Viernes, 6 de junio de 2003 | Hoy
COMUNIDADES HECHAS A MEDIDA
A mediados del siglo XIX, se pusieron de moda en Estados Unidos las comunidades utópicas (o asociacionistas) fundadas sobre la base de criterios pragmatistas y racionales e imbuidas en la idea de progreso, con propuestas que en ciertos casos mantienen una curiosa actualidad. Icaria, Brook Farm, New Harmony y Oneida fueron apenas algunos de estos puebleríos artificiales que atrajeron a socialistas como Robert Owen y a escritores y pensadores de la talla de Emerson, Thoreau y Hawthorne. En esta edición de Futuro, el filósofo y escritor Pablo Capanna repasa la historia (con fracasos incluidos) de estos notables experimentos sociales a través de los cuales se pretendió construir, basándose en valores solidarios más que de mercado, una nueva sociedad a partir de la nada.
Es habitual atribuir el
desarrollo de los Estados Unidos al triunfo del capitalismo industrial, como
si todo lo hubieran hecho gente como J. P. Morgan, Henry Ford o George Westinghouse.
También se lo suele explicar, por lo menos desde que William James popularizara
el término “pragmatismo”, por cierta actitud pragmática
que sería inherente a su cultura.
Sin duda, hubo condiciones culturales y políticas que potenciaron el
utilitarismo inglés para transformarlo en el pragmatismo norteamericano.
La dispersión de las poblaciones, a medida que se expandían hacia
el Oeste, las ponía lejos del alcance de cualquier poder central. Esta
circunstancia no sólo forzaba a los colonos a ser pragmáticos,
en cuanto descubrían que sus tradiciones europeas eran inadecuadas para
el nuevo entorno; también permitía la experimentación social.
La promesa de un territorio donde todo estaba por hacer alentó cualquier
fantasía, desde la ilusión de restaurar la fe de los primeros
cristianos hasta la de crear una nueva sociedad fundada en la razón.
Los éxitos de la industria han oscurecido estos intentos, privilegiando
la lectura economicista del pragmatismo y del utilitarismo. Sin embargo, no
todos los teóricos del utilitarismo inglés eran darwinistas sociales.
Algunos pensaban que era posible construir de raíz sociedades más
justas y creían que la razón permitiría alcanzar el mayor
bienestar para todos. Otros fueron más lejos y quisieron aplicar el método
experimental para fundar comunidades inéditas, confiando en la educación
y la democracia directa, y eligieron hacerlo en tierras norteamericanas.
Brook Farm
Una de las primeras
experiencias “utópicas” fue Brook Farm (Massachusetts), que
atrajo a escritores como Emerson y Hawthorne con su propuesta de vincular el
trabajo intelectual y el manual. Entre sus entusiastas estaba el periodista
Horace Greeley, precisamente el que acuñó el slogan “¡Vete
al Oeste, joven, y crece con el país!”.
A mediados del siglo XIX había en los Estados Unidos más de un
centenar de comunidades socialistas o “asociacionistas” que, con espíritu
pragmático, se proponían poner a prueba muchas de las ideas que
se discutían en Europa, diseñando nuevos contratos sociales. Muy
pocas de ellas duraron más allá de la Guerra Civil.
Víctimas de la artificialidad con que pretendían construir una
sociedad ignorando la historia y la política, sucumbieron a sus propios
conflictos internos: el asambleísmo, las permutaciones sexuales, la planificación
obsesiva y el optimismo ingenuo. Con el tiempo, recibieron el mote de “utópicas”
y cayeron en el descrédito tanto para la derecha como para la izquierda.
De no ser por algunas comunidades que aún perduran como curiosidades
turísticas, nadie parece recordarlas.
Se diría que sus fracasos han sido más estudiados que sus logros.
Un examen objetivo nos muestra que aún disfrutamos de muchas innovaciones
que ellas hicieron en campos como la educación, los derechos humanos,
el urbanismo y la organización del trabajo. Fue en esas comunidades donde
aparecieron los jardines de infantes, las escuelas mixtas, el feminismo y el
cooperativismo.
Menos conocidas son las soluciones pragmáticas que aportaron los utópicos
en el campo de la innovación productiva, y los valiosos aportesque hicieron
al conocimiento científico, mientras los pioneros arrasaban inescrupulosamente
con los bosques.
