio Denis, entre otros, inusual para la segunda película de un director tan joven. Haber filmado en el ámbito real del country Venado y proponer un ingreso de vecinos que se representan en el film con sus nombres propios levemente modificados genera, a horas del estreno, una incertidumbre especial.

–Yo creo –estima Winograd– que va a haber un 50 por ciento que se va a morir de risa y va a decir: loco, entramos en la eternidad en una película. Y otro 50 por ciento puede pegar un grito en el cielo. El guión lo tenían, actúan en algunos casos. Además hay una cosa psicológica del judaísmo que permite todo tipo de críticas en ese sentido. Hay algo lindo: les gusta aparecer y verse reflejados. Y en el fondo esta historia se filmó con mucho cariño, realmente. A mí me hubiera encantado que el estreno fuera en el country.

–¿Cómo es Lili, esa idishe mame a cargo de Mercedes Morán?

–El personaje de Mercedes Morán es la idische mame absoluta, controladora, sin freno ni filtro. Tiene la capacidad de decir lo que se le ocurra. Yo la veo en la pantalla y me enamoro de vuelta de mi mamá. Hoy mi mamá me hizo 500 chocolates con el afiche de la película.

–¿Qué cambió en el pasaje del country de los ’90 al barrio cerrado de 2000?

–Lo que cambió del country al barrio privado es la cuestión de la seguridad: el encierro hoy es más por seguridad que por afinidad.