Viernes, 21 de mayo de 2004 | Hoy
ACTITUDES
Mito y a la vez realidad palpable, al menos por instantes, la felicidad sin nubes es esa zanahoria que, quien más, quien menos, todas querríamos atrapar y devorar. Pero la dicha, el contento, la fortuna no representan lo mismo para hombres y mujeres. Al parecer, ellas, dicen las especialistas consultadas, tienen mayor capacidad para gozar de los afectos y las pequeñas cosas de la vida.
Por Moira Soto
Se desea feliz cumpleaños, feliz día de la madre, feliz año
nuevo, que seas muy feliz. La felicidad aquí en la tierra, zona también
conocida como valle de lágrimas, parece casi una tarea para el hogar,
un objetivo ineludible de la gente sana y normal (las/os melancos, los/as depresivos
opinan diferente). En septiembre de 1998, se celebró en Madrid un Congreso
Internacional de la Felicidad, con la concurrencia de prestigiosos estudiosos
y el lema fue, precisamente: “La felicidad es una actitud, un deseo y
un deber”. Obviamente, existen diversos grados e intensidades de bonanza,
aunque ese estado perfecto en el cual todos los bienes se hallan juntos, del
que hablaba el pensador romano Boecio hace unos cuantos siglos, parece francamente
inconquistable. Empero, aunque hay discrepancias al respecto, siempre tendremos
al alcance –la cuestión es no dejarlos escapar, saborearlos con
fruición– momentos que se arriman a ese estado de satisfacción
completa que llena toda la conciencia, según nos informa el diccionario.
Y que no siempre es algo que se logra laboriosamente, después de superar
pruebas y hacer méritos: en ocasiones, la buena fortuna (bonheur, le
llaman los franceses a la felicidad, esto es: “buen augurio”) nos
dispensa uno de esos regalos maravillosos, inesperados que nos vuelven locas
de felicidad. Créase o no, hay personas que desdeñan la simple
idea de ser felices, no les parece algo de buen tono, odian los happy ends de
Hollywood de antaño y dictaminan que sólo los tontos son felices.
Entre quienes piensan así deben estar algunos gerentes de noticias de
la TV, siempre a la caza de informaciones terribles, nefastas, crueles sobre
las que suelen cargar las tintas.
Aunque el concepto de felicidad parece relacionarse naturalmente con el de libertad,
de autonomía, un recurso del que no dispusieron las mujeres durante larguísimos
siglos, hubo una dama francesa del siglo XVIII, Madame du Chatelet (1706-1749),
que en el curso de su corta vida, además de casarse, tener un par de
hijos y vivir varios romances extramatrimoniales, escribió un Discurso
sobre la felicidad (Ediciones Cátedra, colección Feminismos, Universitat
de Valencia). Gabrielle-Emilie le Tonnelier de Breteuil se casó con el
Marqués de Chatelet y vivió etapas felices gracias al estudio
(de la física, la matemática, la filosofía) y al amor (adúltero:
su mejor historia la vivió con Voltaire). “Para ser felices, debemos
deshacernos de nuestros prejuicios, ser virtuosas, gozar de buena salud, tener
inclinaciones y pasiones, propender a la ilusión”, escribía
Madame en su Discurso... (por cierto, la virtuosidad a la que hacía referencia
remite al acuerdo con la propia conciencia, “a la que no podemos engañar”).
Partidaria de la pasión y a la vez con mucho sentido de la realidad,
Gabrielle opinaba que vivir las pasiones a fondo valía la pena, aunque
a veces trajesen más desgracia que contento, “pero aun así
son deseables porque sin ellas no se pueden experimentar grandes placeres”.
