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Según la tele argentina, la semana que pasó no fue otra cosa que horas y más horas de bombas catódicas (inesperadas pero promocionadísimas porque el morbo de la audiencia voyeur, se sabe, será fuerte, pero puede ser un poco olvidadizo). El asunto es que allí estuvieron, con la firmeza que sólo la curiosidad infantil podría sustentar, millones y millones de ojitos dispuestos a sentir el vértigo de lo-nunca-jamás-visto-o-imaginado: las cámaras ocultas con señoritas que hacen de su despampanante y barbiesca figura su mejor bandera; la revelación de una travesti frente a su enamorado despistado; y el gay compuesto de manera tan convincente, respetuosa y querible por un heterosexual que sólo se preocupa por reafirmarse como tal... lo que se dice un mundo de sorpresas. Con sorpresas así, en verdad, nos dan ganas de bostezar de sólo pensar en lo más o menos previsible.