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Viernes, 13 de noviembre de 2015

RESCATES

La revolución de las plantas

Jeanne Baret 1740 -1807

 Por Marisa Avigliano

La historia de Jeanne Baret es una historia de Julio Verne contada por Corín Tellado. Algunos detalles de la biografía explicarán rápido la oración anterior, Jannne dio la vuelta al mundo disfrazada de marinero engañando a toda la tripulación –menos a su amante con quien planeó vestuario y compartió camarote simulando ser su sirviente–, fue descubierta en tierra y a los gritos cuando los tahitianos sintieron “el olor a mujer” y, expatriada del mar, vivió en un burdel propio en Port Louis hasta que se casó con un infante de marina y volvió a Francia. Folletín completo. Pero la ciencia tardó demasiados años en contar que la dueña del prostíbulo, la Phileas Fogg de Borgoña fue, además de ser la primera mujer en subir a un barco de la Corona, una botánica extraordinaria. El capítulo uno del herbario privado lo vivió en dominio galo, en la casa del doctor y naturalista Philibert Commerson. Viudo reciente, Commerson la había contratado para que cuidara a su hijo y lo ayudara además a ordenar su jardinería académica. La nana analfabeta que se convirtió en amante en las sombras –cuentan que un hijo de ambos o murió recién nacido o lo dieron adopción– amplifica deseos protagónicos en Corinópolis. Cuando en 1766 Commerson fue designado como parte de la expedición de Louis Antoine de Bougainville supo que no quería estar tres años sin su amante así que decidió travestirla. Pechos fajados y ropa de navegante hicieron de Jeanne un ayudante omitido. Pero los planes cambiaron a bordo, Commerson estuvo casi todo el tiempo enfermo y, los cuidados de su sirviente, su barba ausente y la voz de castrato llamaron la atención de los nuevos lobos de mar, sospechas encubiertas que aparecen en diarios de viaje y que en la leyenda de la mujer velada resolvieron los tahitianos con natural olfato. Jeanne Baret era dos veces negada. Era mujer y era botánica, dos realidades que se deslizaban en lo prohibido con la fugacidad de un látigo. Durante todo el recorrido (con o sin Commerson) fue ella quien recolectó plantas (más de 6000) desde Río de Janeiro, pasando por el Estrecho de Magallanes hasta llegar a Tahití. El siervo oculto fue –según Glynis Ridley, su biógrafa– la responsable de todas las colecciones, incluyendo la recolección de “la especie más famosa de la expedición, la Bougainvillea”, o Santa Rita, como la llamamos por estas tierras. El museo de Ciencias Naturales de París recibió encantado las cajas en las que Jeanne había guardado las especies del otro lado del espejo. El nombre de la flora importada sería un homenaje para Commerson y un olvido crónico para Baret. Hace un poco más de tres años y cumpliendo con las intenciones que Commerson escribió a bordo –nunca volvió a Francia, murió en la isla pocos después de que los confinaran–, Eric Tepe, un biólogo norteamericano, bautizó con el nombre de ‘Solanum baretiae’ a una especie trepadora que se encuentra en el norte de Perú y sur de Ecuador con flores violetas, salpicadas por manchas blancas o amarillas y con una variación de hojas muy poco común. Rarezas compartidas y fotosíntesis de epitafio para la mujer que le da nombre de etiqueta para el herbario clasificado. La vida científica de Jeanne parece haber quedado disecada como su patrimonio vegetal en algún tomo de Lo sé Todo entre la historia de las telas estampadas o la del botón para resurgir ahora en metáfora suspendida como la líder de una revolución silenciosa, la revolución de las plantas.

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