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Viernes, 20 de agosto de 2004

MODA

Crónicas de lo efímero

Hay un antes y un después de que Felisa Pinto comenzara a escribir sobre moda a fines de los años ‘50. De su mano nacieron crónicas allí donde sólo había epígrafes y las meras tendencias quedaron opacadas por el descubrimiento de las vanguardias que ella puso en primer plano. Creadora de un lenguaje propio y de un perfume que se anuncia antes que ella, Felisa sigue dandocátedra de frivolidad. Pero tomada muy en serio.

 Por Victoria Lescano

La marca de fábrica de las crónicas de moda de Felisa Pinto consiste en la celebración de extravagancias y estilos genuinos, la exactitud en los recursos de confección y las intenciones de la alta y la baja costura; los textos toman forma en su hogar y estudio con vista a un bosque, suelen estar condimentados por la efervescencia de algún cocktail y el soundtrack que emiten su colección de discos de jazz en vinilo y el campanario de la iglesia contigua. Y esos ejes y esa prosa burbujeante quedaron reflejados en Vanguardias del siglo 20, su libro con textos precisos y acompañado de un centenar de ilustraciones de la artista y diseñadora Delia Cancela que recientemente publicó la editorial Era Naciente en su colección Para Principiantes.
Pinto, quien este año cumple cuarenta y cinco años de labor en el periodismo de modas, es la autora de secciones revolucionarias en la prensa de moda local y el vasto listado contempla “Estravagario”, “Escaparates” y “Eureka” (que bien podrían clasificarse como la trilogía de las E), y que publicó en la revista Primera Plana y los diarios La Opinión y La Nación. También diseñó extrañas colecciones por encargo y desde muy joven se acercó a la moda combinando el uso de originales heredados de primas o amigas ricas con las creaciones propias que le realizaba una modista tucumana. Nunca tuvo que hacer los esfuerzos de los fashionistas por cazar últimas tendencias, naturalmente se vinculó con vanguardias. Así como en los fifties trabajó como secretaria ad honorem en la revista Nueva Visión, fundada por Tomás Maldonado (por entonces solía vestirse con la monocromía y la austeridad acorde con los postulados de esa corriente de diseño, además de asistir a los conciertos de la agrupación Nueva Música), en los sixties documentó cada último grito de la moda emitido por los integrantes del Instituto Di Tella y fue una de las dueñas de Etc, una boutique de la Galería del Este con piso y paredes absolutamente negros. A fines de los ochenta escribió la letra de la canción Soy moderno, no fumo, para la banda de androginia pop Virus. Como curadora de moda, coordinó tanto el desfile Ropa con Riesgo que Pablo y Delia hicieron en el mismo Di Tella, y varias décadas más tarde y en el Instituto de Cooperación Iberoamericana ideó el ciclo Moda al margen, los emergentes de la Primera Bienal de arte joven.
Vanguardias del siglo XX dispara algunas citas provocadoras sobre la moda, una de Cocteau (“la moda muere joven por eso es tan grave”) y una justificación sobre lo efímero aportada por Oscar Wilde (“La moda tiene una forma tan intolerable que debe cambiarse cada seis meses”). Inicia elrecorrido histórico con la liberación del cuerpo vía la supresión del corset ideada por Paul Poiret con trajes túnicas, continúa con los aportes a la silueta de la mujer moderna de Coco Chanel, las rarezas textiles de Sonia Delaunay y Elsa Schiaparelli para hacer pausa en Vionnet, la creadora del corte al bies y su colaborador en bordados Albert Lesage, inventor del “vermicelli droit fil”, una suerte de tallarín retorcido que acompañaba al bies.
