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Sábado, 26 de marzo de 2005

NOVEDADES EN CIENCIA

NOVEDADES EN CIENCIA

Perfumes eran los de antes

BBC MUNDO

Mucho antes de que los franceses se jactaran de fabricar los mejores, muchísimo antes de que Patrick Süskind creara un personaje que asesinaba según el rastro que ellos le dictasen, los perfumes ya existían, tenían fragancias particulares y eran tanto o más caros que ahora. Un equipo de arqueólogos italianos que trabaja en unas ruinas en Chipre asegura haber descubierto los restos de lo que habría sido una fábrica de fragancias de la Edad de Bronce, y entre ellos barriles con perfumes de 4000 años de antigüedad, los más añejos conservados hasta hoy.
Y todo for export. Los enormes barriles de 500 litros de aceite encontrados hacen creer a los investigadores que el establecimiento funcionaba como proveedor de las principales ciudades del Mediterráneo del este, y no sólo de perfumes: al parecer, la fábrica era una más entre tantas dedicadas a otros rubros de producción manufacturada, una especie de polo industrial inserto en una época enteramente artesanal, más de 5500 años antes de que la industria fuese siquiera imaginada.
Una prensa de olivos, bodegas de almacenamiento y talleres de fundición de cobre; esencias de canela, laurel y mirto: máquinas y materias primas necesarias para elaborar las doce esencias distintas que los científicos pudieron reconstruir, según aromas que aún permanecían en botellones de arcilla.
Claro que todo producto industrial necesita de un mercado: Creta, en este caso. El perfume (hoy) chipriota era un elixir de la época, accesible sólo para pocos, además de ser utilizado para ceremonias religiosas y fúnebres. Quizá ni el valor arqueológico que puede tener en la actualidad se le compare. De todos modos, la ciencia agradece, por así decirlo, el terremoto que destruyó la fábrica y que ocultó sus restos; los mismos investigadores opinan que, por las guerras y los cambios de posesión que sufrió el territorio en los años sucesivos, todo hubiera sido saqueado y luego destruido.

Maquillaje tambien era el de antes

Discover

Ahora sí que se explica por qué la belleza de las mujeres italianas no tiene comparación. Parece que desde el vamos, desde que la mismísima Roma fue Roma, se han cuidado de que así sea. Lo confirma un grupo de arqueólogos de la Universidad de Bristol, Inglaterra, tras analizar el contenido de un envase romano encontrado en las inmediaciones de Southwark, en el sur de Londres, que sentencia: las mujeres romanas abusaban del cuidado del cutis. Pagaban, y mucho, por conseguir una especie de bótox antiguo, del siglo II d.C, un raro ungüento hecho a partir de grasa animal, almidón y óxido de estaño, que dejaba sus pieles tersas, suaves y con una sutil palidez; al fin de cuentas, todos queremos ser siempre jóvenes.
La evidencia se escondía donde seguro nunca llegará un diseñador de modas: un desagüe en el complejo Tabard Square. Así el olor, profundo y repelente, “similar al del huevo podrido”, según uno de los arqueólogos. Podía ser una pasta de dientes, una crema para tapar las heridas o algo para marcar a las cabras. Pero no. Al probar una réplica de la crema en sus cuerpos, los investigadores también lucieron la piel delicada y polvorosa: las romanas (y por qué no, los romanos) también estaban a la moda. “Tiene este componente de óxido de estaño, que al parecer se utilizaba para pigmentar. Es un material inerte que cuando se frota en la piel se torna blanco”, explicó el bioquímico Richard Evershed. El almidón, por su parte, aún ahora se utiliza en productos de cosmética.
“Creo que estamos delante de un producto sofisticado”, dijo Francis Grew, curador de arqueología del Museo de Londres y coautor del artículo que confirma el dato. El envase, dicen, estaba tapado herméticamente: alguna belleza romana, que quería asegurarse de que las italianas fueran siempre las más bellas y que exportó el producto a Inglaterra.

Divide y reinaras

NewScientist

Srinivasa Ramanujan fue lo que cualquiera podría entender como un verdadero genio: infancia en la miseria en un país en la miseria (India, principios del siglo XX), pasatiempos un tanto excéntricos como recitar los decimales del número pi, educación autodidacta y cuadernos atestados de números y fórmulas que sólo él podía comprender. Así y todo, 32 años le alcanzaron para plagar las matemáticas de enigmas. Desde la semana pasada, queda uno menos en la cuenta: Karl Mahlburg, un joven matemático de Wisconsin, Estados Unidos, dio un paso más en la teoría de las particiones de los números enteros.
La afirmación de Ramanujan parecía en principio sencilla: los números enteros pueden ser divididos en sumas más pequeñas, llamadas “particiones”. El número 4, por ejemplo, puede descomponerse en cinco: 4, 3+1, 2+2, 1+1+2 y 1+1+1+1. Lo que alteró todo lo supuesto hasta entonces llegó al momento de describir las posibles combinaciones de los primeros 200 números enteros: existían patrones en común entre muchos de ellos, pero no todos. Así, desde el 4, cada cinco números el resultado puede “particionarse” en múltiplos de 5. Lo mismo ocurre con los números que pueden descomponerse en múltiplos de 7 (desde el 5 en adelante) y de 11 (desde el 6). Desde allí, el enigma: las llamadas congruencias de Ramanujan fueron explicadas de distintos modos. Hasta que a fines de los ‘90, el profesor Ken Ono, también de Madison y un erudito de la obra de Ramanujan, volvió a la carga: algunas otras anotaciones del indio daban a pensar que todos los números primos enteros podían ser particionados según patrones establecidos.
He aquí el mérito de Mahlburg: hallar la forma de particionar números enormes del modo más fácil posible. Para ello, retomó una revisión de la teoría de Ramanujan que proponía dividir al número en tantas partes iguales como debería ser particionado. Y fue más allá: las partes no tenían por qué ser iguales; bastaba con que fueran a la vez múltiplos del número en que se particionaba. Esto es: en lugar de dividir al número 115, por ejemplo, en cinco partes de 23 (no divisibles por 5, claro está), es preferible pensarlo como 25+25+25+10+30.
Como no podía ser menos, a la fórmula ya se le ha encontrado provecho: será de gran utilidad para el desarrollo de la física de partículas y para el comercio informático, al poder encriptarse con más facilidad los códigos de las tarjetas de crédito.

 

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