Sin esta tradición, no sería posible explicar de dónde
iba a brotar la extraña utopía del psicólogo conductista
B. F. Skinner (Walden II, 1948) reivindicada por los hippies de los ‘60
en sus efímeras comunas, o las recurrentes modas de “retorno a la
naturaleza”.
Santos y utopistas
Desde los tiempos
de los Padres Peregrinos, muchas minorías religiosas habían buscado
asilo en Norteamérica y habían florecido las más variadas
sectas, desde los nudistas Dukhobors de Canadá y los polígamos
mormones de Utah, hasta los austeros puritanos Menonitas, Amish, Shakers y Rappitas.
Frugales, abstemios y vegetarianos, se dedicaban generalmente a la agricultura,
pero a menudo llegaron a innovar en la agroindustria. En el matriarcado de los
Shakers, por ejemplo, se inventaron máquinas para lavar sábanas
o procesar la fruta y hasta una de las primeras sierras mecánicas.
En una segunda etapa llegaron las utopías seculares, generalmente imbuidas
de la misma búsqueda de la pureza original, pero con un programa racionalista,
ajeno a todas las confesiones establecidas: eran “asociacionistas”,
cooperativistas, socialistas y hasta anarquistas.
Curiosamente, muchas comunidades utópicas se establecieron en sitios
donde ya habían fracasado las sectas religiosas. En 1846, cuando después
del linchamiento de Joseph Smith los mormones fueron expulsados de Nauvoo (Illinois)
e iniciaron su Larga Marcha hacia Utah, los primeros en llegar al lugar fueron
los socialistas franceses seguidores de Cabet, que fundaron la comunidad de
Icaria.
Del mismo modo, el pueblo de Harmony (Indiana), que había sido fundado
por los Rappitas, una comunidad de célibes alemanes que esperaban el
fin del mundo, fue comprado en 1825 por el socialista inglés Robert Owen
para fundar la utopía de New Harmony.
En esos años, en busca de una “naturaleza” que ya se batía
en retirada ante el ferrocarril y el hacha de los colonizadores, Henry David
Thoreau se propuso vivir como un seguidor de Rousseau en una cabaña a
orillas del lago Walden. Thoreau fue también el primero en escribir sobre
la desobediencia civil y cien años más tarde, durante la guerra
de Vietnam, una estampilla con su efigie fue censurada como “subversiva”.
Los perfeccionistas de
Oneida
Una de las más
exitosas utopías norteamericanas, que logró sobrevivir hasta mediados
del siglo XX, fue la comunidad de Oneida, que fundó en 1848 John Humphrey
Noyes en el Estado de Nueva York.
Los trescientos “perfeccionistas” de Oneida levantaron un enorme falansterio
de estilo gótico victoriano rodeado de jardines (ellos fueron quienes
introdujeron el concepto de “ciudad jardín”), donde todos disfrutaban
de un confort poco común. Su vivienda comunitaria contaba con una nutrida
biblioteca; había conciertos, un excelente coro y hasta un baño
sauna.
La colonia era autosuficiente. Oneida envasaba y vendía hierbas medicinales
y productos de granja, explotaba un aserradero, producía harina e hilos
de seda, fabricaba equipajes y cadenas. Los salarios (iguales para hombres y
mujeres) se expresaban en “vales de trabajo”, y se pagaba más
por las tareas menos atractivas, como la limpieza. Los “perfeccionistas”
practicaban la rotación de tareas y la polivalencia laboral un siglo
antes que la gran industria volviera a descubrirlas.
Sus experimentos sexuales, que incluían la “familia compleja”,
una estricta eugenesia y algunas prácticas anticonceptivas sumamente
frustrantes le dieron mala fama. Más daño le hicieron sus tediosas
y permanentes asambleas, sus costumbres de autocrítica pública
y la educación comunal de los niños desde que aprendían
a caminar, que provocaron muchas tensiones internas y empujaron a la colonia
a la decadencia. Pero los habitantes de Oneida habían sido los primeros
en darle iguales derechos
a la mujer, en abolir la esclavitud e integrar a los esclavos liberados mediante
la educación.
