VIDA Y AVATARES DE LAS ENFERMEDADES MENTALES
Alguien dijo que las clasificaciones son un modo de ver el mundo. Y vaya si lo son, constituyen uno de los principales esfuerzos humanos por comprender la realidad y ponerla dentro de marcos de referencia que la hagan digerible y manipulable. Un ejemplo es lo que ocurre desde hace siglos con las enfermedades mentales, que desde la remota antigüedad hasta hoy han ido siendo incluidas en numerosas y complejas clasificaciones, de las cuales surgen, además, enfoques para su diagnóstico y tratamiento.
› Por Ricardo Gomez Vecchio
La primera alusión específica a una enfermedad mental, es decir a una alteración de los procesos cognitivos o afectivos en el desarrollo, fue allá por el año 3000 a.C., con la descripción de un deterioro senil atribuido al príncipe egipcio Ptah-hotep. No obstante, se considera a Hipócrates el sabio que en el siglo V a. c. introdujo el concepto de enfermedad psiquiátrica en medicina.
Otros, como Philippe Pinel, Benedict-Augustin Morel, Karl Ludwigm Kahibaum, Wilhelm Greisinger, Thomas Sydenham y Paul Broca, entre muchos más, jalonan una larga lista de quienes contribuyeron a una clasificación de los trastornos mentales. Pero fue sin duda Emil Kraepelin, a fines del siglo XIX, quien hasta hoy en día dejó marcado su nombre a fuego.
Kraepelin nació en 1856 en Neustrelitz (Mecklemburgo) y estudió medicina en Würzburg. Su impresionante carrera lo llevó a realizar centenares de observaciones clínicas de forma muy descriptiva y sistemática. Examinó los trastornos de la conducta de pacientes hospitalizados, analizó millares de historias clínicas y trató de clasificar los procesos psíquicos. Estos hallazgos están en el Compendium der Psychiatrie, publicado en Leipzig en 1883. Cuando se publicó la primera edición, Emil contaba tan sólo con 27 años.
Consideró las enfermedades mentales como entidades con síntomas y signos orgánicos que podían clasificarse sobre la base de su origen, curso y resultado. Juntó los trastornos maníacos y los depresivos en una sola enfermedad, la psicosis maníaco-depresiva, y la distinguió de la enfermedad crónica deteriorante llamada demencia precoz, que posteriormente Eugen Bleuler rebautizó con el nombre que lleva hasta hoy, esquizofrenia. Kraepelin reconoció como diferente a la paranoia de la demencia precoz, distinguió los delirios de las demencias y, por primera vez en un sistema de clasificación de las enfermedades mentales, incluyó los conceptos de neurosis psicógena y personalidades psicopáticas (el criminal patológico y los paranoicos litigantes).
Su clasificación fue variando y el criterio quedó casi definitivo en la quinta edición, pese a que entre 1909 y 1913 preparó una octava, que ya alcanzaba la monumental cifra de dos mil quinientas páginas y puede considerarse una gran síntesis de los conocimientos psiquiátricos de su época, a la que siguió incluso una novena y última versión.
A pesar de los avances en la comprensión de los trastornos mentales que ocurrieron luego, y particularmente en los últimos cincuenta años, las categorías más importantes del actual Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders (DSM-IV), una especie de biblia para los psiquiatras, están basadas principalmente en conceptos de Kraepelin, de Bleuler y de Sigmund Freud (neurosis y trastornos de la personalidad).
En general se habla de “clasificación de Kraepelin” para referirse a la división de las enfermedades mentales en los grupos maniacodepresivo (hoy llamados desórdenes bipolares) y esquizofrénico.
El desorden bipolar, hoy bastante en boga, es un trastorno afectivo en el cual una persona alterna entre la depresión y la manía. Afecta a aproximadamente el uno por ciento de la población mundial. Su tratamiento es difícil debido a la complejidad y variabilidad de la enfermedad y a sus efectos sobre la cognición, la razón y la conducta, pero posible combinando farmacoterapia y psicoterapia. Pese a que su actual denominación de desorden bipolar es relativamente reciente, no se trata un mal nuevo; afectó a personajes de la talla de Emile Zola, George Friedrich Handel, Antonin Artaud o Vincent van Gogh, por lo que algunos la llaman la enfermedad de los genios.
