[nature] Una lectura poco arriesgada advierte que “se lo conoce como el color correspondiente a la frecuencia más baja de la luz discernible por el ojo humano”; aunque si se escarba más en la superficie se descubrirá que permea –casi dictatorialmente– el panorama cromático de la humanidad. El rojo, evidentemente, es uno de los colores con más presencia en la caterva del simbolismo: señal de tráfico (de advertencia y prohibición); lo próximamente desconocido (Marte); estandarte de guerra, revolución y amenaza (comunismo, China); signo de deudas (“números rojos”) y de seducción (lápiz de labios); aparentemente también se las arregla para pasar como el color de la victoria deportiva: así lo estiman los psicólogos británicos Russell Hill y Robert Barton (Universidad de Durham), quienes analizaron al detalle cientos de combates de lucha grecorromana, boxeo, taekwondo y lucha libre celebrados durante los últimos Juegos Olímpicos de Atenas y para su sorpresa se toparon con que aquellos atletas a los que azarosamente les tocaba el traje rojo (en contraposición del azul) ganaron en un 55 por ciento de las ocasiones.

Es una hipótesis provisional y las verdaderas causas de esta peculiaridad son poco claras, pero los investigadores concluyeron que si dos atletas tienen más o menos la misma habilidad y experiencia, el que vista de rojo podría tener una ventaja definitiva. “Posiblemente –comentó Hill– dicho color de alguna manera aumenta los niveles de testosterona de quien los usa; así como podría afectar algún nivel de supresión en su contrario”. No es una idea muy alocada: en el reino animal, la pigmentación rojiza es un marcador de altos niveles de testosterona y de mejor estado físico.

Lo que se dice una hipótesis científica que les cayó del cielo a los fanáticos y jugadores de Independiente para cantar victoria incluso antes de mover la pelota.