Sábado, 17 de diciembre de 2005 | Hoy
FILARIASIS LINFáTICA O ELEFANTIASIS
Recordada (erróneamente) como la enfermedad que asolaba y desfiguraba al protagonista de la obra de teatro y película El hombre elefante, la elefantiasis o filariasis linfática se enfila dentro del catálogo de las afecciones más cruentas: es extrañamente frecuente en países tropicales (la sufren 120 millones de personas en el mundo, por lo que se la considera la segunda enfermedad parasitaria más popular, después de la malaria), avanza sin control al acrecentar el tamaño de las piernas, brazos o genitales del padeciente y, como si fuera poco, genera persistentes traumas psicológicos ya que la desfiguración que induce motiva una aguda discriminación.
Por Enrique Garabetyan
–¿Qué tiene doctor?
–Este es un típico caso de Elefantiasis.
Escuchar semejante diálogo aislado podría sonar a una clásica broma de humor negro, de esas que tradicionalmente muchos médicos disfrutan durante las largas guardias. Pero oída en una salita rural de cualquier país pobre y tropical del Tercer Mundo, la vuelve un diagnóstico temido. Y demasiado común, por añadidura. Es que bajo ese sobrenombre que resuena “cariñoso” se descubre una de las afecciones exóticas más frecuentes y receladas por millones y millones de personas, y que a medida que se desarrolla se vuelve altamente discapacitante y genera una inmensa fuente de discriminación.
Aunque en países de climas moderados, como la Argentina, sea una casi perfecta desconocida, en sitios tórridos la realidad es muy otra. Según algunas cifras que publicó oportunamente la Organización Mundial de la Salud, la filariasis linfática –tal es su apodo técnico– abarca una casuística de más de 120 millones de personas, de las cuales unos 40 millones la padecen en forma avanzada, a punto tal que la enfermedad avanza sin control hasta dejar a sus padecientes seriamente incapacitados y desfigurados. Se la conoce y está registrada en al menos 80 países, básicamente pertenecientes a la franja tropical y subtropical del planeta. Y se ensaña en las naciones más pobres, por supuesto. En concreto es la segunda enfermedad parasitaria más popular, luego de la malaria.
Si se dedica una mirada al mapa epidemiológico, resulta que un tercio de los infectados es oriundo de la India y otro tercio del continente negro. El resto se reparte en las zonas cálidas, húmedas y olvidadas de Asia, el Pacífico y América. El listado de naciones vecinas afectadas incluye Brasil, Costa Rica, República Dominicana, Guayana y Trinidad Tobago.
Con su descripción aséptica habitual, en los textos médicos puede leerse que “la filariasis linfática causa un engrandecimiento de las piernas completas; o de un brazo; o de los genitales, o de los pechos”. Y en algunos casos de varios de estos miembros combinados.
Entre los epidemiólogos de campo el dato que circula es que en las comunidades donde la afección es endémica, entre un mínimo del 10% hasta un impreciso 50% de los hombres y generalmente el 10% de las mujeres puede estar infectado y afectado por la enfermedad en diversos grados.
Pero recién al ver las fotos que acompañan la seca descripción de los síntomas asoma la verdadera magnitud de la elefantiasis. Y allí se entiende que la afectación no es sólo física –ya que incluye graves daños en el sistema linfático y en los riñones, además de reducir la efectividad del sistema inmune– sino también psicológica, porque motiva una aguda discriminación. Lo que termina redundando en potenciar el círculo de la pobreza.
Como es fácil deducir de su propio nombre, el sistema principal afectado es el linfático y la consecuencia más visible es un enorme aumento de volumen del miembro tomado. Al mismo tiempo que se agranda, la región infectada se recubre por una costra de piel endurecida, que recuerda vagamente a la de los paquidermos de donde, obviamente, nace su nombre vulgar. El dolor intenso en las zonas afectadas y la disfunción sexual son usuales. Y un capítulo común que marca el avance y evolución de la enfermedad lo constituye una serie de episodios crecientes de inflamación, que pueden generar un aumento permanente del volumen de un miembro de hasta tres veces, o más, veces del tamaño original.Esta reacción inflamatoria se agudiza por dos elementos: por un lado, la propia reacción del sistema inmune del cuerpo a la acción cotidiana del parásito. Y, por el otro, por innumerables infecciones cutáneas bacteriales que se despliegan y ganan terreno sobre la piel “paquidérmica”, ya que estas infiltraciones no se topan con una adecuada defensa inmunológica.
Cabe aquí aclarar que el linfático es un complejo que comprende una perfeccionada red de conductos capilares y vasos circulatorios que recogen y transportan líquidos acumulados en los tejidos de donde lo conducen al sistema venoso. Su buen funcionamiento es clave para cumplir una cantidad de procesos metabólicos, especialmente ligados al sistema inmunológico.
La elefantiasis se genera al producirse un bloqueo parcial y generalizado de los vasos y ganglios linfáticos de algún miembro o de la zona genital. ¿Y qué es lo que los tapona? Nada más ni nada menos que la brutal invasión de gusanos del tipo filaria. Estos parásitos cilíndricos se auto-implantan en el metabolismo de los vertebrados por medio de la picadura de dos familias de mosquitos ya famosos. Una es el Anopheles, harto conocido por ser el clásico vector de la malaria. En cambio –en otras geografías– el caballo de Troya es el Aedes, célebre por ser el transmisor del dengue.
