Viernes, 15 de abril de 2016 | Hoy
VISTO Y LEIDO
Acaba de publicarse La materia de este mundo, el primer libro de Sharon Olds publicado en la Argentina, a través de la editorial Gog y Magog. Poesía política, feminista, antiimperialista y contestataria, ineludible en el mapa de la literatura actual.
Por Paula Jiménez España
Educada en una familia calvinista, la señorita Sharon recibió desde nena el duro formateo de la religión, el rigor de su doctrina y el deber de apretar las piernas. Pero ni los papis ni la Iglesia consiguieron alinearla y la señora Olds, que ha hecho de su poética algo asombroso, paga los costos de tal desobediencia. Su revulsivo e inconfundible modo de escribir, conquistó el rechazo de importantes críticxs norteamericanxs. “A muchos les molesta la manera en que abordo la sexualidad o ciertos aspectos de la intimidad familiar como qué significa ser madre o ser hija. O que escriba la dolorosísima crónica del abandono de una esposa por parte del marido. O las fases terribles de la muerte de un padre, víctima de cáncer”, dijo en una entrevista al diario español El país. Pero esta explicación está demasiado suavizada. Al disgusto de lxs críticxs no lo producen los temas que emergen en su obra, sino la visceralidad de la experiencia poetizada, el escupitajo en la cara de un patriarcado que, a pesar de todo, no tiene más remedio que reconocerle el genio (los premios Lamont Poetry, National Book Critics Circle Award, el Premio T. S. Eliot y el Pulitzer no los recibe cualquiera). Basta con recordar los versos de “El pene del papa” para entender cómo esta poeta se erige delante del poder para sacarle la lengua (y no precisamente para hacerle una fellatio): Cuelga profundo dentro de su túnica, un delicado/ badajo en el centro de una campana./ Se mueve cuando él se mueve, un pez fantasmal en un/halo de algas plateadas, el pelo/balanceándose en la oscuridad y el calor – y a la noche,/mientras sus ojos duermen, se para/ en alabanza de Dios. Este poema es uno de los incluidos en el gran acierto editorial La materia de este mundo, el primer libro de Sharon Olds publicado en la Argentina, a través de la editorial Gog y Magog, con traducción de Inés Garland e Ignacio Di Tullio y prólogo de Victoria Schcolnik. Esta antología recorre ocho de sus títulos publicados entre 1980 y 2012, cuando salió a la luz “Una cosa secreta”. “Como Whitman, la señora Olds señala el cuerpo en celebración de un poder más fuerte que la opresión política”, escribió una vez un periodista del New York Times. Y esta actitud antimperialista no se refleja sólo en sus versos, sino también en sus declaraciones públicas en las que no duda en aclarar que su poesía no será condescendiente con las atrocidades que lleva adelante el gobierno norteamericano, sobre los que jamás se podrá callar la boca. No caben dudas. “Pienso en el lino limpio de tu mesa, los cuchillos brillantes y las llamas de las velas, y no podría digerirlo”, decía la famosa respuesta escrita por Olds a la invitación de Laura Bush, esposa del entonces presidente, a compartir una cena en la Casa Blanca. A Sharon le gustaban los demonios, pero no ellos. Corría el 2005 y el telón de fondo era la guerra contra Irak. Tenía sesenta y tres años y hacía solo veinticinco, a sus 38, había publicado el primer libro de poemas al que llamó “Satán dice”. Ms. Olds confesó a los periodistas haberlo escrito después de firmar un pacto con el diablo, pero no con el diablo bíblico sino con el de Milton. Tentada con la fruta del conocimiento trascendente, a cambio de que le fuera concedida una poesía “personal”, Sharon dice haberle ofrendado, de mil amores, su saber académico y el peso de la tradición al señor de los infiernos. Satán cumplió y la llevó a convertirse en una de las voces más genuinas de nuestro tiempo, traducida a siete idiomas. En uno de los poemas de aquel libro, esta altísima escritora (sus piernas largas le sirvieron para correr hasta el hospital rápidamente y llegar antes de que su padre tan amado como odiado dejara de respirar) nacida en San Francisco en 1942, volvió lírico su encuentro con un demonio capaz de ayudarla a desamarrar al lenguaje poético de cualquier acatamiento moral o pudoroso: Escribo para tratar de salir de la caja cerrada/ que huele a cedro. Satán/ viene a mí en la caja cerrada y dice: yo la sacaré de ahí. Digo/ que mi padre es una mierda y Satán/ se ríe y dice: Se está abriendo/ (…) Muerte. Mierda. Al carajo el padre./ Algo se abre. Satán dice: ¿No te sientes mejor? Se trata de un poema fundacional que no ha sido incluido en La materia de este mundo. El pacto, inexistente en lo real, marcó el rumbo definitivo de la poética de Olds, desde entonces reconocible por su irreverencia, su crudeza, los colmillos que le muestra al poder. “El amor sexual, el sexismo, la guerra contra las mujeres, todo eso son lugares de los que parten mis poemas. La mujer como un mero objeto doméstico, el riesgo de abuso contra el cuerpo femenino, o nuestras propias experiencias sexuales y las de otros, me han parecido temas sugerentes. Mi próximo libro, que se publicará en septiembre de 2016, es de odas. Incluye una oda al himen, una oda al clítoris, una oda al pene, una oda al tampón, una oda al condón”, adelantó en una entrevista para un portal web a fines de 2015.