Con curioso sentido práctico y paladar bien goloso, Madame proponía
alternar períodos de gula y de dieta; se pronunciaba contra los prejuicios,
“opiniones aceptadas sin análisis, porque no lo resistirían”,
que amargan y empobrecen la vida. Entre lo que llama “las grandes maquinarias
de la felicidad”, esta autora propone saber muy bien lo que se quiere
ser y hacer, y exalta la autonomía que otorga el estudio. Miren lo que
decía esta dama hace tres siglos: “De todas las pasiones, la de
estudiar es la que más contribuye a nuestra felicidad, es un recurso
seguro contra la adversidad, una fuente de placer inagotable”. Y aunque
apuesta también al amor, no deja de reconocer que ofrece una dicha menos
duradera, más imperfecta.
Las mejores cosas de la vida
“Para hablar de felicidad hay que empezar por definirla”, declaraba
en julio de 2001, al suplemento Babelia del diario El País, la escritoraAlmudena
Grandes. “Usando una acepción más o menos objetiva, podría
decirse que es un estado de conformidad con lo que una es y con la vida que
una lleva. Luego está la felicidad relacionada con la euforia, una especie
de borrachera, que es a la vez un mito necesario y una realidad, puesto que
sucede”. A Grandes le resulta curioso que la felicidad esté desprestigiada
entre algunos intelectuales, que le reprocharon el final feliz de algunas de
sus novelas. Pero más allá de ese descrédito, la autora
de Las edades de Lulú sostiene que “la obligación de los
seres humanos –y en esto estoy de acuerdo con los ilustrados– es
perseguir la felicidad. Es, además, el sentido de la vida, el principal
objetivo. Todo lo que nos pasa no es más que un precio que pagamos por
buscar ese objetivo”.
Desde otro lugar bien diferente, el consultorio donde atiende a pacientes de
ambos sexos, la doctora Silvia Romay, médica clínica, deportóloga,
da su opinión sobre la manera caraterística de las mujeres de
apreciar las felices instancias y deleitarse: “Aunque no siempre aprendemos
de la experiencia, diría yo que para muchas, el haber pasado por pruebas
terribles y haber tenido la fuerza (y la suerte) de superarlas, las estimula,
les amplía la capacidad de disfrutar, de valorar lo bueno que les puede
ofrecer la vida. Las personas que han sufrido momentos realmente duros por problemas
propios o de los seres que quieren parecen más dispuestas a encontrar
la felicidad en las pequeñas cosas. Y para ver estos detalles positivos
de la vida parecería que está mejor equipada la mujer. Según
mis observaciones, las alegrías cotidianas, cuando son apreciadas, contribuyen
al bienestar de las mujeres, mientras que los hombres están demasiado
preocupados por escalar posiciones, ganar dineros, esas son las metas importantes
para ellos. Habitualmente, la situación de los hijos interesa más
a las mujeres; el cultivo de la amistad también les importa más
a ellas, que gustan de la intimidad, del intercambio de atenciones. La conducta
es diferente cuando enviudan: es raro que el hombre se haga cargo de sí
mismo, de su salud, mientras que la mujer –hablamos de señoras
mayores, claro– resurge del duelo con fuerzas renovadas, descubre una
nueva vida, hace cursos, va a espectáculos, se dedica a los nietos, se
reúne con otras mujeres”.
Entre sus pacientes, la doctora Romay advierte a menudo “la satisfacción
que sienten las de más edad frente a los logros de las hijas y los hijos,
más allá del nivel cultural, capitalizan estas alegrías,
las viven con intensidad. Lo noto, por ejemplo, en el gremio de las empleadas
domésticas, que atiendo, o en las esposas de los porteros. Y, sin que
esto suene a panegírico, debo señalar que las mujeres acostumbran
a ser más solidarias, conducta que las hace sentir mejor consigo mismas
y con los demás. También la capacidad de adaptación que
tiene la mujer ayuda a su felicidad. En los últimos tiempos, veo en ellas
mayor actitud de lucha, de participación, de creatividad frente a la
crisis. Esta forma de tratar de superar los problemas las predispone aprovechar
a full la porción de alegría que puedan conseguir, para ellas
y sus seres cercanos. Debo decir, además, que en los talleres de familiares
de pacientes psiquiátricos, prácticamente son todas mujeres, madres,
los padres se borran. Todas estas formas de encarar positivamente la vida que,
salvo excepciones, desarrollan las mujeres, las lleva a valorar y disfrutar
de lo bueno del presente. En el consultorio las veo más centradas en
lo posible, en lo realizable”.
