Martes, 5 de junio de 2007 | Hoy
LITERATURA
Julio habla, pero no se escucha lo que habla. Alguien debería subirle el volumen. La voz carraspeada e intensa de Gazmuri, en cambio, retumba, funciona:
¿Tú escribes novelas, esas novelas de capítulos cortos, de cuarenta páginas, que están de moda?
Julio: No. Y agrega, por decir algo: ¿Usted me recomienda escribir novelas?
Mira las preguntas que haces. No te recomiendo nada, no le recomiendo nada a nadie. ¿Crees que te cité en este café para darte consejos?
Es difícil conversar con Gazmuri, piensa Julio. Difícil pero agradable. Enseguida Gazmuri comienza a hablar derechamente solo. Habla sobre diversas conspiraciones políticas y literarias; y enfatiza, en especial, una idea: hay que cuidarse de los maquilladores de muertos. Estoy seguro de que a ti te gustaría maquillarme. Los jóvenes como tú se acercan a los viejos porque les gusta que seamos viejos. Ser joven es una desventaja, no una cualidad. Eso deberías saberlo. Cuando yo era joven me sentía en desventaja, y ahora también. Ser viejo también es una desventaja. Porque los viejos somos débiles y necesitamos no sólo de los halagos de los jóvenes, necesitamos, en el fondo, de su sangre. Un viejo necesita mucha sangre, escriba o no escriba novelas. Y tú tienes mucha sangre. Tal vez lo único que te sobra, ahora que te miro bien, es sangre.
* Fragmento de Bonsái (Anagrama).
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