Viernes, 19 de agosto de 2016 | Hoy
MONDO FISHION
El martes 16 de agosto al mediodía, en el inicio del ciclo “Designers Buenos Aires”, la galería Ruth Benzacar, en Villa Crespo, cobijó la presentación de la colección de Tramando denominada “Valores”, urdida con iconografía de monedas y de billetes en señal de “una alegoría moderna al dinero”. Tal fue el discurso y ¿un gesto político hacia la actual devaluación del peso argentino ante los índices de inflación? Una camisa holgada en tono gris ostentó la estampa del billete ficticio trazado por Martín Churba –sumó bermudas matizadas con camisas con lazos multicolores, productos de experimentos textiles; a la modalidad del pantacourt tan en boga la representó con pantalones irregulares–; a las estampas orgánicas en celeste negro y blanco que construyen su lenguaje de diseño sumó otras con apariencia de papeles glasé de antaño –en verde esmeralda y en plata–. Abordó chaquetas blancas y negras con hendiduras, sumó kimonos arty. Una silueta y un look book articulado con más desparpajo que en colecciones anteriores. Su versión de las chinelas deportivas asomó con cintas de colores. Corresponde destacar que la colección resultó de su alianza con Texcom para el desarrollo y producción de tejidos de punto diferenciados y laminados textiles de alta calidad, e ilustra una de las primeras acciones de la firma con diseñadores argentinos. Acto seguido del fashion show, hubo un ágape en el nuevo local de Palermo de Tramando.
No fue arbitrario que la colección de vestidos de cóctel y de noche de Marcelo Giacobbe se presentara en una pasarela contigua a las obras de la artista Silvia Gurfein, que el subsuelo del museo Macba exhibe en el contexto de la muestra apodada “Interacciones fundamentales de un cielo estrellado”, el martes 16 a las 19. El disparador de la colección del diseñador que representa a la nueva guardia de la costura fue la obra de la pintora sueca Hilma Klint y se inspiró en sus obras abstractas para con sutileza emular bordados y patchworks que se replicaron como un textil innovador, tanto en vestidos transparentes en tonos celeste y rosa pastel o bien en una túnica negra de gasa. Con paso sereno –tacos nada vertiginosos y música ambient de fines de los 70–, asomaron las leves progresiones indumentarias: de un viso celeste con pequeñas piedras y t shirt blanca desgarrada por debajo, a vestidos de línea A en rosa, para pasar a los visos con plisados ricos en hilachas, las superposiciones de texturas y la irrupción de joyas crudas, piedras preciosas colgando cual caireles o un dije punk desde los tops o los ruedos. Cultor de un método que remite a mezclar materiales nuevos con otros antiguos, crépes bordados con hilos de lúrex, elogia los satenes de seda, los visos negros con innovadoras construcciones y un delantal oscuro por encima de una bermuda.
El miércoles 17 a las 13 y en el Centro Nacional de la Música, que fuera la antigua Biblioteca Nacional que dirigiera Borges, el diseñador Pablo Ramírez cautivó con “Decadance”, una colección de verano que fusionó su devoción por los musicales y la silueta de los años treinta. Luego que el bailarín y maestro de danza Roberto Pranté abriera la sala ataviado con un jacqué, emergieron las modelos –con zapatos color crudo en taco de no más de ocho centímetros realizados por la clásica zapatería “Carlo”–, siguiendo la cadencia de un pianista, maestro de música, Santiago Martínez.
La colección fue de los básicos según Ramírez, vestidos símil cache coeur y deshabillé en color arena; pantalón negro contrastado con blusas nude en diversidad de cortes y de nobles caídas. Viró al negro y allí además de faldas plisadas incorporó los resultados de las sastrerías ready to wear, producto de su alianza con Atelier BA, para culminar con los trajes de noche inspirados en musicales y vestuarios dignos del trazo de Travis Banton. A modo de novia o gran final, una ballerina con traje blanco improvisó pasos de algún musical con zapatillas de punta. Unas semanas antes el diseñador, en un gesto inusual para su protocolo exhibió procesos previos y las toiles de las veinte prendas trazadas también en alianza con Atelier BA, la firma de la familia Verdier que comenzó con una boutique de la calle Florida y con el transcurso de los años devino en taller ineludible para las buenas marcas de la industria. Ese capítulo de la colección demuestra el abordaje a la moda de uso diario del diseñador -chiquérrima pero más comercial sin renunciar a la buena factura y a la premisa de permanecer por varias temporadas-: allí los vestidos negros con escotes en la espalda, los trenchs en crudo o negro, los blazer cortos y con pespuntes, las camisas blancas con tablas, que en conjunto representan su producción más industrial, y que estarán a la venta tanto en su local de la calle Perú cuanto en el atelier BA de Palermo Hollywood. La elección de la locación ex Biblioteca representó un regocijo para el diseñador: al finalizar el desfile confesó que fue uno de los motivos por los cuales hace ya una década eligió instaurar su tienda en aledaños de la Biblioteca Nacional.
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