Sábado, 22 de mayo de 2004 | Hoy
BIOTECNOLOGIA
Por Federico Kukso
La (bio)tecnología arrincona cada vez a la imaginación.
Y, en el ring de lo real, hace rato lo descabellado se volvió factible,
y lo impensado, moneda corriente: clones, alimentos genéticamente modificados,
afán de lucro y manipulación à la carte (con sospechosos
aires de eugenesia) parecen combinarse sin mucho orden y recato en los menúes
de las más oscuras empresas y burócratas on the edge de la ola
científica. El asombro parece desinflarse sin mucho alboroto. Ya nada
llama tanto la atención (como antes) y las ideas frankenstenianas pasan
casi inadvertidas. Total, mañana algún que otro nuevo experimento
superará holgadamente en extravagancia al del día anterior. Y
así ad aeternum.
Tal vez por eso el proyecto artístico-científico-filosófico
de la joven dupla artística formada por el austríaco Georg Tremmel
y el japonés Shiho Fukuhara, dos alumnos del departamento de Diseño
Interactivo del Royal College of Art de Gran Bretaña, no devenga, por
lo pronto, en carne de debate o erice los (pocos) pelos del más alarmista
de los conservadores, aquellos sujetos reacios en aceptar que la ciencia y el
conocimiento (por extraño que sea) no pueden ser frenados. La elucubración
es la siguiente: Tremmel y Fukuhara planean inyectar ADN de una persona muerta
en un manzanero para así crear una suerte de tumba viva con la “esencia
biológica” del difunto. O sea, algo así como guardar la
vida humana dentro de una manzana. Pero lo más curioso no es eso sino
que, aunque muchos no lo crean, el proyecto ya cuenta con alrededor de 70 mil
dólares de auspicio otorgado por la Financiera Nacional Inglesa de la
Ciencia, Tecnología y Arte (Nesta) para que Biopresence (www.biopresence.com),
la empresa de este extravagante dúo, despegue del suelo.
El plan original de estos “bio-artistas”, ayudados por el científico
Joe Davies del Alexander Rich’s Biology Lab del Massachusetts Institute
of Technology (Boston, Estados Unidos), consiste en introducir en las manzanas
del tipo Granny Smith secuencias individuales de ADN “basura” (aquel
material genético –casi 95 por ciento del ADN total– que
no codifica proteínas) de un donante en el genoma del árbol. Así
crearían un híbrido en el que los genes humanos no tendrían
actividad alguna (serían en realidad un “eco” del muerto),
sin alterar la estructura del manzanero.
Aún en estado de hipótesis, el proceso comenzaría por sacar
algunas células de piel de la persona a ser “arbolada”. Luego,
estas células deberían tratarse para extraer el ADN que contienen,
para después meterlas directamente –mediante la utilización
de la bacteria Agrobacterium tumefaciensen como vector de transmisión–
en semillas. Al cabo de seis meses, éstas podrían ser plantadas
(para luego vender el árbol en 40 mil dólares cada uno).
Tremmel y Fukuhara aclararon que lo que verdaderamente les gustaría estudiar
son los problemas morales, éticos y sociales que acarrearían estas
plantaciones, y que podrían haber elegido cualquier tipo de árbol
pero finalmente se decidieron por un manzanero por su clara referencia al bíblico
árbol de la tentación.
“Vida es ADN. Si pudieras pasar tu ADN a un árbol, vivirías
en él. Según parece, nuestro proyecto está dando a la gente
cierto sentido de esperanza y tranquilidad”, dijo Tremmel. Lo que no quedó
del todo claro es si se incurriría o no en canibalismo si alguna vez
uno se olvidara de todo esto y, tentado, comiera las manzanas.
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