New Harmony: un experimento
social
Quizás
la experiencia utópica más fructífera, por lo menos en
lo que respecta al avance del conocimiento científico, haya sido la de
New Harmony (Indiana).
New Harmony fue el experimento social en el cual el empresario escocés
Robert Owen (1771-1858) invirtió –y perdió– la mayor
parte de su fortuna.
Owen era un talentoso autodidacta, que nunca olvidó que había
comenzado su carrera como obrero. En Escocia, llegó a dirigir la fábrica
textil de New Lanark, donde puso en práctica avanzadas reformas laborales.
Elevó los salarios, creó barrios modelo para los obreros y fundó
uno de los primeros jardines de infantes de la historia.
Cuando perdió apoyo en Inglaterra al proclamar su hostilidad hacia todas
las religiones, Owen resolvió marcharse a Norteamérica con sus
tres hijos. Pensó que en un medio rural alejado de los centros de poder
encontraría las condiciones adecuadas para encarar un audaz experimento
social.
Instalado en Filadelfia, reclutó un grupo de voluntarios dispuestos a
poner en práctica las ideas de Franklin, quien había escrito que
si todos trabajaran dos o tres horas diarias cualquier comunidad estaría
en condiciones de satisfacer sus necesidades. La versión argentina, atribuida
a Barrionuevo, es un tanto distinta.
Con esas premisas, Owen le compró a la secta rappita las tierras y la
aldea de Harmony, a orillas del río Wabash. La rebautizó New Harmony
y se mudó allí con su familia. Pero los apocalípticos seguidores
de Rapp y todos los excéntricos que se habían ido sumando a la
colonia no resultaron sujetos idóneos para la experiencia cooperativista,
y pronto Owen tuvo que volver a Filadelfia en busca de ayuda. En la ciudad,
logró atraer a su causa a otro escocés llamado William Maclure,
quien aportó buena parte de su fortuna para el proyecto. Maclure era
un notable hombre de ciencia, que con el tiempo compilaría el primer
mapa geológico de América del Norte.
Fue así como una segunda camada de voluntarios se embarcó en un
lanchón llamado El Filántropo y salió de Pittsburg rumbo
a Indiana.
El Filántropo (que luego sería llamado “El barco del saber”)
transportaba a 35 damas y caballeros de Filadelfia. Casi todos eran intelectuales,
dispuestos a afrontar cualquier privación para poner a prueba las ideas
de Owen. Tras un accidentado viaje fluvial, que incluyó una demora de
seis semanas cuando los hielos le cerraron el paso, la comitiva desembarcó
en Harmony. El impaciente Owen se les había adelantado, a caballo.
Entre los nuevos colonos había maestros, artesanos, artistas, impresores
y grabadores. Estaba el farmacólogo Speakman, que junto con Maclure había
sido uno de los fundadores de la Academia de Ciencias Naturales. También
iban el naturalista Say, un químico holandés llamado Troost, y
Charles Alexander Lesueur, un sobreviviente de la expedición de La Pérouse
a Oceanía. Lesueur iba a ser el primer naturalista que estudió
la fauna ictícola de los Grandes Lagos.
Una dama francesa, Mme. Marie-Louise Fretageot, había logrado remolcar
a Indiana un nutrido grupo de niñas de la alta sociedad de Filadelfia
que frecuentaban su escuela de buenos modales y ahora estaban dispuestas a ganarse
el sustento con sus manos.
Con una tropa tan desusada como ésta, Owen intentó construir una
cooperativa de trabajo. Un conde alemán que visitó New Harmony
un año más tarde describió el uniforme que vestían
los armonianos: pantalones para ambos sexos, túnicas blancas y camisas
sin cuello. También se sobresaltó cuando una virtuosa pianista
interrumpió un concierto de cámara anunciando que tenía
que ir a ordeñar las vacas, o al descubrir que el académico Say,
de levita y sombrero de copa, tenía las manos callosas por el trabajo
de la huerta.
Al poco tiempo, se les unió otra escocesa, la escritora Frances Wright,
que había frecuentado a Jefferson y Madison; era una decidida luchadora
contra la esclavitud y en pro de la emancipación femenina. Fue ella quien
fundó la Gaceta de New Harmony, que defendía el racionalismo,
criticaba la religión, el matrimonio y la segregación racial y
auspiciaba audaces reformas educativas.
