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Viernes, 1 de marzo de 2002

MODA

Tener o no tener

Si bien pieles y mujeres parecían, hasta la irrupción de los ecologistas, una combinación perfecta de lujo y voluptuosidad, lo real es que recién en los siglos dieciocho y diecinueve esta relación se hizo carne y uña. Prehistóricos de ambos sexos se abrigaban con el cuero peludo de los animales como ilustran “Los picapiedras”. Es una historia de sangre, lujo y protesta como una iniciada en España donde el slogan era “Si la piel es tu pasión, arráncate la tuya”.

 Por Moira Soto

Claro que no todas deseaban, pedían un tapado de armiño todo forrado en lamé, pero buena parte de las mujeres del siglo pasado, hasta los 80 al menos, se desvivían por tener un abrigo, una estola, un cuellito, algo de piel en su guardarropas. Por el lujo que representaba y por el mórbido placer que procuraban esos pelos sedosos –unos más, otros menos, según el precio– de nutria, zorro, visón, astracán... Anche de armiño, como en el melancólico tango de Romero y Delfino que Gardel canta, (dramatiza) cada vez mejor (que nadie). Aquel famoso tapado resultó más durable que el amor de su portadora: el pobre tipo que se lo regaló con mil sacrificios, mangando a amigos y usureros ¡y estando un mes sin fumar!, todavía sigue pagando las cuotas cuando el amor de ella ya se apagó. Y no solo lo dejó la muy casquivana, sino que ahora pasa a su lado, prendida a un gigoló y con el tapado –que tantas noches, tiritando, en la vidriera le pidió, suspirando– abrigando su cuerpito ...
Aunque nunca sabremos cómo hizo el cándido enamorado para pagar, por más que fuese en cuotas, aquel abrigo, hay que reconocer que la chica de marras no se interesó en una pielcita cualunque, más accesible al bolsillo del caballero: ella pidió –y obtuvo– armiño –es decir, mustela ernunea-, animalito destinado a las capas y otras prendas de la realeza durante siglos, alternando en ocasiones con la marta cibelina. La muchacha que rogaba “ay, mi amor, si vos pudieras...”, quizá sabía, probablemente gracias a las ilustraciones de los cuentos de hadas, del valor simbólico aplicado al armiño, ornamento –además de protección contra el frío– asociado al ejercicio del poder político y económico.
Si bien pieles y mujeres parecían a lo largo del siglo veinte, hasta la irrupción de los ecologistas, una combinación perfecta de lujo y voluptuosidad, tales para cuales, lo real es que apenas en el dieciocho y sobre todo en el diecinueve, las pieles son asociadas a la moda femenina. Antes, mucho antes, las pieles animales ya habían sido utilizadas por mujeres y hombres de la Prehistoria como barrera contra el frío, seguramente secándolas al sol y empleando algún tratamiento rudimentario para darles flexibilidad, puesto que el tema del diseño todavía no preocupaba a los humanos. Desde luego, resultaban más prácticos los grandes animales cuya piel se cortaba –o desgarraba– a la medida del cuerpo, y no bichitos diminutos como los hamsters que emplea actualmente la tradicional casa británica Gieves & Hawkes para confeccionar abrigos que requieren no menos de cien de estas populares mascotas...
Poco a poco, las pieles van siendo diferenciadas y valoradas según calidad y belleza, cazar animales para vestimenta o simple adorno se convierte en un trabajo rentable. A partir del siglo X funciona la ruta de las pieles entre Cracovia y Kiev que abastece a los mercados cada vez másflorecientes de Europa occidental. Los barcos que llevan la preciosa mercadería parten del Báltico hacia el Mediterráneo. Y no tardan en sancionarse leyes que reservan las pieles más raras y finas a la aristocracia, que abusa de este signo de prestigio social al punto tal que algunas de las especies más codiciadas empiezan a escasear en pleno siglo XV.
Ya en el XVII, el uso ha empezado a extenderse y no es imprescindible pertenecer a la corte para tener –al menos– un manguito, al que también recurren los señores friolentos, para calentarse las manos en el crudo invierno. En el XVIII las pieles se aplican a los trajes, tapados, capas de día, a menudo usadas como confortable forro, mientras que por la noche se lucen en toda su lustrosa opulencia. Tendencia que se acentúa en el XIX. Particularmente en lo relativo a los abrigos de soirée, esos que a fines de dicha centuria envolvían a la venus de las pieles de don Leopold von Sacher-Masoch, el que llevó a las letras el placer de la mortificación.
A estas alturas, además del armiño y la marta, ya se apreciaba la pelambre del zorro de cualquier color, los rulos aterciopelados del astracán, la finura insuperable de la chinchilla... En los años 20 del siglo ídem, años de flappers con capitas deslizantes art déco, ya se trabajaba empeñosamente en perfeccionar el tratamiento de las pieles, preciosas y comunes. Pero es a partir de la Segunda Guerra cuando se intensifica la crianza de especies más cotizadas y el mercado de las pieles naturales se expande, se expande, incluyendo también al moutón (cordero), el conejo, la cabra, el potrillo y otros animalitos de Dios que verían alargar sus vidas al producirse la creación de las pieles sintéticas, tan celebradas por los verdes pero que jamás producirían la delectación lujuriosa de –por citar la piel de las estrellas– un visón rozándote el cachete, el escote, la pantorrilla, el muslo...

