INUTILíSIMO
Pieles a buen resguardo
Quieran que no, el mes próximo ya estaremos en septiembre y tenemos que empezar a pensar qué vamos a hacer con las sedosas pieles que nos cobijaron durante estos últimos fríos. Por supuesto, tampoco hemos de descuidar las otras prendas invernales que no pueden ser guardadas de cualquier manera, en cualquier lugar. El Anuario de la Mujer (Librería La Facultad, Buenos aires, 1930) nos confía los consejos más prácticos para la ocasión, a fin de que no actuemos a la ligera o con negligencia. Hay que saber, por ejemplo, que “no es suficiente cepillar un vestido de lana antes de guardarlo. Previamente, debe ser bien sacudido y colgado al aire libre, al resplandor del sol, el mejor agente para matar los gérmenes. Todas las costuras han de ser objeto de especial atención porque es allí donde más se acumula el polvo”.
Pero antes de asolear el traje en cuestión, hay que quitarle toda sospecha de mancha: “Los géneros oscuros deben ser tratados con agua y amoníaco, en tanto que los claros necesitan tierra de batán, con la que se hace una pasta espesa que se extiende sobre la suciedad; cuando se seca completamente, se procede a cepillar enérgicamente”.
A las pieles –ya se trate de nutria o visón, chinchilla o astrakán– hay que dedicarles atenciones muy especiales en primavera, aun cuando no las archivemos todavía, porque acumulan mucho polvo. Lo mejor es sacudirlas suavemente con una varita liviana y flexible. Luego debemos peinar la piel con peine de dientes separados, sin dejar de agitarla de tanto en tanto. A continuación, corresponde “limpiarlas con afrecho caliente, insuperable a estos efectos. Repítase el proceso hasta que las pieles estén impecables, expulsando las últimas partículas de afrecho a la luz solar”.
Los trajes de baile, que si son muy finos requieren tintorería, deben doblarse lo menos posible, preservando la forma, y envolverse en papel de seda antes de colocarlos en cajas rectangulares. Sin descuidar guantes de abrigo, echarpes y las medias propias de la estación más fría, la tarea se completa con el calzado propiamente invernal: el de cuero conviene untarlo con vaselina, mientras que el charol exige aceite de oliva para evitar posibles grietas. El aceto balsámico se reserva sólo para las ensaladas y otras preparaciones culinarias.