Visión central y periférica
La retina, que es la capa más interna del ojo, es la principal responsable de la percepción visual. Es fina, transparente y está formada por millones de células fotorreceptoras, conocidas como conos y bastones. Los conos se concentran en la “mácula”, la parte central de la retina, y necesitan mucha luz para ser estimulados. Y es en la mácula donde funciona la “visión central”, que nos permite ver los colores y los detalles finos. Los bastones, por su parte, se ubican en las zonas más externas de la retina, donde trabaja la “visión periférica”. Y si bien es cierto que no sirven para detectar los colores, estas células fotorreceptoras tienen un umbral de excitación mucho más bajo, siendo mucho más sensibles a la luz que los conos. La visión periférica es menos aguda que la central, pero es la que nos permite ver durante la noche, o con niveles bajísimos de luz (es muy utilizada por los astrónomos: a la hora de observar un objeto muy pálido, no miran directamente al blanco, sino ligeramente hacia un lado. Así, la luz “pega” en los bastones –más sensibles– y no en los conos, un truco que suele marcar la diferencia entre ver y no ver).