También se exalta la silueta creada por Christian Dior para desafiar la austeridad de la posguerra, el origen de emblemas de los cincuenta como bikinis, t-shirts y blue-jeans; las ropas con largo mini de Mary Quant, los trajes con piezas metálicas de Paco Rabanne, las blusas transparentes de Yves Saint Laurent, los trajes campesinos sofisticados por Kenzo, el grupo de los minimalistas, el estilo canalla francés (fabuloso ese figurín arty de Cancela), favorito de Gaultier, para concluir con el arribo a París de McQueen, Hussein Chalayan y los belgas.
Felisa Pinto suele declarar su fascinación cada vez que descubre en alguna vidriera del Once un recurso de costura ideado por Dior o Vionnet, tal vez aplicado en trajes de goma o vinilo o el más sintético de los materiales sintéticos, con absoluto desconocimiento de parte de los realizadores. Y de ahí su interés por explayarse sobre el origen de los estilos de la moda.
Sobre el foco de su libro, enumera: “La vanguardia, los que inventaron, no los que siguen tendencia. Porque tanto la moda de perchero así como la gente que sólo hace tendencia nunca me interesaron. Hace cuatro años, el editor Juan Carlos Kreimer nos encargó a Delia Cancela y a mí un libro para participar de la serie para principiantes y un texto apto para todos los países de habla hispana. El pedido no contemplaba la moda argentina, que ya es tema de otro libro. El criterio fue hacer una síntesis y con estilo directo, aunque el formato original tenía globos como los de las historietas, finalmente se optó por textos con imagen. La tapa juega con la tipografía de Vogue y está destinado: son los miles y miles de estudiantes y víctimas de la moda que han proliferado desde que en 1990 se creó la carrera de indumentaria y textil de la cual fui cofundadora, junto con Manuel Lamarca, Susana Saulquin, Vicente Gallego y a instancias de María Córdova, la decana de Arquitectura, una prima hermana del Che Guevara”.
–¿Cuáles fueron sus primeros contactos con la moda?
–Tuve amigas ricas, que usaban originales y solían regalármelos. De mis primas ricas, desde muy chica heredé ropa inglesa comprada en Harrod’s, como sweaters de Shetland en colores amarillo patito o rosa fondant, porque ése era el uniforme de las chicas bien de la época. De todas maneras, siempre tuve una modista llamada Petronila, una señora tucumana que venía a casa los días viernes y a quien yo le daba las telas. Luego, de más grande heredé ropa de la casa Vanina de War; recuerdo un traje negro de lana con encaje, el colmo del chic y otro aponchado de Fridl Loos que me pasó mi amiga, Pepita Gómez de Errazuriz, quien cada vez que quedaba embarazada me pasaba su ropa de esa temporada. Eran prendas de mujeres que rompían con la moda uniformada de los vestidos clásicos con un hilo de perlas.
A los diecisiete años, para ir a las fiestas de altísima sociedad que daba Ignacio Pirovano, cuando era secretario de Cultura, me inventaba vestidos con terciopelo de tapicería que compraba en La Europea y cosía Petronila. También el año que viví en París como corresponsal de la revista Atlántida me quedé en la casa de Lita, la mamá de Inés de la Fressange (modelo, asistente de Kart Lagerfeld en Chanel y luego diseñadora de una marca propia). Ahí naturalmente estuve en el centro de la moda, Lita se vestíaen Chanel y una amiga mía cordobesa trabajaba como modelo en esa casa, era muy natural que nos prestáramos los trajes, los zapatos y los collares.
–¿En qué se diferenciaron sus secciones de moda de las que existían hasta el momento?
–No había críticas ni se comentaban mucho los desfiles, en las revistas se ponían epígrafes sobre moda. Cuando en 1962 Luis Pico Estrada hizo una remoción de la revista Atlántida, que de ser una revista social pasó a tener textos muy cuidados, me pidió notas de arte y de moda. Por entonces Para Ti se hacía con fotos compradas de temporadas anteriores y yo propuse hacer una nota de moda con ropa de Fridl Loos. Pedí modelos que tuvieran buenos huesos, básicamente en la cara, y terminé poniendo como modelos a Nacha Guevara y Dora Baret. Cuando existió la sección Estravagario, una expresión que designa un conjunto de cosas y viene de un libro de Neruda, mi consigna fue salir a la calle y buscar talentos, lo excelso sin jerarquías. Lo raro, lo inédito; desde una verdura, un libro de un lugar de usados, a una pulsera de oro de Marcial Berro.
