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Sábado, 9 de agosto de 2003

No mentirás

Por Marcelo Leonardo Levinas *

En mayo de 2003, los editores del New York Times, uno de los diarios más prestigiosos del mundo, realizaron un mea culpa al admitir que uno de sus redactores estrella, Jayson Blair, había inventado y/o plagiado historias, produciendo algunas coberturas que obtuvieron un importante impacto en el público: fueron detectados 36 artículos con “errores”. A algunos, Blair decía haberlos escrito en seis estados diferentes de Estados Unidos cuando en realidad nunca había salido de Nueva York. Se valía del archivo del diario, de los cables de agencias y de notas de terceros a las que le agregaba descripciones y cierta emoción; hasta llegó a inventar declaraciones. No se trató de un error sino de un fraude. A su vez, Rick Bragg –premio Pulitzer y también redactor estrella– reconoció cómo es común que algunos corresponsales utilicen reportajes hechos por pasantes y les pongan la firma. Sus colegas entraron en cólera por estas declaraciones y Bragg debió renunciar.

No sólo en el “New York Times”
Un caso análogo y resonante, divulgado, entre otras, por la revista Physics World sucedió el año pasado pero en el ámbito científico. Lo que ocurrió fue lo siguiente: a fines de 2002, Jan Hendrik Schön, un físico alemán que trabajaba en los prestigiosos Laboratorios Bell en el área de electrónica molecular, fue despedido. Supuestamente había descubierto una forma de difundir corrientes eléctricas intensas en cristales semiconductores orgánicos compuestos de anillos de benceno, que originalmente eran muy pobres conductores. Schön y sus colegas, entre ellos Bertram Batlogg –una autoridad en superconductividad y jefe de física del estado sólido del laboratorio–, aseguraron haber obtenido un transistor compuesto de una simple molécula de un tipo de benceno. ¿Las aplicaciones? Por ejemplo, la posibilidad de producir láseres orgánicos mucho más baratos que los que emplean actualmente nuestros reproductores de CD o DVD. Schön escribió unos 60 artículos en dos años, 15 de ellos en las prestigiosas revistas Nature y Science. Además, se lo candidateó para el premio Nobel.

Publicar o perecer
Un cálculo sencillo nos indica que en 2001 escribió un promedio de un artículo cada 8 días. Lo cierto es que un comité de científicos ha declarado que Schön mostró una desatención temeraria hacia “la santidad de los datos científicos”. ¿Los cargos? Sustituir datos, obtener resultados no realistas en cuanto a su precisión y exhibir fragantes contradicciones. Art Ramírez, un físico de Los Alamos National Laboratory, ha dicho que Schön ha quebrado la principal regla de la ciencia: la de “no mentirás”, y que a causa de su actitud muchos científicos han perdido tiempo y dinero. Esto último, como veremos, es discutible: muchos científicos viven gracias a investigaciones basadas en este tipo de resultados. Schön trocó conjuntos completos de datos y manipuló curvas supuestamente representativas del comportamiento de materiales orgánicos. Admitió haber cometido errores de los que se arrepintió profundamente a pesar de haber sostenido que todas sus publicaciones se basaron en observaciones, afirmando no haber guardado ningún libro de registros de los datos y borrado toda la información.

Mentiras verdaderas
Claramente tampoco se trata de un caso de error sino de fraude, casi idéntico a cómo el periodista Blair imaginó situaciones e ideó notas. Batlogg, coautor de Schön, ha sostenido que de ahora en adelante chequeará mejor la información y los procedimientos, sosteniendo que, no obstante, la confianza en los colegas es lo que debe permanecer como el fundamento en el que se base la investigación científica... Schön, Batlogg y otros se han retractado del contenido de unos 15 artículos. De hecho, Science y Nature desnudaron su política tendiente a publicar resultados espectaculares, aun si éstos mismos son expuestos superficialmente. Uno de sus referís ha reconocido que a la hora de recomendar una de las publicaciones atendió al análisis de los datos, a las conclusiones y al cuadro general del artículo; sostuvo que nunca imaginó que los datos pudiesen ser falsos y que de todos modos nunca hubiese estado en condiciones de descubrirlo.

