Vie 25.06.2004
las12

SOCIEDAD

Vulnerables

Globalización mediante, millones de mujeres se incorporaron al mercado de trabajo en condiciones más que desfavorables. Si históricamente la femenina es considerada mano de obra barata, la flexibilización habilita el camino para situaciones de abuso que, además, derivan en problemas de salud y discriminación de género.

Por Sandra Chaher

Los testimonios de abuso y discriminación laboral –al igual que los daños sobre el cuerpo y la psiquis de las trabajadoras– se multiplican, y muchos incluyen también a los varones como víctimas de un sistema que encontró como principal variable de ajuste, cuando las ganancias disminuyen, la expulsión o explotación de los empleados. Catalina Balaguer, de 35 años y trabajadora de Pepsico dice: “Yo no podía levantar una taza después de una semana de estar en la máquina. Además estuve mucho tiempo con problemas cervicales, la espalda llena de nudos por la tensión. A todas nos pasa. Lo mismo que las várices en los tobillos. Todo tiene que ver con el movimiento mecánico y la reducción de personal por máquina”. Trabajadora de Fel-Fort, Susana recuerda que “este último año en la empresa hay menos gente y te exigen más velocidad. Yo antes tenía 3 minutos para cambiar una bovina de 7 kilos y ahora tengo 1”. Patricia cuenta que, en Bonafide, “cuando la producción empieza a caer, los supervisores te dicen ‘miren que el viernes hay bajas, que detrás de ustedes hay una cola esperando’”. “Una vez por mes hacen un coaching –describe María Rosa Arroyo Carrasco, empleada de Telecom–: los supervisores toman 10 o 20 llamadas y las escuchan. Evalúan el tono de voz, la amabilidad, cómo manejás al cliente aun cuando sabés que la empresa se equivocó, la rapidez (no podés estar más de 3’ con cada una), y si convencés al cliente para que no desista del servicio.” En Metrovías, “en los 10 años que pasaron desde la privatización, hubo sólo cuatro delegadas mujeres y ninguna ascendió después de ocupar ese cargo –cuenta Cecilia–. Esta penalización por la participación es igual para los varones. Pero ahora, que se firmó un convenio por el cual algunos sectores trabajan 6 horas, hay hombres que fueron delegados que sí ascendieron. Y no sabemos bien cómo encarar este tema porque el gremio nunca se interesó por la participación de las mujeres”.
“La globalización ha introducido a millones de mujeres de los países en desarrollo en el mundo del trabajo. Se insertan en las cadenas globales de las empresas multinacionales, produciendo mercancías que impulsan el crecimiento de las exportaciones. Estos trabajos podrían aportar a las mujeres los ingresos, la seguridad y el apoyo que necesitan para salir de la pobreza junto con sus familias. Por el contrario, se les niega sistemáticamente la participación que les corresponde en los beneficios que genera la globalización.” Las observaciones corresponden a Más por menos. El trabajo precario de las mujeres en las cadenas de producción globalizadas, un informe que la ONG Oxam Internacional realizó en 12 países para conocer las formas de trabajo a las que son sometidas las mujeres por las empresas multinacionales vinculadas con el comercio global. La investigación abarcó la producción textil, de juguetes, frutas y flores de Bangladesh, Chile, China, Colombia, Honduras, Kenia, Marruecos, Sri Lanka, Sudáfrica, Tailandia, Reino Unido y Estados Unidos. Las condiciones de trabajo de esas mujeres no difieren de las que pueden encontrarse haciendo un rastreo por empresas de capitales internacionales o locales en la Argentina, y no sólo vinculadas con el comercio (como es el caso de Metrovías o Telecom). “A partir de los ‘90, globalización mediante, se produce un cambio en la organización del trabajo. Las empresas multinacionales se instalan en los mercados que les permiten tener mano de obra a menores costos, obteniendo mayores tasas de ganancias. En la Argentina hubo un avance en la monopolización en la rama de la alimentación, entre otras, reestructurando la contratación de empleo ya que, al fusionarse las empresas, aumenta el despido de trabajadores y se recontrata con modalidades de mayor flexibilidad, rompiendo la estabilidad laboral. Un ejemplo de esta estrategia empresarial es Pepsico, donde el 70 por ciento de los 600 trabajadores son mujeres menores de 50 años, jefas o sostén de familia, que día tras día realizan jornadas laborales de 12 horas; trabajan los siete días de la semana en tres turnos rotativos (mañana, tarde y noche); tienen un vínculo con la empresa que varía según sean contratadas (5 por ciento) o efectivas (95 por ciento), y también es diferente entre hombres y mujeres, lo que segmenta a los trabajadores, aunque realicen la misma tarea laboral”, señalan la psicóloga Alina Piatelli y las trabajadoras sociales Marisa Toscano y Viviana Piñeyro –miembros del Centro de Profesionales por los Derechos Humanos (Ceprodh)– en Fábricas de la alimentación, fábricas de sufrimiento.

