Sábado, 24 de julio de 2004 | Hoy
El encuentro se planeó con mucha anticipación.
Las gestiones comenzaron como tímidos tanteos y luego se fueron fortaleciendo
con el correr de las semanas hasta llegar al más alto nivel. Finalmente,
el 25 de junio de este año, todo estaba listo: cuáles serían
los temas a tratar, quiénes participarían del encuentro y cuánto
tiempo ambos mandatarios estarían juntos. Sin embargo, la anunciada reunión
del presidente Néstor Kirchner y el mandatario ruso Vladimir Putin nunca
pudo concretarse. La cancelación de último momento no se debió
a un aviso de bomba ni al temor a un ataque terrorista, sino a un frente de
tormenta ubicado entre la República Checa y Bielorrusia, que impidió
al Tango 01 partir de Praga a tiempo. Los jefes de Estado tuvieron que conformarse
con una conversación telefónica.
Es que los cambios del tiempo –buenos para unos, malos para otros–
suceden a veces de manera inesperada y brusca, a pesar de los esfuerzos para
predecirlos. Organizado por el Planetario Galileo Galilei, el martes pasado
se realizó el quinto Café Científico del año en
la confitería del Hotel Bauen, Callao 360. Bajo el título “¿Se
puede confiar en los pronósticos? Los caprichos del tiempo”, la
meteoróloga Claudia Campetella (Departamento de Centro de Investigaciones
del Mar y la Atmósfera de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales
de la UBA) y Antonio Gil (pronosticador del Servicio Meteorológico Nacional)
contaron sus experiencias predictivas y discurrieron sobre los vaivenes del
tiempo (meteorológico, claro está). El próximo Café
Científico será el martes 24 de agosto a las 18.30, y el tema:
“Psiquiatría vs. Psicología: ¿Medicación o
terapia?”. La entrada es libre y gratuita.
TIEMPO Y CLIMA
Claudia Campetella: Seguramente ustedes dirán que no se puede confiar
en los pronósticos. Nosotros vamos a tratar de convencerlos de que sí
se puede e intentaremos mostrarles por qué un pronóstico puede
salir mal en la Argentina. La meteorología es una ciencia que pertenece
a las ciencias naturales, pero combina metodologías propias de las ciencias
exactas y de las ciencias experimentales. Abarca el estudio los fenómenos
que se producen en los primeros doce kilómetros de la atmósfera,
cerca de la superficie terrestre. Una diferencia fundamental es la que distingue
“tiempo” de “clima” (como en inglés, weather
y climate). En los medios de comunicación muchas veces se habla de “clima”
cuando en realidad están hablando de “tiempo”. Las condiciones
del tiempo están determinadas por los valores de distintas variables
meteorológicas como la temperatura, la humedad, el viento, la presión
y la nubosidad. Todos estos datos permiten conocer el estado del tiempo en un
lugar y un momento específicos. El clima de una zona, en cambio, queda
determinado por las condiciones medias, es decir, el promedio de las distintas
variables en un período de 30 años aproximadamente. Lo que cambia
momento a momento es el tiempo, el clima cambia en décadas. El pronóstico
del tiempo es un informe sobre las condiciones meteorológicas previstas
para un tiempo y un lugar determinados. Para llegar a lo que uno escucha con
respecto a cómo va a estar el tiempo en los próximos dos días,
hubo todo un paso previo que es muy importante y del cual va a depender que
ese pronóstico sea bueno o no. El primer pilar es la recolección
de los datos, el segundo es un control de calidad de esos datos y el tercero,
el análisis. Estas tres primeras etapas permiten conocer cómo
está la atmósfera ahora. Para poder predecir cómo va a
ser la situación en el futuro se hace un modelo
de pronóstico, que puede ser numérico, elaborado por una computadora
o hecho por un observador con amplia experiencia que mira cómo está
la atmósfera y pronostica él mismo cómo va a estar en los
días sucesivos. El último paso es el postprocesamiento, que tiene
que ver con la verificación de esos pronósticos. El Hemisferio
Sur está en gran medida compuesto por agua, por lo tanto puede haber
pocas observaciones de superficie.
Desde la década del 70, con el desarrollo de los satélites meteorológicos,
se pudo suplir en gran medida las observaciones sobre el mar. Estos satélites
proveen una gran cantidad de datos, salvan el déficit de datos que nosotros
teníamos y han mejorado la calidad de los pronósticos numéricos
en el Hemisferio Sur. Una vez que uno tiene todos los datos y verificó
su calidad, se vuelca la información en una grilla llamada retícula
y así se pueden trazar líneas de igual presión, temperatura,
etc. Cuanto más datos tenga, mejor va a ser la calidad del pronóstico.
