Viernes, 13 de noviembre de 2015 | Hoy
ENTREVISTA
Para Laura Pautassi –doctora en Derecho Social, investigadora del Conicet e integrante del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género– pensar la tarea del cuidado exige una triple dimensión: derecho a cuidar, a ser cuidado y autocuidado. Y aunque parezca un trabalenguas cacofónico ninguno de estos lados del triángulo puede debilitarse porque la estructura se cae y quienes siempre están debajo de los escombros son las mujeres. Aquí, Pautassi se detiene en la situación de personas adultas mayores que por primera vez fue considerada en una convención aprobada este año en la OEA –que la Argentina firmó– y que habla de la responsabilidad del Estado en su cuidado. Si la letra se transforma en políticas públicas, la vida de millones de mujeres podría cambiar.
Por Mariana Winocour
Referente indiscutida en América Latina por su trabajo en el tema, Laura Pautassi tiene claro, y es la autora de la definición, que el derecho al cuidado es el derecho a cuidar, a ser cuidado y al autocuidado. Desde que precisó el alcance de este derecho los estudios que sobre el tema se hacen tienen en cuenta esta triple perspectiva que, a su vez, está fuertemente atravesada por el género a partir de las obligaciones que la sociedad impone a las mujeres (y que muchísimas mujeres adoptan como naturales).
Durante toda su vida las personas necesitan ser cuidadas, cuidar y cuidarse. “Pero hay etapas donde somos más dependientes: al comienzo y al final de la vida”, explica Laura Pautassi. Y es en las mujeres en quienes recae casi toda la responsabilidad de cuidar(nos).
Lo dice con conocimiento de causa. Tiene una amplia trayectoria de publicaciones, artículos y ponencias sobre el tema, además de ser investigadora independiente del CONICET, investigadora permanente del Instituto de Investigaciones Jurídicas y Sociales A. Gioja (UBA), docente de grado y posgrado y fundadora e integrante del Equipo Latinoamericano de Justicia y Género (ELA), entre otras distinciones más.
El trabajo de cuidar y la responsabilidad de las mujeres en él es un tema que está comenzando a salir del ámbito privado como una obligación particular y se está instalando en la agenda pública, aunque falte todavía que ingrese a la agenda política, dice Pautassi. Pero hay algunos avances a nivel internacional que pueden considerarse buenas noticias.
Hace tres meses, en la 45 asamblea general de la OEA se aprobó la “Convención Interamericana sobre la Protección de los Derechos Humanos de las Personas Mayores”, que contempla el tema del cuidado casi como un eje clave de la dignidad y respeto a los derechos humanos de las personas mayores.
Dice especialmente la Convención: “Los Estados Parte deberán adoptar medidas tendientes a desarrollar un sistema integral de cuidados que tenga especialmente en cuenta la perspectiva de género y el respeto a la dignidad e integridad física y mental de la persona mayor”.
Cinco países la firmaron apenas fue aprobada (Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica y Uruguay) y se acordó que con la ratificación de dos países entrará en vigor. A partir de la ratificación el Estado empezará a estar obligado.
– La Convención va a proteger a todas las personas adultas mayores. La particularidad que tiene es que es la primera que reconoce los derechos de las personas adultas mayores en su especificidad. Da un marco de obligaciones positivas, que implican que el Estado o terceros deben “hacer” cosas, entre otras proveer sistemas de protección. No basta solamente con pensar en la salud; hay personas que llegan a la adultez mayor bastante bien físicamente. También hay que garantizarles una vida políticamente incluyente. Hasta ahora las leyes civiles establecían que si había adultos mayores que llegan a esa etapa sin ingresos para autoabastecerse, la responsabilidad se transfiere a los hijos o hijas. La Convención refuerza la responsabilidad estatal.
–Exactamente, además de la exigibilidad. Por eso proponemos el reconocimiento del cuidado como un derecho humano, independientemente de si la persona aportó al sistema de seguridad social en su vida activa, si tiene hijos o hijas que lo puedan sostener o si percibe una pensión no contributiva. Hasta ahora tenemos normativas para conciliar el trabajo y las responsabilidades familiares de las asalariadas formales (y que aportan a la seguridad social). No existe un reconocimiento más amplio de la importancia del cuidado para la vida. La Convención amplía el ámbito de la exigibilidad y de la justiciabilidad. Otorga prerrogativas a la persona titular, impone obligaciones a los terceros y al Estado, y en caso de incumplimiento permite acudir a una autoridad competente.