Fábrica de datos
También en 2002 se reveló otro fraude, esta vez en el Lawrence Berkeley National Laboratory. Allí, Victor Ninov literalmente fabricó ciertos datos vinculados con un eventual descubrimiento del elemento 118. Ninov y sus colaboradores dijeron haber creado muestras del 118 impactando átomos de Kryptón en un blanco de plomo, pero los decaimientos alfa correspondientes nunca fueron detectados en otros laboratorios. Todos los coautores se han retractado.
Estos casos resonantes que corresponden a un estilo de producción periodística y a la presentación de los resultados de la investigación científica son asombrosamente parecidos. ¿Las razones? Ciertas analogías entre ambas actividades: el afán por publicar, la de justificar un trabajo, el acceder a cierta originalidad. Pocos físicos conocen el hecho de que incluso alguno que otro premio Nobel en su disciplina, ha cometido fraude o incluso plagio. En biología y biomedicina, quizás el fraude sea más frecuente; en ciencias sociales, donde la interpretación de los datos da lugar a una mayor libertad, el fraude existe y a importante escala. Muchos físicos, en algún momento de su formación, han realizado la experiencia de la gota de Millikan empleada para detectar, nada menos, que la carga del electrón: la unidad mínima de carga negativa. Millikan presentó los resultados de un trabajo en 1913 del que luego se supo que había eliminado los datos “inconvenientes”. En 1910, Ehrenhaft, empleando un dispositivo análogo, había llegado a la conclusión de que podían encontrarse valores inferiores a esa carga, que denominó subelectrones (posibilidad planteada por varios físicos muy importantes); la situación volvió a repetirse en 1981 cuando ciertos experimentos parecieron corroborar la existencia de cargas que eran fracciones de la atribuida al electrón. Pero además Millikan, en su trabajo, empleó una idea decisiva que había sido introducida por un estudiante suyo sin comunicar ese hecho en sus artículos. Por su trabajo obtuvo el Premio Nobel en 1924.

Evaluar, evaluar
Sin duda, en muchos casos, alrededor de la producción periodística predomina la presión por la nota sorpresa y original, lo que termina en una investigación a medias y en el acomodamiento de los datos, pero, sobre todo, en la interpretación fácil de los hechos y en una orientación hacia lo que la línea editorial del medio periodístico quiere presentar. En la investigación científica, los comités que deciden la financiación constituyen un “sistema de control de pares”. Para obtener un subsidio, tener una idea brillante o innovadora no parece suficiente; lo que máspesa son las llamadas “contribuciones” o traducido: la cantidad de artículos ya publicados por el aspirante, sin duda, el parámetro concluyente. “Publica o muere.” Varsavsky ha indicado que a la hora de evaluar el trabajo de un científico el número de artículos publicados posee tanta importancia como su contenido, y que muchos creen que saber escribir artículos es garantía de sabiduría así no crean que tener el diploma de médico sea garantía de saber curar. Bajo estas condiciones, resulta francamente difícil no llegar a publicar algo; es que el propio sistema lo fomenta. Hoy este hecho se agrava a causa de los complejísimos programas de computación disponibles –empleados por ejemplo en biología, astronomía o física–, que reúnen y ordenan la información: ningún referí de revista está en condiciones de evaluar si un programa ha sido bien empleado, si se han ingresado correctamente los datos o si ellos se han evaluado de manera adecuada; por lo general, debe confiar.
Pero además, existen tantas revistas, tantos temas específicos juzgables por tan poca gente, que es muy difícil evaluar la calidad. Lo verdaderamente difícil es publicar poco pero bueno; es la excepción: muchos buenos científicos se han caracterizado por la poca cantidad de trabajos publicados, pero de calidad; han tenido la capacidad y la oportunidad de investigar a fondo cuestiones de fondo. Debería sospecharse de los que publican con frecuencia; esto no significa que no deba sospecharse de aquellos que no publican nada. Muchas veces, para sobrevivir como tales, los científicos emplean algunos recursos conocidos. Uno de ellos consiste en pedir financiación para un trabajo ya hecho pero aún no publicado; de esta manera, y a la hora de informar, se garantiza el cumplimiento del plan de investigación. Otras veces se publica de a cuotas, desdoblando los artículos de forma tal que aparezcan “nuevos” resultados como si ellos fuesen productos de otra investigación. También los artículos se refritan. Es sintomática la frecuente forma críptica de escribir los informes, paradójicamente equivalente a la forma sencilla de enlazar, reducir y esquematizar el contenido de una investigación periodística cuando se intenta demostrar o más bien imponer una idea, un suceso o una cuestión de moda.