Alegría, alegría
“Para la mayoría de nosotros, la verdadera vida es la vida que
no llevamos. Al igual que el porvenir, siempre se la deja para más adelante”,
escribe Roxana Kreimer, licenciada en Filosofía de la UBA, en su luminoso
ensayo Artes del buen vivir. Filosofía para la vida cotidiana (2002).Según
Kreimer, “la idea de felicidad está unida a la creencia optimista
en la posibilidad de planificar racionalmente la vida humana. Una de las razones
por las que sólo concebimos a la felicidad en relación al futuro
se vincula con el modo en que gran cantidad de filosofías han entendido
que el ser humano es ‘por esencia’ un animal insatisfecho (!). La
sociedad de consumo pronuncia esta permanente insatisfacción, por un
lado porque pocos pueden acceder a los paraísos prometidos por la publicidad,
y por el otro porque la carrera del consumo como creciente desarrollo de nuevos
deseos no tiene fin”. En Artes del buen vivir se cita a Spinoza, que no
piensa al deseo como carencia sino como potencia de gozar y alegrarse. Siguiendo
el curso de este pensamiento, “el contenido verdadero de la felicidad
sería la alegría. Incluso cuando nos sentimos felices hay momentos
de tristeza, fatiga e inquietud. Pero podemos llamar felicidad a todo espacio
de tiempo donde la alegría pueda aparecer de un instante a otro”.
Más adelante, en el mismo ensayo, se formula la pregunta del billón:
¿en qué consiste la vida feliz? Responde la ensayista: “Creo
que existe un hedonismo posible, solidario con las cuestiones de justicia, no
necesariamente asociado con los placeres ‘frívolos’ del consumo,
un ideal de bienestar que no está vinculado con ‘grandes significados’
sino con pequeños placeres que tejen la trama de nuestra vida cotidiana:
la comida, la conversación, el cine, la amistad, el amor, la música,
la literatura”.
Fundadora de la Asociación Argentina de Filosofía Práctica,
la licenciada Roxana Kreimer coordina un café filosófico que funciona
en 11 de Septiembre 2228, 5º “B”, Barrancas de Belgrano (4781-0333),
al que concurren numerosas mujeres, los viernes a las 19 y a las 22 (hoy se
trata “El cambio”) y los sábados a las 22. La propuesta consiste
en una hora de exposición teórica, una pausa para tomar algo y
comer cosas ricas cocinadas por la propia Kreimer, y luego tiene lugar una reflexión
conjunta. El libro más reciente de esta difusora de la filosofía
práctica, más allá de círculos académicos,
es Falacias del amor (¿Por qué Occidente anudó amor y sufrimiento?)
(Ediciones Anarres), ameno e ilustrativo trabajo que recorre definiciones del
amor y la pasión, su práctica en el Antiguo Testamento, en la
Antigua Grecia, en Roma, la Edad Media, el Renacimiento y la Reforma, los siglos
XVIII y XIX, hasta abarcar el XX.
“A las mujeres les gusta un compañero conversacional locuaz, cualidad
que puede sobrevivir en el amor que perdure cuando el enamoramiento se extingue”,
apunta la licenciada Kreimer. “Cuando estas características se
atenúan, muchas mujeres caen en la falacia de creer que si él
ya no las colma de atenciones románticas, es porque el amor languidece.
Pero aunque la ausencia de romanticismo puede resultar dolorosa, no equivale
necesariamente a la ausencia de amor, sino más bien a la valoración
diversa que le asignan hombre y mujer a este conjunto de rituales. No es infrecuente
que para los hombres el romanticismo y la locuacidad obren exclusivamente como
instrumentos de la conquista amorosa, y que desaparezcan tiempo después.
Las mujeres aún somos educadas en el romanticismo y damos al amor una
importancia más determinante en nuestras vidas que los hombres, así
como todavía aspiramos más que ellos a que los gestos de romanticismo
no desaparezcan con el tiempo.”
