Viernes, 4 de septiembre de 2015 | Hoy
VISTO Y LEíDO II
Sol de enero, el nuevo libro de Graciela Batticuore, es una despedida al padre en una voz abismada y sutil.
Por Daniel Gigena
En su segundo libro de poemas, Graciela Batticuore –Buenos Aires (1966), doctora en Letras por la UBA, investigadora en el Conicet, docente universitaria y autora de varios trabajos sobre el perfil de diferentes escritoras en los albores de la literatura argentina– indaga los efectos del duelo por la muerte del padre al mismo tiempo que, gracias a la compañía de un hijo, “reinventa futuros/ sobre heridas recién abiertas”. Sol de enero, que comienza con un breve poema donde germina una pregunta (y habrá varias a lo largo de la narración lírica que entrelaza la agonía del padre con los recuerdos de infancia y la promesa que el hijo encarna), apenas roza el tono de la elegía: “Hoy me han dicho que se muere/ mi padre”. Un registro íntimo reemplaza ese tono marchito y crece en espacios domésticos: en el patio con las plantas bañadas por la lluvia, en el auto conducido por la mano fuerte del padre durante las vacaciones o rumbo a la escuela, en el dormitorio del hijo, en la propia interioridad: “Acaso esté descubriendo/ de mí,/por fin,/ lo más recóndito”.
Encubierta entre los dos protagonistas –padre e hijo elevados a la categoría de héroes (el hijo “va vestido de Superman” por la casa; el padre tenía manos de gigante y “el corazón de Robin Hood”)– la voz poética cobra relieve en la continuidad y en la profundidad: “Yo buceo./ Voy buscando tesoros/ bajo un océano inmenso, desconocido”. Allí también encontrará negrura, días endemoniados, nada firme ni estable, secretos minúsculos, misterios sin develar. Como Susana Cabuchi en Album familiar, Mónica Sifrim en Lagunas o Tamara Kamenszain en La casa grande, poemarios donde la enfermedad, la agonía y la muerte de los padres adquieren una centralidad envolvente, Batticuore encuentra en el uso de la primera persona –no sólo singular: “Dejémonos estar”, “Vamos juntos, a la par...”, “trotemos junto a la mar”– una clave para descifrar los ciclos cotidianos: “Nunca antes había visto con tanta claridad/ cómo se suceden las horas”. Esa claridad, que reaparece en Sol de enero varias veces como un leitmotiv, ya sea durante el día en el patio casero o ante la hiedra, se asemeja al don que la muerte concede y que las palabras intentan traspasar en una profecía ambigua: “No sabrás/ acaso/ nada de poesías”.
“Un pájaro me susurra al oído,/ no quiero perder esta claridad”, se lee en el poema final. A ese costado ciego de la vida, ausencia o niebla, náusea o terror, la escritura poética contrapone una alquimia, una fórmula mágica similar al sueño recurrente del padre que, convertido en pájaro, desplegaba las alas y experimentaba una sensación de libertad plena. Una vez que “enero lo ha interrumpido todo”, en el presente de la pérdida (“Pierdo partes/ de mí, tiempos/ de mí”) la poesía baila una danza de resurrección y movimiento: es una invitación.
“El tema es la muerte del padre pero también el renacer de la hija –indica la autora–. El reconocimiento del ser en la poesía, en la palabra. Los afectos y el cuerpo prevalecen, reviven al desnudo en una despedida al padre en la que también el tiempo es la clave: pasado y presente, la niña que vive en la mujer, la poesía como lugar de vida. De allí las madreselvas, la hiedra en el muro o los peces multicolores en el fondo de un océano.” Esa dualidad se advierte además en el tono, a la vez ensimismado y abierto, delicado y sombrío, de los poemas. Batticuore señala que ha buscado la marca de lo mínimo, de la elipsis. “Es un registro intimista, bajo, que viene del cuerpo. Me importa encontrar esa voz de la niña devenida en poeta, por eso para mí Sol de enero no es sólo un libro sobre un duelo sino también sobre la felicidad del hallazgo.”
Sol de enero
Ediciones del Dock
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