Cuando en 1964, de regreso de París, propuse en Para Ti el cuadernillo “Soluciones de Felisa”, inspirándome en una manera de hacer periodismo que se estaba haciendo en L’Express y se llamaba “Madame Express”. Así por primera vez hubo una guía de servicios con precios y variedad de temas, y la moda estaba entre ellos. Recuerdo que seguí fotografiando a Nacha y Dora y una vez se armó lío con una producción de ropa interior. Cuando vieron las fotos me dijeron: “¡Estas fotos con mujeres desnudas no son respetables para una revista de señoras respetables!” Las fotos nunca salieron pero mandé a hacer maniquíes de mimbre con flores y los vestí con esa ropa interior y ésa fue mi última nota. Después, en La Opinión, donde fui secretaria de redacción y tuve cuatro páginas diarias con moda y sociedad, encargaba ilustraciones a artistas como Daniel Melgarejo, Patricio Bisso y Dante Bertini. Además de las notas de moda me encantaba quedarme hasta última hora, consultar alguno de los dieciocho tomos de cocina que tenía y con la ayuda de Tununa Mercado elegíamos platos por entonces rarísimos que pertenecen a lo que ahora está instaurado como comidas étnicas. Recuerdo una doble página en sorna que hicimos para el Día de la Madre y que provocó que Jacobo me mandara un papelito amarillo con el mensaje “¡Las mujeres a la cocina!”. Durante toda esa semana y a propósito mandamos dos páginas de cocina. Después nos reconciliamos.
–¿Acaso había burlas de parte de los intelectuales hacia su trabajo?
–Yo cubría todo lo que pasaba en el Di Tella y los intelectuales duros de Primera Plana se reían de mí. Algunos me decían “la sacerdotisa del pop”, yo era víctima de la moda, no podía resistirme a usar las plataformas de Dalila Puzzovio ni los vestidos de Rosa Bailón. Por suerte en esa época no se usaba decir estás producida, como ahora y que suena a mujer sandwich, tampoco se hablaba de lo que uno se ponía, simplemente se trataba de armar composiciones de color y textura como en los cuadros, pero en el cuerpo, y de comunicar a través de la moda. Un señor muy serio y elegante me dijo un día en una redacción: “Siempre te leo porque vos tomás la frivolidad en serio”.
–¿Cómo comenzó su recorrido como fashion designer?
–En 1957 el dueño de la casa Iotti, la de Callao y Santa Fe, dedicada a la ropa de hombre, me dijo te doy más de cien metros de seda natural para que diseñes una línea “Iotti mujer”. Busqué un zapatero armenio que vivía en Villa Luro para una línea de sandalias, hice pantalones pescador bastante angostos con saquitos muy Audrey Hepburn. También se me dio por hacer tejidos muy flacos al estilo de las cotas de malla, unos tubos sin mangas cuya primera y única clienta fue Luisa Sofovich de Gómez de la Serna. No me pagaron por hacer la colección, yo estaba fascinada igual y considero que no funcionó porque la propuesta era demasiado joven, entonces las mujeres no decidían solas, las madres les decían qué ponerse.Igual mi colección quedó documentada cuando fue fotografiada, para Damas y Damitas, cuando la coordinaban Chiquita Constela y Piri Lugones: fui la modelo de un traje de baño que diseñé con el recato de los atuendos de los años veinte. En 1964, un grupo de arquitectas me pidió una colección de jersey mezclada con metales en los puños o cuellos que tampoco se vendió. Pero en 1967, mientras trabajaba en la redacción de Primera Plana, con dos amigos invertimos en una boutique de la Galería del Este y le pusimos “Etc”. La idea era vender los diversos objetos y prendas que surgían de la gente del Di Tella, desde las plataformas y suéteres de Dalila, diseños de Pablo y Delia, gargantillas de cuero pintadas en tonos de rojo y turquesa por Juan Oreste Gatti, los vestidos con barracanes de Mary Tapia. Yo tuve una producción propia de camisas de raso de satén en blanco marfil que se prendían atrás. Eran unisex con cuellos turtleneck (polera) y el primer cliente fue Leonardo Favio, que las compró para vestirse él y toda su banda.