Por su parte, la esquizofrenia se caracteriza por un sostenido trastorno de varios aspectos del funcionamiento psíquico, principalmente la conciencia de realidad, y una desorganización neuropsicológica más o menos compleja. Quienes la padecen, cerca del uno por ciento de la población, sufren una significativa disfunción social. La esquizofrenia no tiene cura, pero en el 85 por ciento de los casos sus síntomas se controlan con fármacos, recurso al que no pudo acceder una esquizofrénica famosa, Juana de Arco, quien murió en la hoguera reafirmando el origen divino de las voces que oía.
Un supuesto en la investigación psiquiátrica, acorde con la tradicional clasificación que supo imponer Kraepelin, ha sido proceder según el supuesto de que la esquizofrenia y los desórdenes bipolares son enfermedades diferentes, con distintas causas subyacentes. Esta idea constituye la base de la moderna práctica de diagnóstico, más o menos tal como está definida en el DSM-IV y en el ICD 10 de la Organización Mundial de la Salud.
Pero actuales descubrimientos procedentes de una disciplina aparentemente lejana del campo de los trastornos mentales, la genética, podrían llegar a quebrar en los próximos años esa larga hegemonía que mantuvo el destacado Kraepelin. Si bien su visión se fue imponiendo hasta la actualidad, hubo una larga tradición de disensos respecto de su validez, desafiada por datos emergentes de las investigaciones psiquiátricas. Pero los desafíos más convincentes llegaron en años recientes de la mano de los estudios genéticos.
Estos estudios muestran evidencias crecientes de que hay una superposición que atraviesa la clasificación en categorías tradicionales. Por ejemplo, se han descubierto dos genes que pueden predisponer a una forma de enfermedad con características mixtas de esquizofrenia y manía. Asimismo, se conocen varios genes que están implicados tanto en la esquizofrenia como en los desórdenes bipolares, y varios descubrimientos apoyan la evidencia de que no habría una independencia total entre estas dos enfermedades.
Hasta hace muy poco, la mayoría de los estudios genéticos sobre esquizofrenia y desórdenes bipolares se basaban en la suposición de la independencia entre ambas enfermedades. Los casos con una mezcla de características, bastante comunes, habían sido ignorados, subsumidos en alguna categoría más amplia, o incluidos en alguna de las dos enfermedades.
Clasificar, se dijo, es un modo de ver el mundo, y parece que aun para los científicos, que suponemos están lejos de los prejuicios en sus campos específicos de conocimiento, despegarse de las tendencias o modelos predominantes no es tan sencillo.
Los descubrimientos actuales están comenzando a brindar evidencias de que, como está implícito en los datos provenientes de estudios de familias y gemelos, hay lugares en los genes que contribuyen a una predisposición a ciertas enfermedades mentales que atraviesan la división de Kraepelin entre esquizofrenia y desórdenes bipolares. Estos trabajos están en sus etapas iniciales y los descubrimientos deben tratarse con cuidado.
Pero estos hallazgos provenientes desde la genética tienen importantes implicancias en la clasificación de los trastornos psiquiátricos mayores: indican una superposición de las bases biológicas de trastornos que, a lo largo de los últimos 100 años, habían sido clasificados como entidades distintas. Por tal motivo, es muy probable que en los próximos años la genética molecular impulse una revisión de la clasificación psiquiátrica y provea una vía nueva o alternativa para comprender los mecanismos de producción de estas enfermedades mentales.
Aunque claro, entre la pura predisposición a una enfermedad mental marcada en nuestros genes y el sufrirla concretamente, hay un largo camino por el que psicólogos y psiquiatras deberán seguir acompañando a quienes lo transitan, más allá de cualquier clasificación.
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