futuro

Sábado, 12 de abril de 2003

Peligro, epidemia

Un médico chino que viaja a Hong Kong, un vendedor de camarones y miles de cantoneses tienen en común el raro privilegio de haber sido los primeros infectados por el virus de la neumonía atípica. Avión mediante, la neumonía ya lleva conquistados 18 países y unos 3000 infectados, y lo peor del caso es que hay especialistas que ya hablan de una posible pandemia (temible si llegase a mutar y modificar la actual, y modesta, tasa del 4 por ciento de mortalidad). En esta edición, Futuro cuenta con detalle cómo se desplazó el virus –todavía desconocido– desde la provincia china de Guangdong hasta conquistar prácticamente todo el mundo.

Por Agustín Biasotti

Hace poco menos de un mes, un informe confidencial circulaba en manos de contados integrantes de la máxima organización sanitaria del mundo. En el apartado 2.1, bajo el título “Control del brote-Epidemiología”, y justo antes de un listado de naciones en las que se había notificado la presencia de la enfermedad, podía leerse una frase cuyo enunciado hoy ya ha sido ampliamente verificado por la realidad:
“Hay clara evidencia de que este agente tiene el potencial de causar una pandemia”.
A esta altura del partido, casi ni hace falta decir que el informe versaba sobre el llamado Síndrome Respiratorio Agudo y Severo (SARS es su sigla en inglés), también conocido como neumonía atípica. Por aquel entonces, 19 de marzo de 2003, la Organización Mundial de la Salud (OMS) había recibido la notificación de 264 casos, nueve de ellos fatales, proveniente de las autoridades sanitarias de diez países.
Hoy, el cuadro de situación se ha agudizado. Al momento de cierre de esta nota, 18 países han reportado más de 2600 casos, mientras que la lista de decesos refiere 103. Sólo Africa se ha mantenido libre de la enfermedad a la que el periodismo no dudó en tildar de “misteriosa”. La ausencia de casos de SARS en el continente africano podría explicarse por no constituir éste un sitio tan transitado por la líneas áreas internacionales.
No ha faltado quien señalara que la neumonía atípica va en camino de convertirse en “la mayor epidemia de la historia propagada por la aviación comercial”. Tanto es así que, por primera vez en sus 55 años de historia, la OMS decidió hacer pública una recomendación para todos los viajeros del mundo, instándolos a que eviten visitar Hong Kong y la provincia china de Guangdong, origen y epicentros de esta epidemia en ciernes.
Empecemos, entonces, por el aparente principio de esta historia.

El paciente cero
Tras 45 minutos de viaje a bordo de un avión de China Southern Airlines, el profesor Liu Jianlun, de 64 años, dio sus primeros pasos por los trajinados pasillos del aeropuerto de Hong Kong. Algo afiebrado y molesto por una tos seca que desde hacía pocos días no lo dejaba en paz, este canoso médico, de renombre en China, decidió registrarse en el hotel Metropole, en el corazón de uno de los distritos más poblados de esa ya de por sí densa urbe.
Tan sólo once días después, personal médico del hospital Kwong Wah de Hong Kong, especialmente ataviado para la ocasión, cubría el cuerpo lívido de Liu Jianlun, con movimientos extremadamente minuciosos que delataban el terror que invadía la sala. Se decidió entonces que el sexagenario fuera confinado en el más aséptico de los aislamientos. Era el 4 de marzo de 2003, y ya era muy tarde siquiera para advertir lo que habría de venir.
Para ese momento, el prestigioso profesor había contagiado su extraña neumonía a 77 médicos y enfermeras del hospital Kwong Wah. Y eso no era lo peor: seis desconocidos que habían compartido con él el ascensor y el noveno piso del hotel Metropole también habían contraído la afección. Sus casuales compañeros de hotel habrían de llevar consigo el virus a sus hogares, en lugares tan distantes como Singapur, Vietnam o Canadá; Liu Jianlun, por su parte, ya había ingresado a la historia como el paciente cero del SARS. Y lo sabía. Arrepentido, en su lecho de muerte, llegó a confesar a los desconcertados médicos que lo atendían que conocía la naturaleza del padecer que lo aquejaba. Su peso en el ambiente médico local le había permitido días atrás acceder a documentos escondidos hasta finales de febrero por las autoridades chinas, en los que se describían los síntomas de una nueva y altamente contagiosa cepa de neumonía.
Es más, Liu Jianlun había pasado semanas atendiendo pacientes afectados por esta forma atípica de neumonía en el hospital Nº 2 de Zhongstan, en la provincia china de Guangdong, y observando cómo un virus desconocido atacaba a sus compañeros de tareas. Si fue por el temor de caer en las garras de la enfermedad o la certeza de haber corrido con esa suerte, eso nunca lo sabremos. Lo cierto es que su huida le ha valido el título de paciente cero.

