Viernes, 29 de marzo de 2002 | Hoy
ESPECTACULOS
Frances McDormand es una de esas caras más o menos conocidas por quienes nunca repararon del todo en ella, y respetada rigurosamente por quienes sí lo hicieron. Casada con Joel Coen, uno de los célebres hermanos, es madre adoptiva de un niño paraguayo, amiga íntima de Holly Hunter y una actriz de cine cuya pasión es el teatro.
POR MOIRA SOTO
Por Moira Soto
Sencillez
y sentimientos
Esta norteamericana con un toque europeo en su físico y
en su estilo -no por nada cada tanto va a hacer teatro en París–,
nacida en Illinois, está convencida de que de escocesa sólo tiene
el apellido heredado de su padre adoptivo, un ministro de los Discípulos
de la Iglesia de Cristo. Por intuición, confirmada por ciertas pistas,
ella cree que sus antepasados biológicos son griegos y que les debe su
pasión por el teatro, por la tragedia de ese origen que la ha tenido
como intérprete en varias oportunidades (la última: el Edipo de
Sófocles...). Más allá de respaldarla en su vocación
y alentarla para que obtuviera una licenciatura en teatro, su familia no dejó
de recordarle que el de los actores es un ambiente de mucho divorcio, alcoholismo,
hijos desamparados: justo lo contrario de lo que viene siendo la vida privada
de Fran. Hoy en Pennsylvania, sus padres ven los films de su hija, se alegran
de su prestigio, pero les parece que gana poca plata, y cada vez que se encuentran
la madre le ofrece algunos dólares. Debido a que su padre se desplazaba
de ciudad en ciudad para cumplir su ministerio, Frances tuvo una infancia itinerante
que le dejó un vago sentimiento de desarraigo, de que nada es para siempre.
Por eso, acaso, ahora, en su madurez y con un afirmada carrera en cine y teatro,
la actriz disfruta mucho de las etapas familiares en el Upper West Side de Manhattan,
donde vive con Joel y Pedro. Esos altos en el trabajo –cuando él
no está sumergido en la escritura o realización de algún
film, cuando ella no está filmando o haciendo teatro– que le permiten
pasear, jugar, disfrutar de la vida cotidiana con marido e hijo. Desde que Pedro
empezó la primaria, Frances trata de moverse lo menos posible en época
de clases: sabe por propia experiencia que eso es lo mejor para el buen aprendizaje
y para la relación de su hijo con sus amigos. De todos modos, Frances,
no es de exagerar en la gestión doméstica: “Me gusta seguir
la evolución de Pedro, ser madre y ama de casa, pero no lo puedo hacer
tiempo completo, no soy buena en eso. Disfruto al llevar a Pedro al colegio,
al hacer compras en las buenas groceries del barrio, pero necesito hacer mi
trabajo de actriz, es uno de los ejes de mi vida”.
Con su estilo llano y cálido, un acento casi neutro que ni remotamente
se puede asociar con el texano que practicó en Simplemente sangre o el
alemán de Paradise Road, Frances McDormand reconoce que detesta los grandes
negocios, los malls, las cadenas tipo Victoria’s Secret o Barnes &
Noble que han ido usurpando el lugar de los negocios pequeños, personalizados.
Sobre todo lamenta lo que ha sucedido con las librerías entrañables:
“Primero tuvo que cerrar Shakespeare & Co., y ahora debió desaparecer
Coliseum, que era el último sitio de libros a escala humana, donde siempre
podía encontrar lo que buscaba y además charlar con vendedores
lectores, que conocían y amaban el material con el que trabajaban”.
Aunque acepta que de vez en cuando le da un pequeño ataque de consumo
y que la tientan las pichinchas, Frances asegura que sus hábitos no han
cambiado, aunque haya mejorado su situación económica a través
de los años: “Trabajo, gano plata, gasto lo que necesito, sé
que habrá algún papel para mí en el futuro. No es que no
guarde algún dinero como previsión, pero debo decir que Joel es
todavía menos consumista y mejor administrador que yo. No es raro en
mí caer, por ejemplo, en la liquidación de una zapatería,
comprarme dos pares, y una vez en casa darme cuenta de que uno es incómodo
o me queda chico. Pero para estos casos, y otros en que querés deshacerte
de algún efecto personal, hay una solución fantástica:
con mis amigas y conocidas hacemos una noche de mujeres, nos juntamos e intercambiamos
ropa y demás, es muy divertido. Necesitás por lo menos ocho mujeres,
de medidas y peso mas o menos similares, y cierto espíritu desprejuiciado.
Así, podés llegar a modificar el estilo en el que estás,
o al menos probar otras posibilidades. A veces vuelvo a casa con algo sorprendente
en mí porque alguna de las participantes me dijo: ‘¿Por qué
no disfrutás más de tu trasero? Tendrías que usar cosas
que te ajusten un poquito’. Entonces, una se deja instigar por la novedad,
y a veces te sale bien, te identificás con una innovación en tu
look”.
