VILLANA I
alma de gourmet
Anne Krueger, esa mujer sobre la que los medios argentinos descerrajan toda clase de chistes machistas que aluden a su físico poco agraciado, es una convencida de la necesidad del libre mercado y por tanto una villana eficaz a la hora de defenderlo. Pero también, dicen sus ex alumnos, una septuagenaria afable que va a la ferretería en zapatillas, goza de la buena comida y hasta aprendió a hacer respetables empanadas criollas.
Por Cledis Candelaresi
Ningún argentino medianamente informado ignora que Anne Krueger es una mujer intimidante. No sólo por su voluminoso cuerpo sino, básicamente, por la fiereza casi viril con la que defiende sus convicciones. Siempre sólidas, inamovibles. Menos saben que esta brillante economista septuagenaria sabe gozar de la buena mesa y es capaz de preparar deliciosas empanadas criollas guiada por la receta que le acercó un destacado ex alumno argentino, de los tantos discípulos que aseguran haber disfrutado su insospechado trato afectuoso.
La flamante titular interina del Fondo Monetario Internacional es lo que parece, pero no tanto. Quienes han compartido un trabajo profesional con ella dan fe de la calidez y hasta sentido del humor con el que matiza las jornadas arduas. Tan real como su intransigencia a la hora de confrontar ideas o su devota adhesión a las teorías promercado.
No tiene carisma, pero sí un currículum apabullante y un prestigio fuera de duda, consolidado en una carrera poco frecuente en un medio misógino. Esta doctorada en Wisconsin fue presidenta de la American Economic Association, de la que hoy es “distinguished fellow”, sitio que sólo ocupan quienes hayan hecho un aporte conceptual importante a la ciencia económica. La Universidad de Stanford, de la que fue docente y directora del centro de investigaciones, la galardonó con un “chair”, lugar honorífico, reservado exclusivamente para personalidades de gran prestigio, que algún contribuyente amante de la excelencia sostiene con su aporte en dólares.
Entre 1982 y 1986 fue vicepresidente y economista en jefe del Banco Mundial donde tuvo como subordinados a otras celebridades del mundo académico y político occidental, el economista Joseph Stiglitz –devenido luego en un acérrimo crítico de los organismos multilaterales de crédito-, o Stanley Fisher, ex vicepresidente internino del FMI, el mismo cargo que hoy ocupa Krueger, entre otros.
En esas oficinas bancomundialistas mostró su natural talento para provocar odios y amores, para generar bandos de fieles y enemigos. Pero nunca, nunca, pasar desapercibida. Y, menos, subordinarse a su circunstancial contrincante. Tanto es así que terminó renunciando a su puesto de alta jerarquía y bien remunerado en el BM por diferencias de criterios con su presidente de entonces. Prefirió irse, aun después de haber fragmentado a gran parte de su staff entre seguidores y detractores. Es realmente una dura. No le gusta que la contradigan y ejerce el poder sin pudor. Escucha con atención y cortesía, pero se reserva la última palabra. Eso sí. Esta lúcida economista norteamericana, viuda desde hace más de una década, conoce los límites de la tirantez y sabe negociar, algo que habría probado en el último stand by del FMI firmado con Turquía. Duro, pero menos de lo que ella aspiraba.
Como profesora de la Universidad de Minnesota tiene entre sus cientos de ex alumnos a los argentinos José Luis Machinea, ministro de Economía de la Alianza, y al economista Julio Nogués. Pero lo notable no es ese dato,sólo relevante en este extremo del continente, sino el trato amigable con el que aún hoy suele premiar a muchos de sus ex discípulos. Los mismos con los que fue implacable a la hora de examinar.
Anne sabe también ser cálida y buena anfitriona, según le reconocen. Son testigos de esto los ex alumnos que dos o tres veces al año suele reunir en su casa para agasajarlos con una comida preparada por ella misma. “Disfrutaría mucho una buena cena en Francia o en Argentina”, conjetura ante este diario un ex funcionario del Fondo que compartió con ella unas cuantas veladas gastronómicas y apreció su deleite frente al plato. El mismo que un domingo californiano se sorprendió al verla entrar, con sencilla ropa deportiva, a una cadena de ferreterías. Despojada de cualquier veleidad. Como si no tuviera una prolífica producción literaria de cientos de artículos publicados en revistas de Estados Unidos y Europa, aquellas donde muchos economistas se desviven por ver estampada su firma.
¿Por qué cree que podrían darle el Nobel?, le preguntó en una conversación reservada un economista cuya tesis doctoral Krueger apadrinó. “No por la producción de toda una vida sino por un aporte novedoso a la forma de ver las cosas”, opinó la postulada a aquel galardón, señalando al célebre artículo que publicó en 1974 sobre los lobbies que en Turquía y Corea bloqueaban la liberalización del comercio. Ese análisis, frecuentemente citado en la literatura económica, alude a los costos detrás del poder. Hace un cálculo minucioso de cuánto dinero pierden esos países para proteger a empresarios locales de la competencia externa, concluyendo que ese perjuicio es mayor al que hubiera ocasionado una apertura.
Krueger es una liberal ortodoxa, que adhiere a los postulados económicos del Partido Republicano, aunque está al margen del conservadurismo social o religioso: defiende a rajatabla el papel moderador del mercado, pero difícilmente avalaría una prédica antiabortista.
No le simpatizan nada las empresas públicas y, menos los entes reguladores de empresas privatizadas, a los que considera proclives a favorecer a las controladas. A su juicio, los controles ofrecen oportunidades de corrupción y por ello es enemiga de las regulaciones.
Hace un par de años promovió un debate en la comunidad internacional con su propuesta para reestructurar las voluminosas deudas externas, sobre la base de que los países, a semejanza de las empresas privadas, pueden quebrar. Pero en ese mismo planteo, la vicepresidente primera del FMI precisa que los acreedores de esas naciones con obligaciones desmesuradas deben asumir parte del costo de su operación fallida. En otros términos, que deben soportar una quita.
A pesar de sus duros cuestionamientos al desmadre fiscal argentino y a la presunta impericia de sus gobiernos, Krueger está un poco más cerca de lo que sugieren sus terminantes declaraciones. La desvela la tardanza en buscar un acuerdo con los acreedores desairados por el default, pero no objeta la búsqueda de un recorte en esas obligaciones. Tampoco le disgusta la aparente dureza de Néstor Kirchner en las discusiones con el Fondo. Simplemente, toma la firmeza ajena como un desafío.