En una de sus visitas a Medellín, Héctor Abad Faciolince conoció al escritor Fernando Vallejo –residente en México– y lo invitó a su casa. “Curiosamente la amistad y la solidaridad nació porque cuando entró estaban sonando los Impromptus de Schubert, y él es pianista y eso lo hizo volverse amigo mío. Lo seduje con Schubert”, bromea Faciolince. “Fue una noche muy bonita porque él decía que el único gran escritor de América latina era Manuel Mujica Lainez, y que reconocería una línea de Mujica entre 100 libros”, recuerda. “Cuando ya estábamos medio borrachos, me fui a la biblioteca, cogí libros de Borges, Cortázar, Onetti y de Mujica Lainez. Le propuse hacer un test: ‘Yo te leo cinco párrafos distintos, pero sólo uno es de Mujica Lainez, y tú me tienes que decir cuál’. Mi recuerdo es que él no lo reconoció; el recuerdo de él es que lo reconoció”. Pero la pelea con el autor de La virgen de los sicarios no fue por culpa del escritor argentino. “Fernando es loco, es un genio literario; piensa que es un genio en matemática y biología, pero la vida no da para tanto. Y publicó un libro de biología delirante sobre Darwin y uno de matemática también delirante sobre Einstein y Newton. Una parte de mi familia viene de la matemática y la biología, son científicos de formación dura, y ellos me contaron que en matemática no se puede inventar, que si uno se equivoca en las fórmulas todo se desmorona, y todo lo de Fernando en matemática se desmorona –explica el autor de El olvido que seremos–. Entonces escribí una reseña donde decía que tal vez Fernando se merezca el Premio Nobel de Literatura, sus libros me encantan, pero en matemática estaba haciendo el ridículo. Y él no me lo perdonó. Y quizá no lo debería haber escrito. Fernando es muy sensible y yo debía haber calculado lo que iba a pasar. Tiempo después le escribí una carta de amor pidiéndole perdón, pero no hubo modo de reconciliarnos.”