Modas científicas
En la ciencia se suelen priorizar los temas de moda en detrimento de otras líneas de investigación que podrían innovar los puntos de vista e incluso amenazar con hacer caer alguna teoría vigente. Es un hecho que por ejemplo en Francia, el riesgo de fraude es más bajo que en Estados Unidos, no sólo porque los investigadores son menos en número, sino porque el riesgo de no publicar y los sistemas de control son más distendidos. McCutchen ha llegado a afirmar que las revistas no deberían rechazar ningún trabajo, y que si la publicación sin censura creara una gran cantidad de basura, ello demostraría que muchos científicos crean basura y que es mejor saberlo que esconderlo.

La dictadura de los mediocres
Di Troccchio, un estudioso de los casos de mentiras científicas, de fraudes o escándalos, sostiene que desde mediados de los 60 ha aparecido una suerte de dictadura de los mediocres que se ha apoderado de los mecanismos de otorgamiento de subsidios. Invocando estudios relacionados con el desarrollo de la ciencia en el mundo, muestra cómo a medida que la población científica se duplica cada 12 años, el número de científicos a los que se podría denominar geniales –de acuerdo con los propios parámetros del establishment– se reduce proporcionalmente, tan sólo duplicándose cada 20 años, disminuyendo así el potencial creativo. En estesentido, es notable cómo podemos relacionar el fraude con la genialidad. Es conocido el hecho de que Galileo falseó datos experimentales relacionados con el movimiento en planos inclinados diseñados por él mismo de forma tal que coincidiesen con los datos teóricos, los que en mejor condiciones experimentales hubiesen sido corroborados. La diferencia con Galileo y con su genialidad consiste en su justificada confianza en las predicciones teóricas que, por otro lado, resultaron ser adecuadas, y sobre todo en su honestidad al proponer explícitamente la primacía de los resultados de un razonamiento por encima de los de una experiencia.
Digamos que las líneas de investigación seguidas por Schön y Ninov podrían ser adecuadas (de hecho muy recientemente se reportó la probable existencia de simples electrones actuando como transistores en cristales de silicona, o del descubrimiento del elemento 110 por parte de colegas de Ninov); lo que se cuestiona es su proceder frente a los resultados, lo que se traduce en el fraude y en el no reconocimiento de la falta de resultados positivos.

Sobre el error en la ciencia
Los ejemplos los hemos extraído de la física y del periodismo, pero son comunes en otras actividades. Hace unos años en La Recherche se analizó el caso de dos psicólogos que enviaron a 12 revistas prestigiosas para su publicación, 12 artículos muy citados de colegas, publicados dos años antes. Enviaron un artículo por revista –a cada revista el artículo que ella había publicado–, levemente modificado. Tres de esos artículos fueron reconocidos como plagios por la respectiva revista; los restantes 9 fueron analizados como si fuesen nuevos: 8 fueron rechazados para su publicación y 1 fue aceptado. Sokal, por su parte, se ha encargado de señalar la vulnerabilidad de los criterios de rigurosidad en ciencias sociales al mostrar cómo muchas veces, a la hora de emplear el principio de autoridad, se puede llegar a escribir cualquier cosa, siempre y cuando su presentación sea críptica. A lo que quizá no ha atendido Sokal es a cómo mecanismos análogos operan frecuentemente en las llamadas ciencias duras.
La ciencia debe promover el error: ello es garantía de creatividad, de búsqueda, de debate; lo que no se debe hacer es fomentar el fraude. Quizás en el periodismo todo parezca más crudo debido a que la diferencia entre mentira y error parece estar más expuesta, pero las presiones hacia el fraude son análogas, como análogos son los sutiles mecanismos de la tergiversación, muchos de los cuales a todos nosotros nos resultan desconocidos.

* Doctor en Física. Profesor titular en UBA. Investigador del Conicet.

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