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Viernes, 13 de agosto de 2004

RESISTENCIAS

Memoria de una conquista

Para la enfermera belga Pascale Maquestiau, integrante de la Federación Laica de Centros de Planificación en su país, existen puntos de contacto entre Argentina y Bélgica en relación con el modo en que las organizaciones sociales y de mujeres empujaron la toma de conciencia en relación con los derechos reproductivos. Claro que allá el aborto es un derecho desde 1990 y gratuito desde hace un año. Repaso por las estrategias que desembocaron en esta conquista.

Por Sonia Tessa, desde Rosario

El rey Balduino abdicó por 36 horas en marzo de 1990 porque sus convicciones religiosas le impedían firmar la ley que despenalizó el aborto en Bélgica. Según la Constitución de su país, el monarca debía firmar la ley aprobada por las Cámaras, después de dos décadas de presión del movimiento feminista en alianza con los médicos. No fue una alianza discursiva. Los profesionales, algunos de ellos docentes en la universidad, eran encarcelados por declarar que hacían abortos ilegales en los institutos que hoy integran la Federación Laica de Centros de Planificación Familiar. Esas detenciones eran las ocasiones perfectas para que el movimiento estudiantil y las feministas se movilizaran. “La presión de la sociedad civil fue permanente”, rememora hoy Pascale Maquestiau, una enfermera belga que fue protagonista de aquella lucha y habla perfecto español, porque vivió durante nueve años en el conurbano bonaerense. Ahora es la responsable de Relaciones Internacionales de la Federación que nuclea 41 centros que promueven los derechos sexuales y reproductivos. Cuando el movimiento de mujeres de la Argentina establece sus propias estrategias para lograr un aborto legal y seguro, vale repasar la experiencia de lo conquistado hace 14 años en Bélgica con una pelea que es de nunca acabar. “Nunca está ganada. Si uno trabaja en el terreno y recibe fondos, funciona bien, como ocurre en mi país, puede trabajar, pero hay que estar atento a las discusiones internacionales que todo el tiempo reabren la discusión”, expresó.
Pascale llegó a la Argentina en 1990 para trabajar en un proyecto de una ONG internacional, que hoy critica porque se negó a escuchar la demanda de la gente de Lomas de Zamora, donde los derechos reproductivos estaban al tope en las preocupaciones de las mujeres. “Lo que hay que impulsar en la Argentina es un movimiento de organizaciones que se agrupe para defender sus derechos”, sugirió. Volvió al país para unas cortas vacaciones, con su marido y su hija argentinos, pero aprovechó para hacerse una escapada a Rosario a conocer el trabajo que realiza la psicóloga Liliana Pauluzzi en Casa de la Mujer, una ONG que aborda educación sexual, salud reproductiva y violencia en distintos barrios.
La feminista belga no escatima elogios para este trabajo, realizado sin ningún tipo de financiamiento, a pura militancia, con estudiantes secundarios y jóvenes excluidos de la zona oeste de Rosario. Pauluzzi estuvo el año pasado en Bélgica para exponer su experiencia, y le impresionó, por ejemplo, que hubiera una persona de cada centro dedicada a la negociación con el Estado. Una de las preocupaciones de la Federación belga es conservar el trabajo en terreno como orientación de su política. La capacitación está a cargo de profesionales que trabajan en los centros, y las demandas al Estado surgen de las problemáticas que llegan a esos lugares.
No les falta financiamiento, ni apoyo estatal, al punto de que desde el año pasado el aborto es gratuito en su país, así como la anticoncepción hasta los 21 años. En los 41 centros trabajan alrededor de 500profesionales, que conforman equipos interdisciplinarios. Sin embargo, a Pascale le preocupa que los jóvenes integrantes de los centros se conformen con los derechos adquiridos y no se preocupen por el largo camino que queda por recorrer. “Estamos en un proceso de profesionalización que implica también una pérdida del espíritu de militancia. Existe una permanente tensión, porque nosotras, las viejas, queremos que haya más conciencia, pero a la vez notamos que, al estar más profesionalizados, los jóvenes tendrán otro tipo de exigencia con el Estado”, afirmó. La nueva meta que se trazaron los centros en su país es obtener el acceso gratuito a la planificación familiar para las personas de cualquier edad, y no sólo los menores de 21.
En el análisis de Pascale, hay puntos en común entre Bélgica y la Argentina. Como responsable de las Relaciones Internacionales, puede comparar con Marruecos, por ejemplo, donde las políticas de control de natalidad impuestas por el Estado dan al término “planificación familiar” un tinte represivo. “Creo que hay cercanía entre Argentina y Bélgica porque no hubo un control malthusiano de la población, al contrario. Igual que allá, el Estado no desarrolló ninguna política de salud reproductiva dentro de la salud pública. Ese impulso salió del movimiento feminista en los años 60 y 70, que se asoció con los médicos y empezaron a crear estos pequeños centros. Entonces todo sale de la militancia, como acá”, afirmó.
Para Pascale “la construcción es muy interesante, una vez que el Estado reconoce la importancia del tema por la presión de la sociedad civil a través de la agenda, las marchas, la ocupación de lugares, del trabajo con los medios de comunicación. Nosotras hace varios años que podemos trabajar en diálogo permanente con el Estado. Somos una Federación a la que se consulta para crear los centros de planificación familiar. Esa es una conquista muy importante que llevó años”.
En su país, los centros para promover los derechos de las mujeres nacieron entre 1966 y 1968. Los primeros se llamaron La Familia Feliz y todavía mantienen ese nombre. La intención de las belgas siempre fue estar en sintonía con el nivel de conciencia de la población sobre el tema, y por eso buscaron denominaciones que fueran aceptadas en el momento de su creación. Recién en 1978 comenzaron a fundar lugares con el nombre Centro de Planificación Familiar.
Sin embargo, la preocupación por la salud reproductiva nació con el primer centro. En 1973 se formó una Federación que luchaba por políticas de planificación familiar y para legalizar el aborto. “Cuando uno está en la práctica diaria, aparecen los problemas: capacitación, información y lobby político. Entonces, tenemos que federarnos, agruparnos para que un grupo se profesionalice para defender nuestros intereses, y mantenga la capacitación. Que siempre está a cargo de profesionales del terreno”, indicó sobre el proceso que siguieron en su país. “Por ejemplo, en los años 80 nos encontramos con el tema del sida, la Federación tiene que contestar a eso. Entonces, el contenido se va a empezar a formar desde la demanda del terreno y siempre va a tener una pata asentada sobre el trabajo con el Estado para que se tome conciencia de lo que hay que hacer. Así, el lobby de la defensa política está siempre ligado muy cerca de la práctica, no es descolgado”, agregó.