Hace décadas, el pronosticador evaluaba cómo iban a ser los cambios.
La atmósfera es un fluido regido por determinadas leyes organizadas en
ecuaciones matemáticas que, con el desarrollo de la informática,
pueden ser resueltas rápidamente. Así es que se empezó
a trabajar con modelos numéricos; ya no es algo subjetivo, sino que la
computadora, luego de resolver muchas cuentas, nos dice qué va a pasar.
La complejidad del modelo va a depender de los medios computacionales de los
que uno disponga. Con el advenimiento de Internet, todos se creen pronosticadores
y meteorólogos, porque uno accede a la red, mira los pronósticos
y listo. Sin embargo, en cada uno de los pasos para elaborar un pronóstico
hace falta que haya un meteorólogo. Para el análisis, por ejemplo,
es necesario que alguien interprete los datos porque puede haber valores que
se hayan filtrado al control de calidad. Los modelos de pronóstico numérico
también tienen falencias y es el pronosticador el que tiene que poder
identificarlas. Un pronosticador no les cree 100% a los pronósticos numéricos,
sino que siempre les pone un valor agregado que es su experiencia. Es importante
que el pronosticador conozca las virtudes y defectos de los modelos numéricos
para cada región.
UN BUEN DIAGNOSTICO
Claudia Campetella (continúa): Un pronosticador recopila información
sobre el tiempo presente y los distintos pronósticos que proveen los
servicios meteorológicos, interpreta la información de manera
que pueda llegar a los usuarios un pronóstico útil para las distintas
actividades. El pronóstico no es adivinación ni responde a lo
que dice una bola de cristal, sino que el meteorólogo debe conocer las
leyes físicas que gobiernan los procesos de la atmósfera y evaluar
cómo esos procesos modificarán el estado desde la condición
actual hasta una futura. Hay situaciones del tiempo que son más fáciles
de pronosticar que otras. Acá entra en juego la predictibilidad, que
apunta a cuán pronosticable es una situación. Uno tiene diferentes
modelos numéricos. Si uno compara los pronósticos hechos con tres
modelos numéricos para un mismo tiempo y lugar y ve que todos pronostican
más o menos lo mismo, puede entonces afirmar que la situación
dada es altamente pronosticable. Lamentablemente, este tipo de situaciones no
se da frecuentemente. Lo que suele pasar es que los modelos de pronóstico
divergen y, por lo tanto, se dan situaciones muy difíciles de pronosticar.
Antonio Gil: Lo primero que se necesita para construir un pronóstico
es un buen diagnóstico. En meteorología hacemos cosas muy parecidas
a las que realiza un médico. Así como cuando uno concurre a un
médico el profesional realiza ciertos análisis, radiografías
y estudios, en meteorología lo primero que se hace es obtener datos de
superficie. El Servicio Meteorológico Nacional cuenta con una red de
más de 12 estaciones en todo el país, desde La Quiaca hasta la
Antártida. En todas estas estaciones se realizan, una vez por hora, las
observaciones meteorológicas. Entre las menos diez y la hora en punto,
los observadores meteorológicos de estos 120 lugares salen a tomar datos
tales como la temperatura, la humedad, la precipitación y la intensidad
y dirección del viento. Existe una serie de normas para que todos los
observadores que hay en el mundo hagan su trabajo siguiendo ciertas reglas comunes.
Además de estos datos de superficie, es necesario saber qué pasa
en la vertical, en altura. Para ello se usan globos meteorológicos, que
llevan colgada una serie de instrumentos que transmiten a tierra los datos que
va recogiendo a medida que asciende. Llega un momento en que el globo revienta
y los aparatos se pierden, pero los datos se conservan.
Otros de los elementos que se utilizan para confeccionar el pronóstico
son las imágenes satelitales (que permiten ver, por ejemplo, cuáles
son las zonas de mayor nubosidad) y las imágenes de radar que, puestas
en secuencia muestran, como si fuera una película, cómo se van
trasladando las nubes. La única limitación que tiene el radar
es la distancia y eso está dado por la curvatura de la Tierra. Para que
toda esta información (datos de superficie y de altura e imágenes
satelitales y de radar) esté disponible para la persona que vaya a realizar
el pronóstico, es necesario que haya normas universales de medición,
es decir, que todos tomen los datos de temperatura, presión y viento
en el mismo momento. Lo que se busca es que los datos observados en un lugar
se puedan comparar con lo que está ocurriendo en otra parte. Además,
hace falta que todos los países tengan los instrumentos calibrados de
la misma manera, que exista una aceitada red de comunicaciones y que haya cooperación
internacional.
Una vez que se recolectan todos los datos, son volcados en cartas meteorológicas.