–La consideración del derecho al cuidado universal es un primer paso para distribuir las responsabilidades en todos los miembros de la sociedad y no sólo en las mujeres, ya que el reconocimiento es para la persona que cuida, que debe ser cuidada pero que también debe cuidarse. Para las mujeres es muy importante porque son las que vienen rezagadas en el ejercicio de sus derechos. Una mujer puede no estar situación de vulnerabilidad económica pero sí estarlo con su cuidado, o porque no tiene ingresos propios que le vayan a empoderar. Un ejemplo muy claro de esta vulnerabilidad son los ingresos de las adultas mayores. Si ha sido una mujer dedicada toda su vida a tareas de cuidado y a sostener el ingreso monetario vía del marido, llega a adulta mayor sin tener un ingreso propio. Recién lo tendrá al fallecer su marido, cuando comience a cobrar la pensión pero como un derecho derivado de su vínculo con el esposo, por trasmisión hereditaria.
– En las dinámicas de cuidado de adultos mayores tiene mayor peso la necesidad de garantizarles ciertas prestaciones médicas, pero no hemos avanzado en garantizarles una vida integral. Hay mujeres que una vez que se retiran del mercado del trabajo no están dispuestas a cuidar nietos. O no quieren cuidar a sus esposos. Pero les resulta muy difícil “escapar” de esa responsabilidad y asumen que lo tienen que hacer. Hay muchas investigaciones cualitativas que muestran que se sienten compelidas a no institucionalizar al adulto mayor– “al geriátrico no lo voy a mandar mientras lo pueda sostener”– que incluye a cónyuges o progenitores. Entonces empiezan con sobrecarga de tensiones e insatisfacción sostenida.
– En los sectores medios es cada vez más tardía la partida de los jóvenes del hogar nuclear (la demógrafa Susana Torrado ha trabajado mucho este fenómeno de “moratoria social”). A ello se suma que hay un proceso de maternidad tardía por mayor ejercicio de autonomía de las mujeres, lo cual entra en colisión con la presencia y la presión que empiezan a ejercer las personas adultas mayores.
Si en un hogar llega la vejez y está el matrimonio constituido, el varón tiene garantizado el cuidado. Quien entra en tensión es la mujer porque no va a tener quién la cuide. Muchas evidencias del uso del tiempo muestran que los varones avanzaron un poco más con el cuidado de sus hijos –llevarlos al colegio, prepararles la comida – pero está claramente probado que no cuidan a sus adultos mayores. Quienes los cuidan son las hijas y las nueras. Si el cuidado está tercerizado, el hijo probablemente pague a fin de mes el salario de la cuidadora o enfermera, pero no se hará cargo del cuidado con todo lo que implica.
El aumento de las tasas de participación de las mujeres en el mercado de trabajo no se condice ni con una mayor inserción de los varones a las tareas de cuidado ni con respuestas del Estado. No aumentaron las licencias (hay tibios avances licencia por paternidad sólo por nacimiento) ni tenemos una inversión fuerte en infraestructura del cuidado. Entonces, las soluciones tienen que ver con el nivel de ingresos. Quien dispone de mayores ingresos puede hacer mejores arreglos para el cuidado de niñas y niños o de adultos mayores.
–En los principales aglomerados urbanos de Argentina, en el 35% de los hogares hay por lo menos una persona de 60 años y más. En el Norte es más común la organización de hogares ampliados, con presencia de otros adultos de otras edades. Estas situaciones tienen impacto en relación con la pobreza. En los sectores más vulnerables, dice Susana Torrado, estamos viendo varios núcleos familiares dentro de un mismo hogar que van a conformar “familias ocultas”. Los sectores populares arman más tempranamente su propio núcleo y a veces son tres generaciones viviendo en un mismo lugar. Eso, con los conflictos y violencias que pueda implicar, lo sostienen las mujeres.
–Ponerlo en la agenda de toma de decisión. Está en la agenda pública, falta que ingrese a la agenda política. Hay crisis del cuidado como consecuencia de esta injusta división sexual del trabajo que todavía queda, esto es, que la asignación de responsabilidades de cuidado recae solo sobre las mujeres. Es necesario sincerar que no podemos seguir delegando en las mujeres la responsabilidad de sostener todas las generaciones. Ellas están sosteniendo una responsabilidad que es de toda la sociedad, a costa de su autonomía y de su desarrollo.