En 1995, cinco años después de legalizado el aborto, el Estado belga reconoció estos centros de planificación familiar y les asignó fondos para funcionar. En esos centros, que son lugares donde las mujeres concurren con cualquier demanda, y no sólo por temas de salud reproductiva, la consigna fue desmedicalizar la atención. Las mujeres son recibidas por otros profesionales, como psicólogos, trabajadores sociales, docentes y antropólogos, que escuchan la demanda y hacen el contacto entre la paciente y la médica o médico (hay un tercio de profesionales varones). “Para trabajar los derechos sexuales y reproductivos hay que desmedicalizar, porque si lo incluimos en el sistema de salud clásico no va a haber trabajos de derecho. Porque de esa manera es difícil deconstruir la construcción del poder de la hegemonía médica para crear situaciones de empoderamiento de la mujer frente a sus derechos”, consideró Pascale. Los centros de planificación familiar no están vinculados con el sistema hospitalario, y más bien se instalan allí donde hay mujeres con demandas. Si son para jóvenes, estarán ambientados con sus gustos y necesidades. Lo importante es que sea acogedor. “Algunas vienen por embarazos no deseados, pero también por otros motivos, porque el novio no la quiere o, en el caso de las musulmanas, porque quiere reconstruir su virginidad, algo que hacemos en los centros”, afirmó. En los últimos años irrumpieron las mujeres inmigrantes, y allí se plantearon nuevos desafíos para las profesionales belgas.
Pero la lucha más ardua y difícil fue por la legalización del aborto. “En nuestro país se consiguió por la acción del movimiento feminista y de los médicos. Fue muy distinto de Francia, donde se movilizó únicamente el movimiento feminista. En Bélgica los médicos se jugaron muy fuerte. Porque fueron a la cárcel, detenidos, y eran profesores de la universidad. Obviamente los medios hacían una gran cobertura, por lo que significaba llevar a la cárcel a un profesor de la universidad”, recordó Pascale. La ilegalidad les imponía varios cuidados, como codificar los datos de sus pacientes, para que la policía no llegara hasta ellas, y la precaución de no dejar documentación en el centro de planificación familiar. “Viajábamos con las historias clínicas para que la policía no pudiera encontrarlas”, rememoró con una sonrisa. Además de realizar los abortos en los centros entre 1970 y 1990, generaban agenda con movilizaciones y una permanente presión social.


Pascale comenzó su militancia a los 14 años, cuando Gisele Halimí llegó a su escuela para hablar sobre aborto. “Eramos 1200 alumnas para escucharla en la escuela laica. Y además teníamos profesoras que nos recomendaban leer a Simone de Beauvoir, no me puedo olvidar nunca de eso”, dice, todavía apasionada por las ideas que llegaron a Bélgica al calor de Mayo de 1968 y el manifiesto de las 343 salopes (putas) que firmaron “Yo aborté”. El enemigo, claro, era la Iglesia Católica. Con una monarquía parlamentaria regida por Balduino, de tendencia Opus Dei, la pelea fue desigual, y llevó 20 años. “La presión para despenalizar el aborto se dio con los católicos. Durante 40 años tuvimos un primer ministro que era del Partido Católico Flamenco. Entonces, la ley nunca iba a pasar, con ese primer ministro y un rey del Opus Dei. Pero la presión de la sociedad civil fue cada vez más fuerte y hubo distintos partidos que presentaron la ley. Una vez que fue aprobada, el rey decidió utilizar el derecho a renunciar por un día que tiene una sola vez en su vida”, recordó Pascale.
La Iglesia Católica no fue invencible en Bélgica. La ley de despenalización obtuvo media sanción en noviembre de 1989 en el Senado y la otra media en marzo del año siguiente. “Lo costoso del proceso permitió que sigamos siempre diciendo qué queremos para que una mujer tenga acceso al aborto con calidad. En esto podemos establecer una diferencia con el caso de las francesas, que lo consiguieron muy rápido y por eso les cuesta más defenderlo”, afirmó.

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