Hay también otras filariasis muy emparentadas con la elefantiasis, y que son la base de otras enfermedades de la pobreza, como la oncocercosis, más popularmente conocida como “ceguera de río”.
El noventa por ciento de las filariasis linfáticas asumen como culpable directo al nematodo (tal es la denominación oficial del parásito) Wuchereria bancrofti, mientras que en el resto el criminal usual es el Brugia malayi.
El detalle completo del ciclo de la infección es el siguiente: una persona enferma de filariasis es picada por un mosquito que se alimenta de algunas microgotas de su sangre. El rojo y nutricioso líquido, por supuesto, incluye una enorme cantidad de larvas del parásito denominadas microfilarias. Las larvas completan su maduración en el cuerpo del mosquito vector y en un par de semanas alcanzan su “punto infectivo” óptimo. A partir de ese momento, cuando el insecto vuelve a libar, esta vez sacando sangre de una persona sana, el proceso se revierte y la filaria entra al sistema del futuro huésped. Allí el microgusano comienza circular hasta que encuentra su lugar en el mundo, armando su reducto en los recovecos del sistema linfático donde se transformará en gusanos adultos, capaces de vivir entre 4 y 6 años. Y capaces también de generar millones de diminutas larvas que repiten este curso vital.
Un detalle llamativo es que los casos de filariasis linfática avanzan durante años antes de desplegar claros síntomas clínicos. Y cuando lo hacen estos pueden demorarse otro tanto en hacerse notorios. Por lo tanto, en numerosas ocasiones, la mejor manera de diagnosticar su presencia es por medio de test sanguíneos nocturnos.
¿Qué tiene que ver la noche? Ocurre que en la mayor parte de las infecciones los gusanos se activan durante las horas de oscuridad. No porque cuenten con un preciso reloj metabólico, sino por coincidir su máxima acción con el momento de menor actividad cardíaca y es en ese lapso cuando permean del sistema linfático al circulatorio. Por lo tanto, para poder recoger una muestra de sangre que permita detectar con certeza la presencia parásita, ésta debe ser recogida entre las 10 de la noche hasta las 2 de la madrugada, horario de máxima actividad de las microfilarias. Claro que existen algunos test más sofisticados, complejos y caros, que no dependen del cronómetro para poder revelar su presencia.
Uno de los mails cadenas que circulan periódicamente por Internet desde hace unos años hace referencia a Cleto, un supuesto niño colombiano afectado por elefantiasis. Junto a una foto del supuesto afectado se pide al receptor que reenvíe este mail porque, supuestamente, Cleto “recibirá una cantidad de dinero para su tratamiento proporcional a la cantidad de emails que se envíen”. De más está decir que este es un hoax (broma de mal gusto o simple engaño con olor a estafa) de los que abundan en la red. Si bien es posible reconocer que la foto puede ser de un real afectado por elefantiasis, lo cierto es que no hay tal niño colombiano enfermo, ni mucho menos una supuesta institución benéfica dispuesta a donarle dólares a cambio de emails.
Mucho más real es el ambicioso programa de eliminación de esta afección que montó, con la llegada del año 2000, la Organización Mundial de la Salud. De hecho es el proyecto hasta ahora concebido más grande y masivo entre los que incluyen administración de drogas a lo largo de una considerable cantidad de tiempo. Posee más de 30 socios fundadores y activos, entre agencias de salud oficiales y no gubernamentales, centros de investigación y laboratorios médicos.
Y si sus planes se cumplen como están estipulados –y se logra trabajar con continuidad a lo largo de dos décadas–, se espera erradicar la enfermedad. En el camino es posible que también caiga alguna otra afección parasitaria que doblega la salud de millones de chicos y grandes.
El programa de eliminación recurre a facilitar con continuidad y método ciertas dosis de drogas específicas que –suministradas a lo largo de cinco años– logran controlar y eliminar la infección parasitaria, aunque no revertir los daños causados al sistema linfático. También se probó recientemente una extraña paradoja biológica que da una pista para desarrollar otras armas antifilarias. Algunas moléculas antibióticas pueden atacar eficazmente una bacteria que vive en forma simbiótica con el parásito. Y un estudio limitado, pero concreto, probó que acabando con la bacteria también se elimina el gusano. Por lo que suministrar este antibiótico permitiría acabar con el invasor.
Cabría preguntarse por qué no fue posible comenzar acciones más efectivas con antelación. Las explicaciones son varias. Pero, entre otras cosas, es posible pensar que –pese a su espectacularidad fotográfica– no es una enfermedad que reciba mucha prensa, por un motivo bastante simple: es una parasitosis casi desconocida en Occidente. Porque ni siquiera afecta a los turistas, ya que se necesitan varias y sucesivas picaduras de mosquitos portadores, a lo largo de un tiempo considerable, para poder hacer efectiva la infección. “Por todo esto –según escribió en un artículo un experto en medicina tropical de la prestigiosa Liverpool School of Tropical Medicine– el principal problema de la elefantiasis es que suele ser ignorada por los planificadores de salud.”
Sin embargo, parecería que conseguir resultados efectivos en el control de esta enfermedad es un objetivo mucho más probable, y cercano, que lograr domar el VIH, la tuberculosis o la malaria. Es que, por ahora al menos, la característica de la biología del parásito es su lentitud a la hora de adaptarse a las agresiones y defensas. Por lo que el objetivo de largo plazo de la OMS de arrinconar esta endemia en forma definitiva se vuelve extrañamente un ideal posible.
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