Viernes, 4 de mayo de 2007 | Hoy
LITERATURA
Cuando empezaron a caer gases, me largaron al suelo y casi me rompo la crisma. Alguien trajo diarios viejos para quemar, y de las ventanas de las casas, que se abrían y volvían a cerrarse después, cayeron papeles, basuras, sillones viejos, colchones meados. La gente reía en los balcones, antes de desaparecer rápidamente, contenta de desembarazarse de tanta inmundicia que había guardado durante años. Los muchachos recogieron los trastos y les prendieron fuego, llorando todos a mares, emocionados por algo, y yo, que no soporto el humo, casi me asfixio, aunque ellos parecían muy felices.
Fragmento de Nada que ver con otra historia. Ed. Norma.
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