BIOLOGíA Y SIMETRíA
A través del espejo
Por Federico Kukso
Bueno-malo, arriba-abajo, blanco-negro, frío-caliente, adentro-afuera son algunos de los pares de opuestos que como columnas sostienen el mundo. O mejor dicho, que sirven para organizar lo más fácil posible la vida humana. Su virtud no es otra que la simplicidad; esa esquiva y última cualidad de las cosas, conceptos e incluso relaciones, que siempre se busca pero nunca se alcanza, al menos totalmente. Conglomerados de díadas como éste son persistentes y recurrentes, pero no se completan sin aquella distinción presente incluso en los infinitesimales recovecos del micromundo hasta en la vastedad galáctica: izquierda-derecha.
Como se sabe, derecha e izquierda no son sólo las dos caras de una impostura ideológica, sino también una cuestión de biología. En todo momento el par resurge tanto en la naturaleza como en el templo de la intimidad humana, el cuerpo. A pesar de que por fuera los organismos parecen respetar a rajatabla la “simetría bilateral” (dos brazos, dos piernas, dos ojos, dos orejas), en el interior reina la asimetría. Por empezar, el corazón se encuentra inclinado un poco hacia el lado izquierdo, como el bazo y el estómago. El hígado, en cambio, está ubicado a la derecha. (El cerebro podría considerarse una excepción pues es simétrico en su forma y asimétrico en sus funciones.)
Un grupo de investigadores japoneses de la Universidad de Osaka cree que esta asimetría interna es controlada por el flujo del fluido sobre el embrión. Flujo que a la vez está regulado por unos filamentos microscópicos llamados “cilios” (estructuras similares a minúsculos pelos) de unas células que normalmente generan un movimiento del fluido de derecha a izquierda. Aparentemente, el proceso falla en los cuadros de situs inversus, esto es, en aquellos rarísimos casos en los que los órganos se desarrollan en el cuerpo ubicándose al reverso de lo normal.
Segun como se lo mire
Pero además, las distintas partes del cuerpo que aparentan simetría total nunca la alcanzan completamente. Las mitades de la cara son un claro ejemplo: no son idénticas. El lado izquierdo de la cara es más expresivo que el lado derecho. Así lo sugieren científicos de la Universidad de Kioto que analizaron la cara de bebés recién nacidos llorando. Con la ayuda de un proceso de fotocomposición con la que se recompuso la faz llorosa completa duplicando media cara (como en un espejo), diez adultos con hijos compararon cuál de las caras compuestas denotaban más expresividad. El resultado fue que la mayoría coincidió en elegir la expresión formada por el lado izquierdo como la más fuerte.
Donde uno mire, en la naturaleza hay una ínfima pero aún así perceptible asimetría. La cadena de ADN se enrosca hacia la derecha porque los azúcares que componen sus nucleótidos son diestros, como los relojes, las galaxias y los electrones, en las profundidades de la estructura atómica.
Quizá por su escasez en el mundo de todos los días, la simetría es un concepto que ha sido asociado con la belleza y la perfección. Desde prácticamente siempre llamó la atención humana. El círculo y la esfera fueron casi figuras de culto entre los antiguos griegos, quienes los adoraban hasta más no poder: el círculo es perfectamente simétrico respecto de cualquier línea recta que pase por su centro, y la esfera lo es respecto de cualquier plano que la corte pasando por su centro. De ahí a elaborar una concepción divina del universo había un solo paso: se supuso que los cuerpos celestes eran perfectos, teniendo forma esférica y girando en círculos alrededor de la Tierra.
Disipaciones dogmaticas
En física, la cuestión no pasó sin alboroto. Desde los albores de la revolución científica con Galileo y Newton, se sostuvo como dogma la hipótesis de que la naturaleza no tenía preferencia alguna por la derecha o la izquierda. Lo cual no quería decir otra cosa que el mundo visto directamente no se diferenciaba en nada del mundo mirado a través de un espejo. En un acto de fe que no se disipó sino hace muy poco tiempo, eran simplemente equivalentes.
Sin embargo, en 1956 los físicos chinos Tsung Dao Lee y Chen Ning Yang comenzaron a desconfiar del principio (llamado “de conservación de la paridad”) en algunos fenómenos de decaimiento radiactivo y sugirieron teóricamente, luego demostrado en laboratorio por la física Chieng Shiun Wu, que la simetría en la paridad (simetría izquierda-derecha) era violada en el mundo físico. Al menos, en relación con ciertos fenómenos ligados a la interacción débil, una de las cuatro fuerzas de la naturaleza. Los resultados obtenidos en experimentos sobre fenómenos del micromundo (partículas elementales) indicaron que nuestro universo no es tan simétrico como se creía y que, después de todo, el universo que se ve en un espejo diferiría del universo real. Habría, por así decirlo, una pizca de diferenciación entre la izquierda y la derecha. La cuidada idea de la perfección del universo (por donde se lo vea) entraba en retirada.
¡Que siniestro!
Igualmente no bastaba con mirar el interior de la materia para darse cuenta de que existen objetos que difieren de su imagen especular. Así están los llamados cuerpos “enantiomorfos”, aquellos objetos iguales pero orientados de manera distinta. Entre los más corrientes se pueden citar los pies, orejas, tornillos y abrelatas, estos últimos hechos para diestros en un mundo ordenado y cómodamente dominado por diestros.
Pese a que ya las maestras no atormentan a sus alumnos ni los padres se horrorizan ante sus hijos “por su condición”, ser zurdo aún es visto como ir en contramano del mundo. No hay que olvidar que “siniestro” (del latín sinister, izquierdo), permanece como adjetivo despectivo. El punto más álgido de esta asociación puede encontrarse en la Albania bajo la dictadura del comunista Enver Hoxha (1944-1954) donde ser zurdo era lisa y llanamente ilegal. Alejandro Magno, Leonardo Da Vinci, Rafael, Napoleón, Albert Einstein, Lewis Carroll y Carlomagno no hubieran podido caminar libremente por la calles de Tirana.
Sea como fuere ser zurdo o diestro, como se ve, no es lo mismo. A diferencia de los chimpancés, que en su mayoría son ambidextros por naturaleza, los seres humanos tienden a favorecer una mano en detrimento de la otra. Tal elección y la correspondiente especialización cerebral pudo haber sido crucial en la evolución de la humanidad hace alrededor de 137 mil años, en el “salto” de Homo erectus a Homo sapiens. Si y sólo si no se transa con la idea de que la diferenciación izquierda-derecha fue más que un accidente (o capricho) de la evolución de los seres vivos.