Sobre la bondad y maldad del colesterol
Por alicia marconi
Existen pocas sustancias tan maltratadas por la prensa, los médicos y la población en general como el colesterol. Qué no se ha dicho de estas grasas: que hacen mal al corazón, a las arterias y al cerebro, así como también a nuestra figura, nuestra autoestima y nuestro bolsillo. Quién no se ha preguntado delante de un asado con achuras: ¿cuánto más cerca estaré de acá a un rato del infarto?
Somos cuando menos injustos, aceptémoslo. Sin el colesterol estaríamos fritos o, puesto en términos un poco más científicos, digamos que sin el colesterol nuestra vida tal como la conocemos no es posible. Las grasas, también conocidas como lípidos, constituyen la fuente principal de combustible para los diversos procesos que permiten poner en marcha nuestro organismo.
Es más, las sustancias grasas resultan ser los componentes esenciales e insustituibles de las membranas celulares en general, de las cubiertas de mielina que envuelven las células nerviosas y de la bilis, por decir algo. Almacenadas en las células adiposas del organismo, las grasas (principalmente, el colesterol y los triglicéridos) aíslan nuestro cuerpo del frío y nos ayudan a protegerlo de las lesiones.
¿Por qué entonces tanto ensañamiento con el colesterol y los triglicéridos? El exceso de estas sustancias grasas –la hipercolesterolemia– constituye la piedra basal de la aterosclerosis y, por lo tanto, uno de los principales factores de riesgo del infarto y del accidente cerebrovascular. Lo que no es poco, si se toma en cuenta que las enfermedades cardiovasculares constituyen la primera causa de muerte en el mundo occidental, la Argentina incluida.
En nuestro país, diversos estudios realizados por la Sociedad Argentina de Cardiología estiman que el 35% de los argentinos tiene hipercolesterolemia, y que el 43% de las personas a las que se le ha diagnosticado e indicado una medicación para esa condición ha abandonado el tratamiento. Pero, aunque estos datos no lo reflejen, actualmente existen diversos y probados caminos para torcerle el brazo al colesterol.
LaS multiples formas de la grasa
Como ya hemos dicho, los lípidos que viajan por nuestra sangre se agrupan fundamentalmente en dos grupos: el colesterol y los triglicéridos. Pero las grasas no viajan solas; transitan por el interior de nuestros vasos sanguíneos montadas en proteínas. De la combinación de grasas y proteínas surgen las lipoproteínas, entre las que se destacan las lipoproteínas de baja densidad (Low Density Lipoprotein o LDL) y las lipoproteínas de alta densidad (High Density Lipoprotein o HDL).
El colesterol que viaja en las LDL es el malo de la película, por lo que se ha ganado el mote de “colesterol malo”. Sucede que el viaje de las LDL es un viaje de ida: el excedente que no es consumido por las células tiende a depositarse en el interior de las paredes arteriales, sentando los cimientos de la aterosclerosis. Su presencia dispara una cascada de fenómenos biológicos que engrosan y esclerosan la pared arterial, con el consiguiente riesgo de obstrucción, que de ocurrir en los vasos que nutren al corazón llevan al infarto, y en el cerebro al accidente cerebrovascular.
Niveles
¿Cuándo comienza a convertirse en un problema el exceso de colesterol? Lo aconsejado es que los niveles de colesterol LDL en sangre no superen los 160 miligramos por decilitro (mg/dl) en las mujeres que aún no han llegado a la menopausia, los 130 mg/dl en las mujeres posmenopáusicas y los varones, y los 100 mg/dl en toda aquella persona con diabetes o a la que se le ha diagnosticado alguna forma de lesión arterial.
Pero como es de suponer no sólo hay que cuidar los niveles de las LDL: lo ideal es que los niveles de colesterol total estén por debajo de los 200 mg/dl, aunque éstos realmente empiezan a preocupar si se ubican por encima de los 240 mg/dl; en cuanto a los triglicéridos, lo mejor es que no superen los 150 mg/dl.
Para poner el perfil lipídico en orden existen numerosas drogas. Las estatinas reducen bastante las LDL y no tanto los triglicéridos, los fibratos y el ácido nicotínico resultan más eficaces ante estos últimos y no tanto contra las primeras, mientras que los secuestradores de ácido biliar cargan contra sólo contra las LDL. Aun así, la mitad de las personas con hipercolesterolemia podrían solucionar este problema sin medicamentos: bajando de peso, respetando una dieta baja en grasas y haciendo más actividad física.
HDL, un tipo que sabe hacerse querer
Pero así como el exceso de colesterol LDL circulando en la sangre es una bomba de tiempo, los niveles elevados de colesterol HDL resultan ser un bálsamo para el funcionamiento cardiovascular. Tal es así que figuras prominentes de la cardiología no dudan en ver en éste una suerte de panacea para la aterosclerosis. De eso está convencido Valentín Fuster, ex presidente de la American Heart Association y director de cardiología de la Mayo Clinic, de los Estados Unidos.
De visita en la Argentina, para participar del International Concurrent Scientific Events (ICSE 2003) que se realizó en Buenos Aires en mayo último, Fuster disparó ante un nutrido auditorio: “Si ustedes me preguntan cuál es hoy el mejor medicamento para evitar los coágulos que obstruyen las arterias y llevan al infarto, yo les responderé que es el colesterol HDL”.
Estas lipoproteínas de alta densidad cumplen con una función realmente noble: patrullan las arterias en busca de lipoproteínas de baja densidad (LDL) descarriadas a las cuales les arrebatan el peligroso excedente de colesterol que no ha sido captado por las células del organismo, para luego devolverlo al hígado que es donde menos daño hace.
Pero eso no es todo. Varios estudios realizados por Fuster han revelado que el “colesterol bueno” es aún más bueno de lo que se suponía hasta hace unos pocos años. Fuster demostró experimentalmente que a mayores cantidades de colesterol HDL, menores concentraciones de una temible sustancia llamada “factor tisular”, conocida por su capacidad de provocar la inflamación de la pared arterial.
Así, un incremento del 1% de los niveles de colesterol HDL se traduce en una reducción de hasta un 3% en el riesgo de sufrir un infarto. ¿Cuáles son los valores de colesterol HDL recomendados? Lo más alto posible, es una respuesta correcta; de todos modos, cualquier cardiólogo esbozará una sonrisa si éstos se ubican por encima de los 40 mg/dl, y se llenarán los ojos de lágrimas de alegría si superan los 60 mg/dl.
En mayor o menor medida, todos los medicamentos que se emplean para tratar la hipercolesterolemia colaboran a aumentar los niveles de colesterol HDL en sangre. Claro que el mismo efecto se obtiene haciendo actividad física, preferentemente de tipo aeróbico, lo que como sabemos carece de efectos adversos.