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Las listas de precio, claras y precisas, son una herramienta útil y necesaria para consumidores de todos los géneros, pero, más allá de la corrección política, es evidente que la lista que reproducimos en esta columna está destinada a nosotras, mujeres, y a quienes no habiendo nacido como tal desean serlo (¿quién más podría comparar costos de implantes mamarios?). Es loable entonces contar con la transparencia de quien ofrece un servicio y sin eufemismos ni sorpresas –aunque de esto no se puede dar fe– advierte sobre su costo para que así se pueda comparar, buscar ofertas y hasta descuentos. Pero, claro, impresiona un poco esto de que se trate a nuestro cuerpo cual si fuera un automóvil al que cada tanto es necesario hacerle chapa y pintura, cambiarle el radiador o ponerle una boca nueva acorde a los tiempos que corren (uy, cierto, estábamos hablando de autos). Y lo peor es que esta publicidad tan tentadora al momento de “renovarse” está en esa zona de los avisos agrupados en la que hace al menos treinta años –anímese, revise el archivo y encuentre los mismos anuncios en las últimas páginas de la revista dominical del autodenominado “gran diario argentino”– se reúnen publicidades de negocios de muebles, cerramientos para balcones y oficinas y todo tipo de artículos para la construcción. ¿Será esto una indirecta? ¿Querrá decir que el cuerpo femenino hace a la decoración lo mismo que una buena carpintería o será que una buena carpintería hace al cuerpo femenino? ¿Y qué importa todo esto si una puede entrar por una puerta y salir por otra –previo desembolso– completamente renovada, con las nalgas señalando al cielo, la boca firme de una quinceañera? Vamos, chicas, ahorren, que con tanta sana competencia, aunque transparencia en los precios, estos pronto estarán a la altura de cualquier bolsillo.