Jueves, 28 de junio de 2007 | Hoy
LITERATURA › OPINION
Por Manuela Fingueret *
Admiro a Amos Oz desde siempre. Junto a A. B. Jeoshúa, Iehuda Amijai, Shulamit Lapid y David Grossman confieren un nuevo sesgo a la literatura hebrea contemporánea. Vive en el kibbutz Juida, donde escribe libros y artículos lúcidos respecto del conflicto palestino-israelí que le han traído no pocas críticas de propios y ajenos. Su voz ha iluminado la prosa de su país desde el primer libro, Las tierras del chacal, porque expresa los dilemas interiores con una escritura original. En sus ficciones los protagonistas forman parte de una realidad de pesadilla, soledad y desazón que se debaten con sus propios fantasmas, la sociedad toda y la israelí en particular, en un entramado de metáforas, tensiones y audacia literaria.
“Estoy convencido de que se puede ser muy buen sionista, sionista muy sincero, y a pesar de ello sostener que existe un problema palestino. Existe el problema de una identidad, de una identidad nacional, que no ha encontrado solución.” Por tantas ideas como éstas y otras más provocativas se ha convertido en una voz ineludible para los que aspiramos a una solución impostergable de este conflicto desgarrador. Era la persona propuesta por muchos israelíes para ocupar el lugar de presidente ante la acefalía, pero la realpolitik se impuso inexorable a la inteligencia moral. A cambio, este premio merecido conmueve, porque Amos Oz es un símbolo de un gran escritor y un gran humanista, aunque no faltará quien haga una lectura política errada. Sería bueno que lean sus libros y textos los prejuiciosos que rechazan todo lo israelí y se pierden así la posibilidad de acceder a buena literatura y a conceptos lúcidos que nos acercan a otra Israel que también existe, aunque muchos medios de comunicación la escatimen.
* Escritora.
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