–Si uno mira las licencias, el mayor peso son las licencias de maternidad. Y no hay más prestaciones para cuidado. En relación con los adultos mayores, hay dos días por fallecimiento, cuando ya el cuidado no tiene sentido. Si miramos la proyección demográfica, en los próximos 50 años tendremos una población envejecida. Hay que pensar una agenda de políticas públicas con perspectiva de género. Las adultas mayores no tienen por qué tener la obligación de cuidar a sus nietos, aunque pueden elegir compartir ciertos momentos más reparadores. Del mismo modo, las hijas de esas adultas mayores también deberían poder elegir cómo y bajo qué condiciones cuidar a sus progenitores y no hacerlo como sucede ahora que “se cuida como se puede y cuando se puede”. Estas situaciones de inequidad también afectan a las personas cuidadas.
–Lo primero es trabajar sobre la construcción de la subjetividad de la mujer y la responsabilidad del cuidado con sus progenitores. Lo que en muchos estudios venimos recogiendo es que no pueden quitarse el peso moral de tener que cuidar. Hay algo de ‘los quiero menos si no los cuido’ ‘si ellos me cuidaron a mí cómo no voy a cuidarlos a ellos’. Eso no les pasa a los varones. Ese es un punto de ruptura que todavía no hemos dado. Inclusive para las mujeres más empoderadas es más fácil delegar el cuidado de sus hijos que el de los adultos mayores, salvo que puedan pagar una institución geriátrica de alto nivel o un buen sistema de cuidado domiciliario. Creo que las mujeres nos debemos un debate muy fuerte. Exigimos mayor responsabilidad de cuidado de los varones pero no estamos dando la pelea con nosotras mismas. Esto por supuesto no quita responsabilidad a los varones. Además, transformar la actual inequidad demanda urgentes respuestas públicas.
–Tenemos que evitar caer en el altruismo como valor “innato” de las mujeres. Como somos altruistas, entonces cuidamos En las investigaciones cualitativas disponibles (por ejemplo “De cuidados y cuidadoras”, de Liliana Findling y Elsa López), quienes están formando a cuidadores domiciliarios no identifican el cuidado como trabajo. “El cuidado es pensar” dicen algunos. ¿Pensar? Implica un trabajo brutal. No se lo visualiza como trabajo sino como “entrega”, cuando sí es trabajo que genera valor económico. En aquellos casos en los que se ha contratado a una trabajadora, igual la responsabilidad de coordinar es de la hija que puede combinarse con su hermana para cuidar a sus padres pero que no va a involucrar en igual proporción si hay un hermano. En el cuidado de adultos mayores, con los varones ocurre algo similar a lo del trabajo en la casa y es el concepto de “me ayuda”. Escuchamos que las hijas que cuidan dicen “mi hermano es macanudo porque viene y ayuda”.
–El Estado y los varones tienen que asumir responsabilidades. El feminismo hizo enormes aportes en ver a la familia lejos de un núcleo armónico o cooperativo al mostrar la inequidad en la distribución de responsabilidades. Hay un punto central: las mujeres tienen que negociar solas la distribución del cuidado. En un ámbito laboral formal tienen la protección de la convención colectiva. Al interior del hogar negocian cara a cara con el marido bajo una asimetría de poder y es muy dificultoso poder sostener solas un proceso de cambio. Entonces, para no perder su ingreso en la vida pública terminan resignándose y cumplen la famosa doble o triple jornada que incluye el cuidado a sus padres.
–Un buen sistema de cuidado tiene que empezar por denunciar esta injusticia del modelo patriarcal. Cuando se les pregunta a los varones que dicen compartir tareas si lavan el baño, responden que no. Si planchan, no. Si le preguntamos a la señora que se pasó el día cocinando mientras miraba televisión qué hizo contesta “nada”, aunque haya estado toda la tarde trabajando en su casa. Tampoco lo visualiza como trabajo. El gran núcleo es el ámbito privado. Llenar de infraestructura de cuidado –guarderías, de instituciones para adultos mayores– es una parte imprescindible de la solución. Pero es necesario que en el cuidado las mujeres puedan desprenderse de esa carga valorativa, de esa moral asociada y de esa necesidad de altruismo.
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