Caricias glamorosas
Dijo Balzac: “El lujo cuesta menos que la elegancia”, refiriéndose indirectamente a los vanos intentos de poseer ese toque de distinción natural, esa allure que desde luego no te la dan ni el visón Morning Light Pearl ni el blanquísimo karakul. Empero, a muchas estrellas –de Hollywood sobre todo, pero también de la Argentina (como el armiño negro de Laura Hidalgo)– las pieles preciosas, carísimas, fastuosas les han sentado estupendamente. ¿Alguien medianamente sensible a la belleza y el donaire podría negar la suprema elegancia de Marlene Dietrich envuelta en diversas pieles, en cualquiera de sus películas? Para no mencionar a Carole Lombard en Tener o no tener, a Gene Tierney en The Shanghai Gesture, a Bette Davis en La malvada. En verdad las pieles formaban parte del kit de recursos estelares, como el maquillaje, el peinado, el resto del vestuario diseñado por Adrian, Edith Head, Travis Banton. Es cierto que mientras duró el auge de las pieles, que involucró a la mismísima gacela Audrey Hepburn (ver, por caso, su tapado de armiño en Amor en la tarde), hubo algunas chicas con un toque hortera –léase Lana Turner, Jean Harlow, Zsa-Zsa Gabor– a las que las estolas rumbosas les subrayaron su insolente vulgaridad. Pero en el otro extremo se pueden citar los estrictos sobretodos de satinado pelo corto de Katharine Hepburn, el abrigo con capucha de Greta Garbo en Anna Karenina, el amplio manguito de ocelote haciendo juego con el cuello del abrigo de Hedy Lamarr en algunas de sus fotos publicitarias y ¿por qué no? el tapado de mono de Irene Dunne en Theodore Goes Wild. Diversas pieles ocupaban el placard de Rebecca, una de las cuales es abrazada por el ama de llaves enamorada, que acaricia maliciosamente con una manga la mejilla de una todavía apocada, temerosa Joan Fontaine. Totalmente confiada y en el apogeo de su hermosura, Elizabeth Taylor se enroscaba en una blanca estola de visón que –ton sur ton– se fusionaba con un trajede seda clara en Ambiciones que matan. Nada, que todavía nadie se sentía culpable de arrebujarse en primorosas pieles, de sentir ese levísimo cosquilleo e, inevitablemente, pavonearse un cachito...