El mercado de la muerte
Claro que el nombramiento de “paciente cero” se produjo antes de que el gobierno de China reconociera ante las autoridades sanitarias internacionales que había estado ocultando durante varios meses un brote de la “misteriosa” neumonía ocurrido en la provincia de Guangdong. Allí, desde noviembre de 2002, y antes de que el virus abandonara el continente con rumbo a Hong Kong, al menos 305 personas contrajeron esta enfermedad que llevaba en su haber cinco muertes.
Guangdong, al sur de China continental, ha sido durante décadas cuna de numerosas pandemias que se gestaron en sus mercados donde aún hoy se venden animales vivos. De allí partió en 1957 la llamada influenza (o gripe) asiática y en 1968 la variante apodada “Hong Hong”, o más recientemente la llamada “influenza aviana” (“bird flu”) de 1997 y en 1999 el virus Nipah. Es más, algunos expertos epidemiólogos sugieren que la llamada gripe española que en 1918 terminó con la vida de 70 millones de personas en todo el mundo tuvo también su origen en Guangdong.
¿Qué es lo que hace de esta provincia un semillero de enfermedad y muerte? Es una perfecta mixtura entre dos Chinas distintas. Guangzhou, capital de Guangdong, es una sofisticada ciudad, poblada de rascacielos, interconectada con el resto del mundo mediante 400 vuelos diarios, pero a la que acuden diariamente los habitantes de ciudades rurales e industriales como Foshan. De allí partió el primer paciente con neumonía atípica que atendió Jianlun.
El “paciente menos uno” era un vendedor de camarones que trabajaba diariamente en el mercado de Foshan, donde es algo más que cotidiano caminar sobre una mezcla de barro, sangre, orín y materia fecal de los caballos, cerdos, perros, vacas y aves de corral que allí se transan. Ese mismo barro es el destinatario final de las carcasas y de otros restos de los animales que son degollados, desollados y trozados a gusto del comprador.
Las poco corteses costumbres de los cantoneses de escupir al suelo y toser sin taparse la boca agregan un condimento casi innecesario para este caldo de cultivo que haría palidecer al más fogueado de los infectólogos. Es esta proximidad entre humanos y animales, enmarcada en la peor de las condiciones sanitarias, la que explicaría el salto de esa no tan rígida barrera entre especies que habría realizado el virus (aún por identificar) causante del SARS.
Claro que el salto mayor fue el que dio más tarde, usando a Hong Kong como trampolín. ¿Su destino? El mundo.

No voy en tren, voy en avion
Hoy se sabe que antes de nuestro paciente cero Liu Jianlun, y de su vendedor de camarones, hubo una multitud de cantoneses que contrajo esta atípica neumonía. Es más, esta semana se supo que el primer primerísimopaciente que se enfermó habría sido un empresario de Foshan. Al menos eso es lo que han revelado los registros que consignan la evolución del brote en Guangdong y que recién ahora las autoridades sanitarias chinas han decidido hacer públicos.
Días atrás, arrinconadas por la presión internacional, esas mismas autoridades sanitarias salieron a pedir perdón por la forma en la que habían manejado el asunto (“podríamos haberlo hecho mejor”, admitieron). De poco servían ya las disculpas pues para ese entonces el virus causante del SARS ya había saltado las barreras que separan a las naciones y a los continentes, obligando a la OMS a declarar a la enfermedad “una amenaza para la salud mundial”.
El salto en cuestión se produjo en avión. Claro que ésta no era la primera vez que las líneas aéreas comerciales llevaban a bordo algo más que pasajeros y equipaje. En 1978 y 1992, viajeros procedentes de Europa llevaron a Canadá el virus de la polio, y al menos once canadienses sufrieron parálisis a causa de la infección. Otro pasajero, esta vez proveniente de Gabón, llegó a Sudáfrica en busca de tratamiento médico: estaba infectado con el virus del Ebola y contagió a un trabajador de la salud. Algo similar ocurrió más tarde en París.
Ejemplos son lo que sobra: pongamos al bacilo de la tuberculosis o al virus de la gripe en lugar del Ebola o la polio. Pero lo cierto es que con el paso de los años el riesgo que presentan los aviones como medio de dispersión de agentes infecciosos es cada vez mayor; basta mencionar que el número de pasajeros en vuelos internacionales aumentó de dos millones anuales en 1959, a 1400 millones en la actualidad.
Un buen número para una enfermedad cuya transmisión persona a persona cada día parece más fácil. Pues si en los primeros momentos del brote se pensó que hacía falta un contacto muy cercano con el paciente o con sus fluidos para contagiarse –esto surgió por una cuestión estadística: nueve de cada diez afectados era personal de salud que había atendido enfermos con SARS–, recientes estudios publicados en el New England Journal of Medicine documentan casos de transmisión a través de las microgotitas de saliva que se expelen al hablar o al estornudar.
Dicho en otras palabras, el virus podría transmitirse con una facilidad similar a la de la gripe. Y ya todos sabemos qué tan contagiosa es la gripe. Pero lo que más asusta ahora a los expertos sanitaristas, infectólogos y epidemiólogos es el sólo pensar en cuántas personas pueden hoy en todo el mundo estar incubando silenciosamente al virus del SARS. A los más de 2600 casos notificados, algunos especialistas no dudan en sumar unas 20.000 personas infectadas, hasta ahora aparentemente saludables.
Otro de los escenarios que alarma a las autoridades sanitarias internacionales es la posibilidad de que el escurridizo virus –una red internacional de 11 laboratorios coordinados por la OMS todavía no ha logrado a ciencia cierta decidir cuál es el agente causante– sufra una mutación genética, que lo vuelva más letal de lo que ha demostrado ser hasta ahora (su tasa de mortalidad es de entre el 3 y el 4 por ciento). Los virus tienden a comportarse de esta forma: la gripe española, por ejemplo, atacó en tres oleadas distintas por un espacio de 15 meses.
Aun así, no todos especulan con la posibilidad de una epidemia a gran escala. Para los más conservadores, el SARS se convertirá lentamente en una enfermedad que andará por ahí, aprovechándose de aquellos a los que sorprenda con sus defensas disminuidas o anquilosadas. En definitiva, visto desde todos los ángulos posibles, nada hace suponer que esta atípica neumonía nos vaya a dejar solos en el corto plazo.

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