futuro

Sábado, 27 de diciembre de 2003

HORMIGAS Y ANTICAPITALISMO

La revolución improvisada

Por Esteban Magnani

Podrán cortar una flor, pero nunca impedir la primavera”, festeja la frase de un luchador optimista. Más allá de un toque ingenuo, hay una cosa cierta: existen movimientos que, por su masividad y por la forma en que se producen, son imposibles de frenar. Uno de estos movimientos es el anticapitalista –mal llamado antiglobalización–, cuya mayor fuerza reside en la falta de centralización, algo que enloquece a las autoridades tan preocupadas por sofocarlo. Para su desgracia, después de los insistentes fracasos por alcanzar utopías sociales, quienes intentan cambiar el mundo parecen estar descubriendo que es el método el que conduce al fin y que, al no delegar el poder en nadie, el sistema mismo es el que cambia, se hace más resistente y diverso. Contra todo lo que dicen los manuales sobre la eficacia de una organización centralizada, la democracia directa está demostrando una flexibilidad y adaptabilidad desconcertantes para los aparatos represivos.
Pero, ¿cómo hacer algo si nadie toma la decisión por todos? Parece imposible, pero la naturaleza brinda muchos ejemplos, de los cuales se puede aprender que el verticalismo, mal que les pese a muchos, no sólo resulta poco saludable para la mayoría sino que tampoco es necesariamente más eficiente. Es decir, que los sistemas jerárquicos no son universales y la naturaleza tiene algunos representantes muy educativos.

Cerebro de hormiga
Sobran ejemplos en los que la suma de las partes es más que el todo: las neuronas del cerebro humano son esencialmente una red en la que las señales circulan sin aparente lógica. La historia de la evolución misma es básicamente la historia del caos y la casualidad. Pero un ejemplo de trabajo cooperativo que resulta especialmente interesante es el de las hormigas, muy utilizadas por los anarquistas a lo largo del siglo XIX para explicar sus ideas.
Más cerca en el tiempo, John Jordan, conocido activista británico y uno de los fundadores del movimiento Reclaim the Streets (algo así como “Reclama las calles”), las utilizó para explicar la esquiva forma de “des-organización” del movimiento anticapitalista global en un libro de reciente publicación llamado Estamos en todas partes, del que es autor junto al resto de un colectivo.
Allí se explica que, si bien las hormigas cuentan con una reina, ésta sólo tiene una función reproductiva y “no anda gritando órdenes a las miles de trabajadoras”. En cambio, es el intercambio de información entre las hormigas individuales lo que les permite actuar en forma eficiente. Ellas parecen deambular con su carga, chocando y perdiendo el tiempo estúpidamente, pero en realidad son estos encontronazos los que les permiten comunicarse. Gracias a esta falta de un plan central, alguna hormiga solitaria se pierde y encuentra un mendrugo en una zona nueva.
Hay que aclarar –para alimentar los egos nacionalistas– que Jordan brinda especial atención a las hormigas argentinas. En los años ‘20, un grupo de ellas llegó a Europa y su forma de organización cooperativa entre colonias le permitió llegar a ocupar en la actualidad territorios desde Portugal hasta el sur de Italia. Y de ellas, según Jordan, los nuevos movimientos políticos de resistencia al capitalismo, pueden aprender algo.

Cuatro lecciones
La primera es la necesidad de estar interconectados. Unas pocas hormigas deambulando por una cocina no van a encontrar mucho. Grupos anticapitalistas sueltos no van a encontrar la valla caída. Tampoco un investigador aislado va a descubrir el escándalo de Enron. Pero, si uno conecta estos trozos de información, el resultado va a ser totalmente distinto: “Muchos pequeños pedazos interactuando crean la magia exponencial del emergente, la lógica del hormiguero”, resume Jordan.
Otra gran enseñanza es la de mantener cierta escala. Cuando un sistema crece, los problemas de comunicación y la división de tareas se vuelven casi inevitables. De allí a la concentración de poderes hay sólo un paso. El riesgo de centralizar información-poder es grande. Por eso, por ejemplo, el Moviment de Resistència Global-Catalunya, una coordinadora de grupos catalanes a los que recurrían los negociadores del gobierno y la prensa en busca de un interlocutor aceptado, finalmente se suicidó institucionalmente al descubrir que estaban siendo funcionales a su enemigo. Al comenzar a ser un referente centralizador, muchos habían comenzado a delegar tareas que si el Moviment por alguna razón dejaba de realizar, afectarían a todo el sistema.
La tercera lección que dan las hormigas es la importancia del azar. Esto resulta casi obvio si se tiene en cuenta que la vida sobrevivió gracias a la diversidad de comportamientos. La impredictibilidad de las acciones individuales, que tanto molestaría a cualquier sistema centralizado, es justamente la que da la cuota de creatividad necesaria para la evolución. “Sin el azar, la evolución se termina”, cierra la lección.
Por último, señala Jordan, hay que aprender de las hormigas a actuar localmente, sin esperar órdenes tomadas desde la distancia. Cuantas más hormigas haya hablando con sus vecinas, más rápido la colonia resolverá sus problemas. La información local lleva a la sabiduría global y no al revés. De hecho, la mayoría de las protestas exitosas no fueron producto de un plan central sino de una propuesta que encontró su camino en muchas mentes y “evolucionó” hacia una protesta enorme.
Mucho más podría decirse sobre el tema, pero lo mejor será cerrar con una frase del activista inglés que haría temblar a más de un progresista: “La r-Evolución será improvisada”.

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