Viernes, 9 de septiembre de 2005 | Hoy
NOVEDADES EN CIENCIA
Science
Su peso es similar al de un recién nacido. De hecho, lo es: con 3,5 kilos de peso, se ha terminado de construir hace unos pocos días. Y en principio, se espera que pronto, el año que viene, comience a caminar. O a volar. Eso esperan sus padres, investigadores de la Universidad de Toronto, del Experimento Nanoespacial Avanzado Canadiense (CanX-2, por sus siglas en inglés), el satélite espacial más pequeño construido hasta el momento, del tamaño de un cartón de leche.
Los investigadores no escondieron la principal virtud de construir un satélite en escala nanométrica: los costos. Y no sólo por una cuestión de tamaño, sino por el aluminio con que se construyó el “chasis” y por los paneles solares que lleva consigo y que le darán energía. Cuando el Sol no alcance, la miniatura seguirá funcionando gracias a una batería de litio. Pero sólo en casos especiales, por ejemplo un eclipse.
Se sabe que lo bueno, si breve, es dos veces bueno, y mucho de eso hay en el diseño de la serie CanX y en especial del CanX-2. Sus creadores suponen que revolucionará las comunicaciones satelitales, en principio abaratando los costos, pero también porque volvería más precisos el sistema de posicionamiento global, o Gps, la tecnología que hoy predomina, por ejemplo, en la telefonía celular. Y hay más: funcionará también como espectrómetro para medir gases de la atmósfera y para estudiar nuevos materiales cósmicos que los satélites “normales” diseñados hasta el momento no podían percibir. No dejan de ser anhelos, pero al fin de cuentas es un recién nacido. Y qué menos podría esperarse entonces.
NewScientist
Desde Pegaso, el caballo es el símbolo de la velocidad. Pero claro, surgido de la sangre que brotaba del cuello de Medusa al ser decapitada por Perseo, el caballo blanco y alado fue sólo un mito. Que todavía perdura, aunque en el siglo XVIII hubo otro equino histórico, Eclipse, tan veloz que devino también mito. Eclipse no tenía alas ni era blanco como la nieve, pero los registros de la época lo definen como imbatible, al punto de que aún hoy se lo considera así: el mejor pura sangre de la historia. Ahora un equipo de investigadores del Colegio Veterinario de Londres y de la Universidad de Cambridge (Inglaterra) busca dilucidar el porqué, y para contestar la pregunta analizará el código genético del gran campeón.
El esqueleto de Eclipse fue reconstruido como si fuera un dinosaurio, y preservado a lo largo de más de 230 años en distintos museos. Sobre él actuarán los investigadores con una técnica recientemente desarrollada para recuperar ADN humano en restos arqueológicos, llamada microarray o genechip, que permite el análisis simultáneo de cientos de genes de un tejido en el mismo experimento. “Nos permitirá estudiar miles de genes paralelamente y entender la expresión genética y las redes moleculares que entran en acción en cada movimiento muscular durante un carrera”, dijo Emmeline Hill, especialista en genética de la Universidad de Dublín que también participará de la investigación.
Si bien breve, la trayectoria de Eclipse fue impecable. Durante 1769 y 1770, los años en que corrió, nunca fue vencido, y se dice que su participación en las competencias fue prohibida por no tener rivales, a los que les sacaba cientos de metros de diferencia (en carreras, vale aclararlo, que se extendían por kilómetros, mucho más largas que las actuales). Ahora Eclipse vuelve a la ciencia, la misma que signó su bautismo: su nombre honra el eclipse solar de 1764.
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