Sábado, 24 de julio de 2004 | Hoy
CURIOSIDADES: LA HISTORIA DEL INODORO
El filósofo eslovaco Slavoj Zizek dice que los inodoros franceses son “jacobinos” y los sajones “pragmáticos”. Pero se olvidó de los japoneses, los más sofisticados del mundo y que incluso cuentan con museo propio. Este artefacto fue inventado por un ahijado de la reina Isabel I de Inglaterra; mientras que el origen del bidet se remonta a las Cruzadas, cuando se lo usaba como anticonceptivo. Napoleón lo popularizó entre los franceses, pero hoy menos de la mitad tiene uno en su casa. La globalización, le dicen...
RUIDOS MOLESTOS
Mientras en el resto del mundo la gente se le sienta encima sin demasiado respeto,
los japoneses veneran al inodoro al punto de haber consagrado al 10 de noviembre
como el “día del cuarto de baño”. Eso no es todo:
el japonés es el único pueblo capaz de hacer cola los fines de
semana para visitar el Museo del Inodoro, inaugurado –como no podía
ser de otro modo– en la ciudad de Kagawa. Y no es para menos. En Japón,
la mayoría de estos artefactos posee la más alta tecnología.
Hasta los más baratos tienen un dispositivo que forra el asiento con
una capa de polietileno que, además de prevenir enfermedades, está
tibia, lista para que el usuario se sienta como en casa. Con sólo apretar
un botón, también rocían desodorante ambiental y los más
sofisticados disparan chorros de agua para masajear a los constipados.
El profesor Miko Nishioka, de la Universidad de Keio, está considerado
el mayor experto en baños del mundo. Escribió una tesis sobre
el papel higiénico y sus investigaciones sobre el pudor de las japonesas
hicieron que la marca de sanitarios más conocida de Japón lanzara
hace unos años un dispositivo llamado “Oto Hime” (rumor de
princesa). Es que Nishioka descubrió que, para enmascarar ruidos desagradables,
al igual que muchas mujeres de todo el mundo, las niponas abren la canilla y
dejan correr el agua mientras se sientan en el trono. Y el Oto Hime sirve para
reproducir fielmente el sonido del agua sin despilfarrar una gota. Su uso se
extendió tanto que hoy en día se considera de mala educación
que en un baño público una mujer no utilice esta especie de cajita
musical a batería.
CUIDADOS INTIMOS
Pero no fue un japonés el que inventó el inodoro. Sus orígenes
se remontan a la Antigua Grecia. Según registros históricos, los
griegos no tenían ningún problema en hacer sus necesidades en
público. Era frecuente que en medio de los banquetes, los esclavos romanos
trajeran escupideras de plata para que los nobles las usaran a la vista de todos
y luego se siguiera bailando y tomando. El palacio cretense de Knossos tenía
cuatro desagües que funcionaban en forma separada y desembocaban en grandes
cloacas construidas en piedra. Escondido en el interior del palacio estaba el
inodoro, un recipiente de arcilla con un asiento de madera y un pequeño
tanque de agua. Pero el invento se perdió allá en Creta y recién
miles de años más tarde, en el siglo XVI, Sir John Harington inventaría
un aparato similar para su madrina, la reina Isabel I, que se jactaba de su
limpieza y solía decir que se bañaba una vez por mes “haga
falta o no haga falta”. Sin embargo, muchos se burlaron de este absurdo
artilugio y Harington abandonó su carrera como inventor. Nunca más
volvió a construir un inodoro, pero él y su madrina usaron religiosamente
los suyos.
Hicieron falta doscientos años más para que un tal Alexander Cumming
patentara el inodoro que se usa actualmente. Al principio, pocos se animaban
a comprar uno, pero las ventas fueron subiendo a medida que se mejoró
el diseño y las redes cloacales redujeron las enfermedades, como la de
tifus que todavía persistía. El príncipe Alberto, marido
de la reina Victoria, murió de esta enfermedad en 1861. Poco después,
el príncipe de Gales perdió a su mayordomo y a un amigo en un
brote durante el verano. Las cloacas de la hostería donde se hospedaban
habían contaminado el agua y el problema fue corregido por un plomero.
Muy agradecido, el propio príncipe, confesó: “si no fuera
príncipe, sería plomero”. Y se convirtió en un ferviente
impulsor del inodoro de “interior”, construido dentro de las viviendas
y no en un patio, como se acostumbraba.
Por su parte, la historia del bidet se remonta a la época de las Cruzadas.
Se presume que fue inventado por los caballeros cruzados cuando volvían
de Jerusalén. Aparentemente estaba diseñado para lavar los órganos
genitales antes y después de tener relaciones sexuales, como método
anticonceptivo. Más tarde, durante la Revolución Francesa, este
artefacto ya era un signo de refinamiento. Claro que en esa época se
usaba sólo para lavar los bigotes y barbas. Napoleón era uno de
sus adoradores y cuando murió le dejó el suyo, de color rojo,
al rey de Roma, es decir, a su hijo. Inmediatamente, tener bidet se convirtió
en el último grito de la moda entre la nobleza. La novedad prendió
muy pronto entre la burguesía y, gracias a una gran campaña de
salud pública, para fines de la Segunda Guerra Mundial, casi todos los
hogares franceses tenían uno en su baño.
Para entonces, los parisinos se burlaban de los turistas ingleses que veían
un bidet por primera vez y lo usaban para hacer pis, limpiarse los pies o lavar
las medias. Pero según Roger-Henri Guerrand, un historiador especializado
en el lado “íntimo” de los franceses, muy pocos franceses
realmente se molestaban en usarlo, por la fuerte influencia del catolicismo.
Aparentemente, muchos seguían las enseñanzas de San Francisco
de Asís, que aconsejó a los cristianos permanecer sucios para
así tener una idea del olor del infierno. Recién en los ochenta,
cuando se desvaneció la influencia de la religión, los franceses
empezaron a bañarse. Pero para entonces el bidet ya era un objeto obsoleto.
Según las encuestas, hoy menos de la mitad de los franceses cuenta con
este artefacto. “Es la globalización”, dice Guerrand.
Quizá a eso se deba cierta fama de los franceses, pero los británicos
les llevan la delantera (en fama, por lo menos): “En los últimos
tres meses no me duché ni una vez y no siento ninguna necesidad”,
dijo hace unos años Trevor Newton, presidente de la compañía
de agua británica, durante la gran sequía que azotó a ese
país en los noventa. El anuncio sorprendió a los británicos,
que consideran a la ducha un “invento continental” y se inclinan
por el baño de inmersión una vez por semana.
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