En la mesa de un café, después de la jornada laboral, están reunidas cinco obreras de empresas alimenticias, una industria que ocupa mayoritariamente a mujeres. Catalina Balaguer (la única que puede dar su nombre), de Pepsico; Susana y Claudia, de Fel-Fort; y Patricia, de Bonafide. Se conocen porque comparten la militancia en una lista opositora al líder histórico de su gremio, Rodolfo Daer, también secretario general de la Cgtra. Las condiciones laborales de las tres empresas varían muy poco. Quizá lo más significativo sea la poca cantidad de contratadas que hay en Pepsico, pero nada es azaroso. En el 2002, las obreras de esa empresa llevaron adelante una lucha gremial por el despido de más de 130 contratadas que derivó, entre otras cosas, en la expulsión de Catalina y su posterior orden judicial de reincorporación (la causa está por ascender a la Corte Suprema de Justicia, pero desde noviembre del 2003 debió ser readmitida en la planta). Después de eso, Pepsico se cuidó de las contrataciones temporales –una práctica habitual de las empresas, particularmente de las alimenticias, que toman personal por períodos cortos en función de los requerimientos del mercado–.
“En las demás empresas, desde hace un tiempo te contratan por agencia. Después de 3 meses las agencias te efectivizan y te consiguen otro trabajo.” El tema de las agencias es complejo. “En Bonafide la gente que trabaja es fundamentalmente por agencia –dice Patricia, 30 años, efectiva–. La empresa les da la baja a las chicas (el 75 por ciento de las empleadas de la planta de San Martín son mujeres), para obligarlas a renunciar a las agencias, y así recontratarlas.” Pero según explican, cuando las empresas las recontratan no les reconocen la antigüedad. Patricia agrega: “Las chicas de agencia no pueden embarazarse. Antes de empezar te hacen estudios y si te embarazás después de entrar, te echan. Nadie llega a los 8 meses porque entonces deberían pagarte el sueldo hasta el año del bebé”.
“En Pepsico tener hijos parece un crimen –dice Catalina, madre de dos chicas de 13 y 17 años–. A las efectivas nos pagan licencia, nos dan un turno fijo de mañana y nos permiten retirarnos una hora antes. Pero si faltás por la enfermedad de tu hijo, te suspenden. Sólo te reconocen el día si lo tenés que internar. Mis compañeras gastan la mitad del sueldo en alguien que se los cuide y corren todo el día para llevarlos de un lado a otro. Dejar a tu hijo te crea una angustia que se suma al estrés del trabajo. A través de la comisión interna pedimos que hubiera una guardería en la planta, pero la empresa, en complicidad con el sindicato, dice que la ley no está homologada y se lava las manos.”
“‘Tengo dolores en la espalda y en la cintura’ es la respuesta constante de las trabajadoras, pero indagando encontramos otros malestares que continúan fuera del horario de trabajo: dolores de piernas, várices, dolores musculares, contracturas, tensiones nerviosas, afecciones psicológicas, cansancio, insomnio, etc. Estos padecimientos son reconocidos pero no pueden ser percibidos en la jornada laboral porque estarían afectando en su producción, por lo que necesariamente tienen que ser silenciados. El cuerpo tiene que callarse, naturalizando el dolor y alejando la visibilidad del riesgo en el lugar de trabajo”, se señala en Fábricas de alimentación... “Son las típicas enfermedades que ocasiona el trabajo repetitivo, se las llama enfermedades músculo-esqueléticas, pero la empresa no se hace cargo”, dice Catalina. “Yo manejo una máquina para envolver bombones que en verdad requiere de 3 personas –dice Claudia, 30 años, empleada de Fel-Fort–. Pero ahora se implementó que lo haga una sola y eso hace que a la vez que pongo los bocados tengo que levantar placas pesadísimas. Muchas de estas pruebas se hacen con contratados y después se implementan con efectivos.”

Si bien muchos de los abusos recaen por igual sobre hombres y mujeres, estas últimas son las más afectadas por la precarización laboral que acarreó la globalización. No sólo están los abusos de género, como señala Patricia, de Bonafide (“los supervisores te miran los pechos o te dicen cosas al oído y muchas se callan por temor a perder el trabajo”), sino también las contrataciones por sueldos más bajos, la exigencia de más horas de trabajo y las dificultades de organización, entre otras cosas. Muchas de estas situaciones tienen lugar porque las mujeres siguen sosteniendo el doble rol social de trabajadoras y madres. Detrás de la “sumisión” de muchas trabajadoras, hay bocas que alimentar y el deseo de un futuro mejor para sus hijos o su familia. “No es casual que el ascenso de los contratos ‘flexibles’ haya ido parejo con el aumento del número de mujeres trabajadoras, a menudo inmigrantes –dice el Informe Oxfam–. El resultado es que los derechos de las empresas son cada vez más fuertes, mientras que los derechos y la protección de las personas en el trabajo se debilitan, y las mujeres están pagando los costes sociales de todo ello. El núcleo de muchas estrategias de empleo de las cadenas de producción globales es la explotación de la población más vulnerable.”

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