Martes, 3 de julio de 2007 | Hoy
MUSICA › LA FUSA, MUCHO MAS QUE UN DISCO ILUSTRE
Por Karina Micheletto
“Mucha gente no sabe que La Fusa no fue sólo un disco”, se lamenta María Belén Pérez Muñiz, cantante e hija de los dueños del mítico local. Efectivamente: con sedes alternativas en Buenos Aires, Punta del Este y Mar del Plata, La Fusa fue un reducto que albergó a gran parte de la comunidad artística entre 1968 y 1982, un espacio donde se mezclaban la bohemia de la época con miembros de la clase alta que acudían a ver y oír “lo mejor de lo mejor”. Por el escenario de aquel café concert pasaron artistas como Chico Buarque, Astor Piazzolla, Mercedes Sosa, Les Luthiers, María Elena Walsh, Susana Rinaldi, Marilú Marini, Chico Novarro, Amelita Baltar, Antonio Gasalla, Carlos Perciavalle, Dori y Nana Caymmi, María Martha Serra Lima, Horacio Molina, Pedro y Pablo, Vivencia, entre tantos otros, muchos de ellos en el inicio de sus carreras. Además, claro, de Vinicius de Moraes, Toquinho, Maria Creuza y Maria Bethania, que terminaron registrando en disco sus famosos shows en La Fusa. La convocatoria del lugar llegó a generar improbables reuniones artísticas, como la que concretaron Federico Peralta Ramos, Marta Minujin y Norman Briski, que dieron juntos un espectáculo en La Fusa.
“Fue un reducto cultural donde se gestaron muchas cosas”, define Pérez Muñiz. “Venían muchos artistas brasileños, porque en pleno proceso en el Brasil podían mostrar acá lo que en su país estaba prohibido. Chico Buarque, por ejemplo, vino del exilio a actuar a La Fusa. Me acuerdo del impacto que me causó verlo, era un hombre hermoso. Después del primer show fuimos a comer, empezaron a cantar, y él se subió arriba de las mesas para cantar, a los gritos, ‘A pesar de voce’, revoleando la camisa. Era una escena extraña en un hombre tan tímido, pero evidentemente había una carga de liberación en todo aquello.”
El primer local se inauguró en 1968 en Punta del Este durante la temporada de verano, con capacidad para unas 60 personas. Ese mismo invierno La Fusa abrió un local en Buenos Aires (en la galería Capitol, de Santa Fe entre Callao y Riobamba), y allí entraban unas 120 personas. En 1971, con la llegada de la dictadura uruguaya, la sucursal de verano se trasladó a Mar del Plata. “De repente se puso súper de moda; empezaron a venir no sólo los intelectuales y la gente más progre, también los famosos y los miembros de la clase alta. Era el lugar al que había que ir, porque todo lo que había era bueno”, cuenta Belén. Vinicius llegó primero como espectador, guiado por una amiga de la casa. Enseguida lo cautivó el clima informal y hospitalario del lugar, atendido por sus propios dueños, donde las noches siempre se terminaban de madrugada. Los anfitriones terminaron contratándolo para una temporada tras otra, y además se hicieron muy amigos. “Los primeros shows fueron con Vinicius, Dori Caymmi y Maria Creuza, y luego se sumó Toquinho. Vinicius era muy carismático y muy comunicativo, se la pasaba contando historias y chistes entre tema y tema. Era, ante todo, un poeta”, recuerda Belén.
Los dueños de La Fusa, el pianista Felipe Oscar “Coco” Pérez y Silvina Muñiz, ambos enamorados del jazz y de la música brasileña, fueron los principales artífices de aquella movida musical que continuaba en su propia casa, donde también se alojaban los artistas, tal como lo recuerda ahora María Belén Pérez Muñiz, quien no sólo continúa la llama artística como cantante, interpretando un repertorio brasileño (recientemente presentó su primer CD, Clareza), sino que además fue otra ahijada artística del mismísimo Vinicius. Con ella, en 1979, Vinicius dio sus últimos recitales en la Argentina. “En las temporadas de verano, mis padres alquilaban grandes casas, y todos los artistas vivían con nosotros. En un ala de la casa dormíamos todos los hijos, en la otra los grandes. Por ahí nos levantábamos a la mañana y ellos estaban llegando de La Fusa, se ponían a tocar y nos hacían sentar en ronda a escuchar”, cuenta. Hasta una de esas casas de Mar del Plata llegaron, un verano, las Trillizas de Oro, con un objetivo: cantarle uno de sus temas a Vinicius de Moraes. “Pero Vinicius estaba en su lugar preferido, la bañadera, y no hubo forma de sacarlo de allí”, cuenta María Belén, entre risas. “Ahí él se pasaba horas, componía, con una bandeja grande encima y la máquina de escribir. Las Trillizas se quedaron un rato jugando con nosotros, los chicos, en el jardín, y al final no les quedó otra que entrar a cantarle al poeta al baño. Ese tipo de escenas graciosas se vivían todo el tiempo.”
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