DIALOGO CON EL PSIQUIATRA FRANCOIS LEGUIL
Psicoanálisis en cápsulas
Por Sergio Federovisky
Las crisis tienen consecuencias estadísticas, materiales y de las otras, del alma y de la mente. El mundo padece, a partir de Torres Gemelas, afganistanes e iraquíes diversos, consecuencias variadas dentro de las que se destacan de manera excepcional, aquellas que conllevan un malestar emocional de las personas.
La Argentina no está exenta: desde que el 20 de diciembre de 2001 se desfondaron los marcos de referencia que delimitaba el Estado, no sólo cayeron las instituciones; también la autoestima de la gente. Una de cada diez personas que hacen consultas en el Hospital de Clínicas de Buenos Aires revela síntomas de depresión.
Los números referidos al crecimiento de la depresión clínica son alarmantes. La Organización Mundial de la Salud dice que en los próximos 15 años la depresión pasará a ser la segunda causa de enfermedad en el mundo. Es posible que así sea en Argentina, donde las consecuencias (desocupación y media población bajo la línea de pobreza) han sido atroces. Pero también lo es en Francia, donde el Estado por primera vez ha decidido ampliar al psicoanálisis su intervención en cuestiones de salud pública, dando lugar a un debate interminable.
A propósito de la realización de las Jornadas de la Escuela de Orientación Lacaniana, Futuro dialogó con quien será el invitado extranjero de honor de dicha actividad, François Leguil. Médico y psiquiatra, Leguil ejerce el psicoanálisis en París, donde además practica la docencia. Entre hoy y mañana estará en Buenos Aires hablando de “la neutralidad del analista”.
–La profundización de la crisis conduce a un empeoramiento de la calidad material de vida de las poblaciones, y de su salud mental. Afloran entonces los sanadores y hechiceros y los que alientan el consumo de psicofármacos. ¿Qué tiene para ofrecer el psicoanálisis en ese terreno?
–La brujería data del alba de la humanidad. Tiene sus cartas de nobleza. Pero ya no creemos en ella, desde que estamos animados por una exigencia de racionalidad. Sin embargo, no estamos para criticar o condenar a aquellos que creen en ella. Sólo tenemos que difundir el ejemplo de un acercamiento más luminoso y más eficaz para contrarrestar el sufrimiento moral. En cuanto a la charlatanería, Freud señaló desde sus comienzos que las ciencias más institucionalizadas podían producirla ampliamente, tanto como otras disciplinas. El sufrimiento moral afecta el cuerpo, lo enferma y el cuerpo a su vez, agrava este sufrimiento moral; no estamos en contra de los medicamentos, que pueden proveer grandes servicios. Hay que saber, simplemente, que no modifican la causa de los trastornos.
–¿Es válido, en ese sentido, aplicar al psicoanálisis la demanda de cientificación que pesa sobra la medicina? La medicina avanza de manera comprobable en oncología, por ejemplo. ¿Se le puede exigir lo mismo al psicoanálisis en un momento en que crece la sensación de que aumenta la demanda y la cantidad de “enfermos”?
–Las exigencias de cálculo han conquistado a la medicina desde mucho antes de la Segunda Guerra Mundial. Los progresos de esta medicina científica son un beneficio para la humanidad. Cuanto más se multiplican, sin embargo, más dejan de lado todos los sufrimientos humanos que competen a la existencia, a la sociedad, al lenguaje, a las relaciones con los otros. Estos sufrimientos son nuestro objeto; pueden arruinar una vida y envenenar un destino tanto como una enfermedad microbiana, metabólica o cancerosa. Este objeto no se puede poner en cifras, ni agotar con las estadísticas. Si se lo intenta, se tienen muchos resultados, pero en la realidad esto no corresponde a nada creíble, por la sola razón de que la significación no tiene ningún sentido si no respeta la particularidad absoluta de cada caso. Podemos lamentarlo, pero es así: los más grandes sabios que pretenden lo contrario faltan a la seriedad y representan un peligro público pero tan temible como los charlatanes de los que usted hablaba.
–Si la depresión se presenta hoy como una epidemia derivada de la crisis, ¿cuál es el papel que debe jugar la política estatal de Salud Pública en este tema?
–Decir que la depresión es una epidemia no es hacer otra cosa que subrayar que se ha convertido en un fenómeno de masas. Esto es incuestionable, pero no alcanza para pretender que sabemos lo que es. Lo que sabemos es que existen antidepresivos. Estos son activos muy a menudo, pero allí también el mercado internacional y los beneficios de los grandes grupos farmacéuticos pueden hacernos creer que van a regular la cuestión sin ocuparse de la naturaleza de esos sufrimientos. Si se los deja avanzar en esa dirección, los problemas de salud pública van a volverse colosales. Ya lo son en muchos países industrializados. Los psicoanalistas deben ocuparse de hacerlo saber y testimoniar lo que escuchan todos los días.
–Usted puntualiza que hay una visualización crítica de las instituciones y del lugar de éstas en la globalización. ¿Es que entró en crisis la “autoridad” o el formato mismo de las instituciones?
–La crisis de la autoridad no data de ayer; desde hace varios siglos acompaña el despliegue de la tecnología. Lacan teorizaba sobre la declinación del padre, y recientemente, Jacques-Alain Miller mostraba que este tema recorría toda la Comedia Humana de Balzac. La caída de la autoridad no sólo tiene inconvenientes: la igualdad entre los sexos es una de las ventajas. Además aumenta la angustia. El psicoanalista puede formar parte de aquellos que recuerdan a la sociedad que ninguna autoridad nueva es posible si no satisface el deber de la verdad. Sí a la autoridad a condición de que sea auténtica.
–Usted sabrá que la Argentina padeció hace dos años una brutal crisis político-institucional que derivó en la renuncia del presidente y el reclamo casi unánime de la ciudadanía de “que se vayan todos.” Sin embargo, dos años después y pese a que hay un gobierno comprometido socialmente, las instituciones siguen siendo las mismas; es decir que “se quedaron todos.” ¿Qué reflexión le merece?
–Puedo decirle algo: es una cita de Lacan que, refiriéndose a Freud, dice que “nadie como este hombre de consultorio ha rugido tanto contra el acaparamiento del goce por parte de aquellos que acumulan sobre las espaldas de los otros las cargas de la necesidad”.