Sáb 15.11.2003
futuro

NOVEDADES EN CIENCIA

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una vieja y sana costumbre

NewScientist Tener una sonrisa impecable y una dentadura bien cuidada al parecer no es una preocupación exclusiva del ciudadano “moderno” (o sea, del siglo XVIII para acá). Según una paleontóloga estadounidense, los antiguos homínidos solían usar tallos de pasto y otros implementos para limpiar el espacio entre diente y diente después de cada comida. Así lo indica una serie de ranuras de entre 1,5 a 2,6 milímetros de ancho encontradas a través de imágenes de microscopía electrónica en las raíces de dientes fósiles que datan de 1,8 millones de años.
Leslea Hlusko, paleontóloga de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign (Estados Unidos), cree que nuestros antepasados ya usaban mondadientes y pensaban en la higiene dental. Sin embargo, no todos concuerdan con esta hipótesis: los más críticos sostienen que los humanos modernos que regularmente usan palitos de dientes no tienen estas ranuras. Pero Hlusko no se calla: “A diferencia de la madera, el pasto contiene grandes cantidades de partículas de silicio abrasivo y duro. Esto puede explicar las grietas que se observan en los antiguos dientes”, contestó.
Para probar el punto, Hlusko colocó un pedazo de pasto a lo largo de un diente de un mandril y también en un diente humano. En ambos casos, el pasto dejó marcas casi idénticas a las observadas en los dientes de homínidos primitivos.
Si Hlusko tiene razón y las marcas fueron efectivamente hechas con rudimentarios palitos de dientes, esta costumbre se podría calificar como la más antigua registrada hasta la fecha y los mondadientes podrían considerarse las herramientas más viejas de la humanidad.

la guarderia de los pulpos

Discover Muy a su modo, parece que los pulpos también protegen a sus crías. Incluso, aún antes de que nazcan. Este curioso comportamiento, hasta ahora desconocido, fue descubierto por un grupo de biólogos estadounidenses.
Hace tres años, Jeffrey Drazen, Shana Goffredi y sus colegas del Instituto de Investigación del Acuario de la Bahía de Monterrey, en California, estaban explorando el fondo del mar frente a la costa norte californiana. En realidad, el verdadero explorador era “Tiburón”, un pequeño submarino robot que ellos manejaban a control remoto. La cuestión es que en un punto ubicado a casi dos mil metros de profundidad, las cámaras del aparato registraron una extraña escena: montones de pulpos merodeaban alrededor de un grupo de rocas. Y sobre ellas, había unas extrañas protuberancias. El submarino tomó muestras del material, y más tarde, al estudiarlas, Drazen y Goffredi comprobaron que eran incontables huevitos. En definitiva: según ellos, aquel lugar era un punto de incubación, y daba toda la impresión de que los pulpos padres estaban cuidando a sus futuras crías de posibles predadores.
A partir de estos primeros hallazgos, Drazen, Goffredi y los suyos seguirán estudiando esta “guardería de pulpos”. Y tienen un plan: “vamos a ubicar pequeñas cámaras en el fondo oceánico, y las dejaremos allí durante un año, tomando varias fotos por día”, explican los biólogos. Luego, irán a buscarlas para averiguar, por ejemplo, si la guardería funciona continuamente, y si –tal como sospechan– todos los pulpos cooperan entre sí en el cuidado de los huevos de la comunidad.

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