Hija rebelde de su época, como no puede ser de otra manera Sharon se inscribió en la línea de las poetas que dinamitaron aquello que el sueño americano les tenía reservado. Alumna de la insurrecta Muryel Ruckeyzer, coetánea de la revolucionaria Adriane Rich, sucesora de la tremenda Sylvia Plath, Olds escribe sus versos desde una desesperación que parece no dejarle más opción que la de decirlo todo. Todo: Cuando yo estaba embarazada de un mes, aparecieron/ los grandes coágulos de sangre en el vaivén del agua/ clara y verde del inodoro./ De un rojo oscuro como el negro en el agua/ salada y traslúcida del océano, como formas de vida/ que emergen, medusas con la perfecta/ silueta de los hongos./ Esa fue la única aparición de aquel/ niño, las formas toscas y redondeadas/ que cayeron lentamente, escribió en La pérdida, uno de los escalofriantes poemas de su libro de 1984 Los muertos y los vivos. Lo descarnado define la obra de esta señora, cuya balanza lírica no se inclina jamás hacia la comodidad y la inocencia, un dúo que aspiraría a contar la mitad de la historia. Su foco poético no encuadra, no edita, ve la figura total. Quizás para conocer el sexo plenamente/ uno tiene que correr el riesgo de que el sexo lo destruya. / Quizás solo la ruina podría dar/ la medida exacta, como la muerte está/ en la balanza con el nacimiento, / y la ignorancia con el amor.
Pero a pesar de los pesares, la vida parece ser perfecta según Sharon, porque todas las penurias que en ella se presentan están para que se nos haga posible abandonarla. Esta mujer de pelo blanco que sonríe para la foto como una autora de cuentos infantiles, se hace preguntas claves que podrían guiar a un psicólogo hacia el desenmascaramiento de una enquistadísima neurosis: Si hubiera deseado cambiar mi vida/ quizás hubiera deseado cambiar mi vida/ por la de alguien criado con amor/ pero ¿cómo podría alguien criado con amor/ soportar esta muerte? Dice en uno de los poemas de El padre, sin duda su libro más trascendido (con traducción al español en 2004 por la escritora argentina Mori Ponsowy para la editorial Pretextos). La agonía y la muerte de este padre son poetizadas de una manera prodigiosa en estos textos de 1992 que atraviesan la materia y su desintegración con precisión y belleza recorriendo, de paso, los caminos más impensados. El sexo – que a lo largo de su obra se entrelaza permanentemente con el tópico de lo familiar para escándalo de la prensa puritana – aparece en “Lo que me impresionó cuando murió mi padre”, el último de los poemas traducidos por Garland y Di tullio para La materia de este mundo. Sus versos finales dicen: su cuerpo recibió a la muerte, esa respiración/ final, pequeña, y después nada, ningún esfuerzo – eso/ no me impresionó pero cuando lloré/ y mi esposo se acostó sobre mí y las/ lágrimas me cubrieron la cara pelo orejas como/ si mi cabeza estuviera bajo el agua y yo/ sollocé y él me hizo callar – los niños justo/ detrás de la puerta y la esposa de mi padre/ al otro lado de una fina pared – cuando él calló mis sollozos/ apoyando suavemente su palma sobre mi/ boca casi como si pensara que mis sollozos/ podían sonar como si yo estuviera acabando, eso me impresionó.
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