Se acabó lo que
se ensalzaba
Llegó la hora de los protectores de los animales y ya nada volvió a ser lo que era en materia de pieles glamorosas en el cine: obviamente, ya existían, desde los ‘60, las sintéticas, pero ¿qué estrella las iba a usar teniendo que ponerse a explicar que se trataba de meras imitaciones que, para colmo, a algunas alérgicas les dañan su propia piel y a otras hipersensibles les dan electricidad? Casi es como intentar equiparar la madera y la fórmica. Pero bueno, a los verdes y afines, razones no les faltaban y tampoco inventiva y energías para llevar a cabo sus campañas, que incluyeron un impactante corto proselitista en el que modelos arropadas con suntuosas pieles al girar ensangraban al público al borde de la pasarela. Total que en los 80, salvo en determinados y delimitados círculos, a ninguna mujer conocida se le ocurría alardear con prendas de piel natural, mientras que la industria de las sintéticas se expandía y en los Estados Unidos hasta fue posible comprarse un tapado acampanado, imitación dálmata, justo como el que quería hacerse la archivillana Cruella de Vil ya saben en qué película. Tiempo antes, Brigitte Bardot, que en el cenit de su éxito lució pieles espectaculares, se embarcó en la defensa apasionada de los bebés focas empezando a crear conciencia del dolor y la gratuidad de este tipo de depredación.
En los 90, la batalla de los ecologistas estaba prácticamente ganada, contando con la participación de Naomi Campbell y un grupo de top models que proclamaban desde un poster: “Mejor desnudas que con pieles”. Pero he aquí que la industria del ramo, que seguía remando contra la corriente verde y encontrando gente como Mary July Alsogaray (que se fotografía como madura chica de tapa con zorros en Noticias) que mantenía su afición peletera, convenció a Campbell (morena voluble si las hay) para que estuviera en un aviso de “pieles ecológicas”. Obvio: se trataba de pieles de criadero. Pero no contaron con la reacción de los defensores de animales que raudamente difundieron los sufrimientos de los bichos salvajes en cautiverio, hacinados, obligados a reproducirse sin descanso, etc., “todo para producir artículos de lujo que no necesitamos”, como dice Mariana Sanz (El País, 27/1/02). A lo que añade Jesús Mosterin, catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Barcelona: “Las granjas de visones, zorros, chinchillas son un infierno que vuelve locos a los animales (...) vestir pieles de lujo es señal de vulgaridad e ignorancia”. Respecto de las atrocidades de la industria peletera, añade: “muchos ribetes de prendas se elaboran con la piel de perros y gatos criados en China (...). Hay un astracán muy fino que se obtiene de corderos no nacidos, en Asia Central”.
Sin embargo, peleteros y diseñadores en abierta complicidad han vuelto a la carga en el actual invierno del Hemisferio Norte. Una vez más, usan el argumento de que lapones, esquimales y otros habitantes de zonas muy frías siguen usando pieles sin que nadie los acuse de crueldad. Pero lo cierto es que con sus contrapropuestas –insistir con supuestas mejoras en los criaderos y con muertes más dulces de los animales, emplear bichos menos nobles cuya carne se consume como vacas y corderos–, los diversos vendedores de pieles siguen avanzando, ingeniándoselas para mezclar cuero y piel, sintéticas y auténticas. Los del otro bando, entre tanto, aerosol en mano, esporádicamente enrojecen los sacos de chinchilla de las señoras neoyorquinas que se atreven a marchar por la 5ª Avenida con semejante atuendo, o, en España, un grupo de activistas suelta varios miles de visones de un criadero, algunos de los cuales murieron atropellados en la ruta y otros contribuyeron al alterar el equilibrio de la zona aldevorarse perdices, codornices y otras aves. La Asociación Alternativa de Liberación Animal se plantó frente a Pielespaña con esta propuesta: “Si la piel es tu pasión, arráncate la tuya”. Ciertamente, los ecologistas han conquistado el respaldo de los jóvenes en general, pero en términos de facturación, en esa feria se alcanzó un record de ventas de pieles naturales respecto de años recientes. La guerra continúa y para los defensores de los animales incluye el maltrato que se les propina a estas criaturas en la fabricación de cosméticos.

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