La mutante
Los que la conocen
bien –como su amiga de casi toda la vida Holly Hunter, con quien compartió
vivienda y estrecheces en Nueva York– dicen que Fran es una persona decente,
justa, confiable, querible, laboriosa, siempre bien dispuesta y con un irónico
sentido del humor. Pero lo que más aprecian directores y colegas es que
la actriz, muy elogiada por la crítica y premiada, no se la cree. Bruce
Beresford, que la condujo en Paradise Road (1997), dice que McDormand conquistó
a todo el elenco con su simpatía y que jamás se hizo la víctima
por las condiciones difíciles de ese trabajo. Antidiva por naturaleza,
Frances McDormand es famosa por su ausencia de coquetería a la hora de
interpretar, salvo que el papel le exija estar muy sexy, como es el caso de
la Doris de El hombre que nunca estuvo. Pero su actitud habitual es considerar
que se debe al rol: “A veces, Joel me dice que no debería ser tan
dura conmigo misma. Que aunque al personaje no le importen las bolsas debajo
de los ojos o que se le vea el culo gordo, no es cuestión de exagerar...
Son puntos de vista. En la vida real, hay veces que me veo bien y estoy sin
un gramo de maquillaje. Por otra parte, soy medio vaga y eso me lleva a un look
minimalista, independientemente de las modas. Así que a veces ocurre
que me muevo con estilo despojado por aquello de la ley del menor esfuerzo y
pareciera que es por que no soy vanidosa o coqueta. Y en ocasiones hasta tengo
la suerte de dar en la tecla sin proponérmelo, en coincidir con lo que
se usa y pasar por cool...”.
Por cierto, aunque con su marido (director/guionista) y su cuñado (productor/guionista),
que además de la buena relación familiar que mantienen la estiman
muchísimo como actriz, Fran tenía el laburo asegurado. Pero como
corresponde a su moral –que reconoce muy cerca de la de Marge de Fargo
(1996)– la actriz trató de despegar de todo favoritismo y después
de Simplemente sangre y un cameo en Educando a Arizona, estuvo por ejemplo en
Mississippi Burning (1987, de Alan Parker) que le trajo una candidatura al Oscar,
en Agenda secreta (1989, de Ken Loach), en Darkman (1990, de Sam Raimi: aquí
Frances reconoce que fue un papel que no supo aprovechar del todo, que debió
estar más juguetona). Y luego de volver a marido y cuñado con
De paseo a la muerte (1990), entre otros films menos felices se lució
en Vidas cruzadas (1993, de Robert Altman), pasó por una peli independiente
de culto, Pallokaville (1996, de Alan Taylor) y llegó al maravilloso
papel –”un regalo de Joel que valoré mucho”– de la
policía emabarazadísima de Fargo (1996). Film después del
cual, Oscar muy bien ganado mediante, no tuvo inconveniente en aceptar un jugoso
cameo en Lone Star (1997, de John Sayles, “uno de los mejores roles que
he tenido”.
Pero no sólo la familia, el cine, los libros, sus encuentros con amigas
(haya o no trueque) ocupan las horas de Frances McDormand: si bien la rubia
intérprete siempre amó el teatro y hace unos años –entre
otras incursiones– fue una alabada Stella en El tranvía llamado
deseo, lo suyo hasta el presente era el teatro más bien tradicional,
poco vanguardista. Y eso que desde que hizo Mississippi Burning es amiga de
Willem Dafoe, cuya mujer, Elizabeth LeComte, es directora del experimental Wooster
Group. Resulta que los Dafoe-Le Comte y los Coen-McDormand se encontraban para
cenar, pero no surgía ni un pedido de Frances de ingresar a Wooster ni
una invitación formal de Willem y Elizabeth. Hasta que hace un par de
años, a la camaleónica intérprete le picó la curiosidad,
vio lo que hacía el Wooster Group y se comprometió seriamente
con esa forma de trabajo. Así es que ahora, luego del interregno que
representó su perfecta creación de mujer dura y fatal en El hombre...,
ha vuelto a interpretar sobre las tablas To you, the Birdie, una versión
de la Fedra (1677) de Racine, para la que ensayó y entrenó físicamente
muchísimo. La pieza transcurre en una estilizada escenografía
de aluminio y en el espectáculo, según el estilo del grupo, hay
un giro inesperado y se presenta un match de badminton, para el que Fran se
preparó como “para un evento atlético, pero me vino genial
porque cumplo 45 en junio, y sola no hubiese perseverado. Mi cuerpo cambió
y ahora debo mantener cierta disciplina. Decidí no hacer el tour actual
de marzo de la compañía porque Joel está trabajando a pleno
en su nuevo film y me toca hacer de padre a cargo por un tiempo...”.
Frances McDormand, que reconoce sin vueltas sus errores (como las comedias The
Butcher’s Wife o Passed Away) confiesa que necesita interactuar con el
director. Así sea su maridito Joel, que alguna vez la tiene que poner
en su lugar y recordarle que no están en casa, que le debedejar terminar
las frases y no adelantarse a su pensamiento, según su costumbre...
Orgullosa de llamarse a sí misma actriz de carácter, siempre con
los pies sobre la tierra –salvo cuando pisa aluminio para hacer esa moderna
versión de Fedra–, Frances McDormand, como señala su muy
amiga Holly Hunter, “cree que toda esa historia del éxito es algo
equívoco, que no conviene celebrar demasiado los premios. Esa es la quintaescencia
de Fran: desconfiar de los halagos”.
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