Roxana Kreimer cita a Kant cuando sostiene que “la ética no tiene
nada que ver con la felicidad sino con los derechos del otro, con esas situaciones
en que me doy cuenta de que, para la felicidad del otro, es necesario que yo
renuncie a algo, porque hay un derecho ajeno que debe ser antepuesto a mi placer,
a mi felicidad. Entonces, dice Kant que la ética es actuar por deber
hacia otros, y si yo antepongo ese derecho de los otros, seré digna de
ser feliz”. ¿Hay que tener la conciencia en paz para alcanzar la
felicidad? “Exacto. También me parece muy interesante la idea que
aparece entre los filósofos antiguos de que se aprende a vivir, seaprende
el arte del bienestar, no es algo que venga dado (tampoco se enseña en
nuestro sistema educativo, donde, lamentablemente, se educa muy poco para la
vida). La experiencia bien procesada, la conversación, el contacto con
nuestros semejantes colaboran a este aprendizaje. En este sentido, nuestra felicidad
esta bastante entroncada, ligada con la de los demás. De todos modos
hay cosas que pueden ser la felicidad para unas y la infelicidad para otras,
lo cual garantiza una buena diversidad.”
Tener y dar amor, or, or, or...
Finalmente, después de tanta risa que nos daba, tendremos que reconocer
que el joven Palito Ortega daba en la tecla (aunque no siempre en la nota justa
por un problema de afinación) cuando trataba de cantar, con letra propia
“La felicidad, ja, ja, ja,/ me la dio tu amor, or, or, or”. Eso
sí, con la diferencia, apuntada por la especialista consultada, de que
esa dicha relacionada con el amor en su más amplia acepción –que
incluye a parejas, amante y/o cónyuges, pero también a hijas/os,
parientas/es, amigas/os– es particularmente decisiva para el contento,
la ventura de las mujeres.
“Ay, la felicidad”, exclama Irene Meler, psicóloga psicoanalista,
coordinadora docente del Foro de Psicoanálisis y Género de la
Asociación de Psicólogos de Buenos Aires y –entre otras
actividades– coordinadora del Programa de Estudios de Género y
Subjetividad de la Universidad de Ciencias Empresariales y Sociales, después
de atender un reclamo del plomero que le está arreglando uno de esos
desperfectos domésticos que suelen causarnos infelicidad temporaria.
“Te podría decir que las mujeres les asignan mayor importancia,
para sentirse felices, a los afectos antes que a los logros. Si bien cada vez
más las mujeres modernizadas les dan importancia a los logros relacionados
con desempeños (profesionales, artísticos, comerciales, laborales...),
a la mayoría la obtención de ese tipo de objetivos les puede dar
satisfacción, pero solamente los afectos les procuran felicidad.”
Irene Meler no cree que pase exactamente lo mismo con los varones: “Me
da la impresión de que ellos sí pueden sentirse felices a través
de sus logros porque se han individualizado precozmente, mientras que las mujeres
tendemos a asignar mucha importancia a los vínculos. Probablemente, el
hecho de que la primera cuidadora de los niños sea la madre generaría
una relación de identificación, de empatía, hasta de fusión
temprana, que es más intensa y duradera en el caso de las niñas.
La deducción es que esto favorece una tendencia a experimentar al otro,
al semejante, de una manera más relacionada con el propio ser, menos
separado de una, menos en el estilo de vos sos vos y yo soy yo, como si fuera
parte del sí mismo. He aquí un ejemplo personal que para mí
ya es un clásico: una madre hace años me hablaba de su bebé
y me decía ‘mire, él toma una mamadera y yo engordo...’
Es decir, que en las mujeres hay como una percepción de que la satisfacción,
el crecimiento, el bienestar de los seres queridos integra directamente el propio
sí mismo, el propio ser. Tienen una manera diferente de los varones de
percibir el mundo, donde la percepción de una misma y del otro no es
tanto como individuos separados, sino como seres interrelacionados. Por lo tanto,
que las personas que una ama estén bien y que se lleven bien con una,
es una parte importante del sentimiento de satisfacción subjetiva que
podríamos llamar pomposamente felicidad”.