–Así como Colette combinó la literatura con una casa de perfumes, usted tiene experiencia como perfumera. ¿Cómo despuntó ese oficio?
–Pasó que en un viaje a Túnez me enamoré totalmente del azafrán y de la menta y decidí hacer perfumes para mí. Surgió un tónico en base a la verbena, alimonado y picante, y también compre nardos, flores que adoré desde chica cuando iba a Córdoba, y las usaba en el pelo y hasta masticaba los pétalos. Pasó que en los cocktails me empezaron a preguntar y elogiar mi agua de nardos, entonces hice una producción para vender en la Feria del Sol y algunas tiendas, y ahora estoy desarrollando un nuevo proyecto con flores blancas. Desde adolescente gasté mi sueldo en el más chiquito de los extractos My Sin de Lanvin que se conseguía en Pozzi y cada vez que viajo yo o alguna amiga encargo algo de Guerlain.
–¿Y la faceta de letrista?
–Eso fue una casualidad, por intermedio del fotógrafo Alejandro Kuropatwa y en esas fiestas llenas de humo que él daba en su casa de la avenida Rivadavia me hice amiga de Federico Moura. Una noche en que yo me quise ir temprano, espantada por el humo, Federico me pregunto por qué no estaba a gusto, y yo le respondí: “Es que soy moderna, no fumo”. A él le encantó el concepto y me pidió que la escribiera junto a Roberto Jacoby. La incluyeron en el disco Wadoo-Wadoo y el día que lo estrenaron en el teatro Opera me senté en la primera fila y me emocionó mucho cuando lo escuché cantarla. Tuve otras vinculaciones con la música, los primeros textos que escribí fueron para una columna de discos en Damas y Damitas y luego me casé y me divorcié tres veces con el músico de jazz Rubén Barbieri y actualmente estoy produciendo un CD con uno de sus conciertos.
–Durante la dictadura, en lugar de irse a otro país usted se exilió en la moda.
–Estuve diez años trabajando en una revista para la industria llamada La Moda, donde comunicaba a los fabricantes lo que se usaba, iba a París a los salones textiles y los desfiles cuatro veces al año, para comunicar a los fabricantes lo que se usaba. La publicación fue solventada por los textileros, Grafa, Alpargatas, las botoneras, los de la calle Alsina y los avíos. Yo ganaba poco pero el tema me fascinaba y me encapsulé en ese mundo. Siempre que me cruzo con Juan Gelman, él me dice: “¡A vos te salvó el canesú!”.
–De las décadas de moda que revisita en el libro, ¿cuál es su favorita?
–Los años ‘70, porque en ellos hubo una revisión total de los años veinte y treinta, se usaron pantalones, Kenzo y las etnias, todos temas que me fascinan. En cambio, odié la esencia de la moda de los ochenta con los yuppies, que me parecen hombres y mujeres violentos. La modalidad de llevar jogging con taco alto y la cartera haciendo juego y cuando el jogging pasó de ropa de gimnasia a ser ropa cara no me gustó nada, aunque unos años más tarde me gustó Alaia.
–¿Qué es lo más atractivo de escribir sobre moda?
–La descripción, el estado de enajenación, el lenguaje, un lenguaje tan inútil y tan complicado, la gente no sabe lo difícil que es escribir una nota de moda. Creo que en la construcción de ese lenguaje tan específico me ayudó mucho el haber corregido galeras de libros científico-técnicos para Emecé. Todavía siento que escribir un epígrafe sobre un traje o una textura es pura poesía.

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Con aros de Edgardo Gimenez / Foto: Ronald Shakespear
 
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