En cuanto a la refinada Mme. Fretageot, resultó tener insospechadas condiciones
gerenciales: asumió la dirección de la imprenta, tras convencerse
de que los científicos como Say no tenían la menor idea de la
economía, y logró verdaderas hazañas editoriales, con la
colaboración de sus cultas discípulas.
El experimento utópico duró apenas dos años. Obviamente,
fracasó porque la mayoría estaba más preparada para la
deliberación política y el debate académico que para el
trabajo manual. Durante todo ese tiempo se discutió hasta el cansancio
la forma de gobierno, el rol que tendría la religión en la comunidad
y la educación. Cuando ya se habían descartado varios proyectos
de constitución, sobrevino el cansancio y todo acabó en una pelea
entre Maclure y Owen. Los disconformes abandonaron la colonia, cuya propiedad
se repartió entre los tres hijos de Owen y Maclure. Las reformas más
conflictivas fueron abandonadas.
Robert Dale Owen, el hijo del fundador, creó otras comunidades experimentales
en colaboración con Frances Wright, abogó ante Lincoln por la
abolición de la esclavitud y emprendió una carrera política
en defensa de los ideales de su padre.
Owen (padre) regresó a Inglaterra en 1829 para ponerse al frente del
movimiento sindical y el cooperativismo. Después de haber lidiado toda
la vida con la religión establecida, en sus últimos años
se hizo espiritista.
La colonia no murió. Por el contrario, los que se quedaron llevaron a
su mayor esplendor a New Harmony y entre 1827 y 1875 la convirtieron en uno
de los más importantes centros culturales de los Estados Unidos.
En esos años, la remota colonia utópica de Indiana atrajo a científicos
de todo el mundo. Conquiliólogos, entomólogos, ornitólogos,
geólogos y paleobotánicos de París, Nüremberg, Bremen,
Kiel y Cambridge viajaron hasta New Harmony para conocer la labor científica
de los utópicos. El geólogo Lyell estuvo entre ellos.
A pesar de haber fracasado el experimento social, el balance de la colonia fue
altamente positivo. En New Harmony funcionaron el primer jardín de infantes,
la primera escuela técnica, la primera biblioteca pública y la
primera escuela sostenida por la comunidad que hubo en los Estados Unidos.
Fue allí donde Josiah Warren inventó la prensa rotativa, con la
cual echó las bases del periodismo moderno, y se fundó la primera
oficina meteorológica de la Unión. Hay un árbol, la macluria,
que lleva el nombre de Maclure, y un ave, la Sayornis Phoebe, que recuerda a
Say.
En New Harmony instaló su laboratorio el Dr. David Owen, considerado
como el primer geólogo estadounidense. Descubrió gran cantidad
de fósiles y emprendió en 1835 el relevamiento geológico
de Indiana, gracias a lo cual se instaló allí el US Geological
Survey.
Uno de los fundadores había sido Thomas Say (1787-1834), un académico
de Filadelfia que venía de explorar las Rocosas, donde había sido
el primero en reconocer al coyote y muchas especies de aves. Es considerado
el fundador de la entomología en los Estados Unidos, y se dice que uno
de cada cuatro moluscos de América del Norte fue descubierto por él.
Murió en New Harmony, y sus monumentales obras American Entomology (4
vols.) y American Conchology (6 vols.), se publicaron en la colonia, con grabados
de Lesueur y dibujos de dos discípulas de Mme. Fretageot. Para eso, hubo
que vencer enormes dificultades para obtener papel y tipos de imprenta especiales.
Utopia y progreso
Como se puede
ver, parte del conocimiento del cual iban a nutrirse las universidades y la
naciente economía norteamericana no provino de los laboratorios industriales
ni de las grandes Fundaciones, que otros inventaron para evadir creativamente
los impuestos. Fue acumulado desinteresadamente por gente utópica, que
había sido capaz de afrontar las dificultades con espíritu cooperativo.
Sus experimentos sociales, viciados por cierto desprecio por la historia y una
confianza ciega en el poder de la educación, pasaron al olvido, aunque
algunas de sus propuestas siguen teniendo actualidad y periódicamente
son redescubiertas.
Se diría que la creatividad es algo más que un subproducto de
la competitividad y del mercado. La solidaridad también puede ser creativa.
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