Respecto de los pequeños pero intensos placeres de la vida de todos los
días –que el goulasch a la húngara nos salga de rechupete,
comprarnos un suéter divino a precio accesible cuando un bajón
de ánimo nos quiere hundir en el llanto y la parálisis–,
la psicoanalista consultada opina que esos episodios dan más bien instantes
de alegría, de gratificación, que no denominaría felicidad,
un estadio que considera más alto. “De todosmodos, lo que en general
podemos vivir son momentos de felicidad, y derivan de la empatía experimentada
con otro ser humano que responde y acompaña los estados de ánimo
del sujeto.” Asimismo, los disfrutes ligados al arte –asistir a
un buen concierto donde se interpretan obras que nos gustan con locura, estacionarnos
frente a nuestro cuadro favorito (puede ser Marie la acrobate, de Léger)
en el Bellas Artes–, se pueden acercar a un sentimiento de pura felicidad:
“En el caso de algunas personas muy sensibles, sin duda”, aclara
Meler. “Pero me parece que en el caso de las mujeres –sin generalizar,
desde luego– la tendencia es imaginar un diálogo humano con el
autor de la música, por ejemplo. Es decir, que se inclinan a vivir imaginariamente
el disfrute de una obra de arte como una comunicación con el autor, ya
se trate de pintoras o pintores, escritoras o escritores... En otras palabras,
que tienden a asimilar ese goce estético, intelectual con el vínculo.”
Las vísperas, los preparativos de un evento muy deseado –una fiesta
sorpresa a un ser querido, un reencuentro ansiado– a veces proveen de
un disfrute mayor que el de la realización: en estos casos, según
Meler, la actitud es semejante en varones y mujeres, si bien “la diferencia
puede residir en la causa de esas expectativas tan ilusionadas, que para ellos
pueden ser las vísperas de un clásico de fútbol, de un
partido de paddle, de una demostración en la empresa... No digo que las
mujeres no seamos capaces de complacernos con ese tipo de cosas ligadas a la
actividad profesional, pero me da la impresión de que más bien
nos dan orgullo, alegría, no sé si felicidad. Te reitero, creo
que para la mayor parte de las mujeres la felicidad es un subproducto de los
vínculos con otros seres humanos”.
¿Qué ocurre con las mujeres cuando imaginan, proyectan metas que
son portadoras de una promesa de felicidad? “Hay muchas variaciones, naturalmente.
Mi sensación es que, en los últimos tiempos, los hombres están
muy lesionados, hay una crisis de masculinidad que lleva a que muchos varones
no estén bien respecto de diversos temas: el modo de producción,
el empleo... Hay más desorientación, más desesperación
entre ellos. En cambio, las mujeres como género estamos progresando,
aun con el contexto de un mundo incierto, angustioso, peligroso, nuestra condición
está mejorando. Si bien todavía somos un colectivo en desventaja,
psíquicamente estamos en una condición que se puede considerar
favorecida, porque éste es para nosotras un momento de crecimiento, de
progreso, de esperanza. Entonces, entre nosotras hoy se puede encontrar –sin
que esto deba tomarse como característica específica– una
mayor capacidad de soportar frustraciones. De proponernos metas que se van logrando
pacientemente a lo largo de los años. Es decir, que hay una capacidad
de resistencia –de resiliencia, como les gusta decir hoy a los expertos
en salud mental– mayor en las mujeres por lo que es el estado histórico
del colectivo femenino. Hay más esperanza y optimismo en ellas, condiciones
necesarias para alcanzar alguna forma de felicidad, aun cuando todavía
seamos las más pobres, ganemos menos, nos veamos sometidas a situaciones
de violencia y abuso. Sin embargo, tenemos ese reservorio de expectativas e
ilusiones debido a que, como decía, nuestra condición está
mejorando.”
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