La primera carta del tiempo en Argentina fue publicada el 21 de febrero de 1902,
cuando el Servicio Meteorológico dependía del Ministerio de Agricultura.
Al confeccionar las cartas de superficie se busca encontrar cuáles son
las zonas en las que hay más presión y en dónde hay menos.
Así podemos tener una primera idea de cómo se está moviendo
el aire, que siempre se desplaza desde donde hay más presión hacia
donde hay menos presión. También se intenta establecer dónde
está el aire con mayores temperatura y humedad. Con los datos recopilados
gracias a los globos meteorológicos, se elaboran los mapas de altura
para saber cómo está el aire en la vertical. Como la lluvia se
genera en los niveles superiores, es muy importante conocer lo que ocurre más
arriba de la superficie terrestre. Cuando la carta está hecha, tenemos
una idea clara de qué es lo que está pasando y podemos dedicarnos
a estudiar qué es lo que va a pasar.
Claudia Campetella: Según la Organización Meteorológica
Mundial, en cada punto de observación deben lanzarse dos globos por día
a una distancia de 400 kilómetros uno de otro. En Argentina se hace un
lanzamiento diario y de apenas cuatro globos. Otro punto importante es el de
los radares: nosotros tenemos un solo radar en Ezeiza, que cubre el sur del
Litoral y gran parte de la provincia de Buenos Aires. Para los pronósticos
a muy corto plazo (como por ejemplo saber si va a haber un tornado como el que
afectó a la localidad de Guernica en el año 2000) hace falta que
haya radares que funcionen y que estén coordinados y hay que estar dispuesto
a invertir.
NAPOLEON III Y EL CUERO DEL METEOROLOGO
Antonio Gil (continúa): Una de las primeras veces en las cuales se tomó
conciencia de que era posible predecir el tiempo fue a raíz de un desastre
ocurrido durante la guerra de Crimea, cuando la flota anglo-francesa perdió
gran parte de sus naves como consecuencia de la fuerte tormenta del 14 de noviembre
de 1854 en Balaclava. Entonces, a Napoleón III se le ocurrió que
el desastre podría haberse previsto y le encargó a Urbain Le Verrier
(1811-1877) la confección de un sistema que permitiera predecir tormentas.
Le Verrier se dedicó a viajar por Europa para recopilar datos y llegó
a la conclusión de que el desastre sufrido por la flota anglo-francesa
podría haberse evitado. Así se decidió instalar una serie
de estaciones meteorológicas en los alrededores de París, que
serían enlazadas por telégrafo para poder emitir avisos de mal
tiempo en caso necesario, pero pasó lo que tenía que pasar: algunos
pronósticos salieron mal, la comunidad científica fue un tanto
cruel, Le Verrier se deprimió y terminó suicidándose. Por
suerte, los meteorólogos actuales tenemos el cuero un poco más
duro.
AHORA MISMO
Antonio Gil (continúa): A los pronósticos se los puede clasificar
según distintos criterios. Por un lado, se los agrupa con respecto a
cuál es el plazo al que están dirigidos. Hay pronósticos
de muy corto plazo (una o dos horas), llamados nowcast o pronósticos
“de ahora”, que abarcan áreas muy pequeñas y permiten
conocer, por ejemplo, qué es lo que va a pasar con una tormenta y así
saber qué le va a ocurrir a la gente que esté en la ruta de esa
tormenta. En la Argentina, este tipo de pronósticos está en etapa
experimental porque requiere un sistema de comunicaciones muy aceitado, no ya
para adquirir los datos, sino para hacerlos llegar al público. Hay otro
pronóstico, que tal vez sea el que nos resulta más familiar a
todos: se llama “de corto y mediano plazo” y es el que abarca el
período de entre 24 y 120 horas. Este pronóstico se publica en
los diarios y se emite por televisión. Por último, existen pronósticos
de períodos más largos que abarcan semanas hasta un máximo
de tres meses. El otro tipo de pronóstico se realiza en función
de los usuarios, ya que un mismo fenómeno puede ser interpretado de distintas
maneras por personas que están en situaciones diferentes. Para el usuario
común puede hablarse de “mal tiempo” cuando va a llover,
pero para un agricultor esto no es así, mientras que a alguien que navega
le va a interesar poco si llueve o no, pero le va a interesar mucho la intensidad
del viento.
Para consultar el pronóstico:
Servicio Meteorológico Nacional: www.meteofa.mil.ar
Centro de Investigaciones del Mar y la Atmósfera (UBA): www.prono.cima.fcen.uba.ar
SENSACION
TERMICA: LOS MIL Y UN MAÑANAS EL AZOTE DE
LA LLUVIA |
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