TEATRO
De pescados parlantes y parejas desparejas
Una madura señora judía, muy ortodoxa ella, y un joven marginal paraguayo superan sus diferencias y se convierten en amantes, amenazados por un ex compañero de prisión del segundo. Adriana Aizenberg, Luciano Castro y Esteban Meloni interpretan a los protagonistas de Lo que habló el pescado, sorprendente pieza del joven dramaturgo y puestista Gonzalo Demaría.
Por Moira Soto
¿En qué se parecen el rey persa Ajashverrosh –varios siglos antes de Cristo– y un joven ex convicto paraguayo que duerme en la plaza? ¿Qué parentesco puede haber entre la bella y seductora Ester –esposa de Ajash etcétera– y la madura dueña de una pescadería casher de Villa Crespo, salvo tener el mismo nombre y ser judías? El dramaturgo Gonzalo Demaría, asimismo puestista, responde a estos acertijos a la vez que revela la cifra del sincero y afectuoso acercamiento entre opuestos en su pieza Lo que habló el pescado, recientemente estrenada.
Obra sorprendente en su desprejuicio, que conmueve con nobles recursos y también divierte con su humor cándido, indirecto, Lo que habló el pescado está estupendamente interpretada por la eximia Adriana Aizenberg, el muy sugerente Esteban Meloni y Luciano Castro, el majo galán rizado de Los Roldán, una auténtica revelación como arriesgado actor teatral.
“A Fidelino lo vi desde el principio como un ser algo lento mentalmente, con esa vida tan cruda, tan miserable, tan oscura que ha tenido”, dice Luciano Castro. “El está todo el tiempo tratando de que no se note su desgracia, su malestar. De entrada, sentí una gran comprensión hacia este personaje, ya sabía adónde llevarlo desde la primera vez que leí la pieza. Es una criatura que actúa por instinto, poco racional, no sabe disimular. Tampoco hace ciertas diferencias: él necesita tener sexo en determinada situación de ternura que se da con Ester, y no repara en su edad. También se supone que lo tuvo con Conrado en la cárcel con la misma disposición, sin discernir mucho entre gay y heterosexual. Aunque ahí la relación fue de sumisión frente al tipo más pensante, porque en la cárcel son siempre los cerebros los que terminan manejando el pabellón.”
Asegura Luciano Castro que no hubo de su parte el menor cálculo respecto de preservar una imagen de galán televisivo: “Lo que quería era hacer teatro, buscamos con Vera, mi representante, una pieza que nos gustara, que me diera placer interpretarla. Lo que habló el pescado me encantó de entrada, además tenía muchas ganas de trabajar con Adriana Aizenberg”. A Luciano le resbala –tanto como a su personaje– la convención social que indica que una mina madura con un chico de veintipico suena poco menos que a ignominia, a depravación: “Además, ella es judía ortodoxa. Creo que se hacen el favor mutuamente: Ester se juega sus últimas fichas, acepta la compañía, se va calentando con el pibe que, más allá de su cortedad mental, tiene un corazón enorme. El se acerca desde el agradecimiento, se siente protegido, lo expresa como puede. Frente a las burlas de Conrado, tiene una actitud –en su escala– caballeresca. Después demostrará una increíble generosidad, incluso grandeza”. Para armar este personaje con rasgos infantiles, Luciano se dedicó a observar a su hijo de dos años y medio: “Su espontaneidad, su falta de rodeos, sus respuestas netas. Actitudes que incorporé a Fidelino”.
“Me entusiasma mucho estar transitanto esta obra con Adriana, con Esteban, con Gonzalo que tienen una filosofía para el trabajo muy interesante, y una gran paz interior que me da mucha envidia.” Con Adriana, los primeros veinte días fueron de improvisación gozosa, no saben hasta dónde hemos llegado. Me empecé a enamorar de ella. No voy a venir a descubrir lo buena que es como actriz, pero otra cosa es trabajar a su lado. Hay momentos en la representación que conectamos tanto, que siento que la obra podría terminar ahí mismo.”
El intérprete del amante clandestino de Chichita en Los Roldán reconoce que también es una suerte trabajar en la tele con Andrea Bonelli: “Ella es buenísima, no sabés cómo se empeña aunque se trate de una tira, sin tiempo para analizar nada. Andrea es impresionante lo que labura su rol, cómo acepta el intercambio, es una actriz del carajo. Formadísima, inteligente, me aporta mucho en lo personal, me sugiere lecturas. Así que estoy contentísimo, me están pasando cosas que me emocionan, me enaltecen. Que van en la dirección que quiero llevar mi trabajo. Ahora apareció esta posibilidad de actuar en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, recitando poemas de Cavafis, dirigido por Alfredo Arias. Todavía no puedo creerlo”.
Escribir sobre mujeres
–“Ya estaba lanzado a escribir cuando me topé, al investigar el mundo judío de este personaje, con la fiesta de Purim –dice Gonzalo Demaría–. Rastreé sus orígenes y ahí di con el Libro de Ester, donde figuran las razones de la celebración. Pero yo ya estaba escribiendo sobre estos tres personajes y el conflicto de una judía con un no judío, más un tercer papel masculino en discordia, y advertí un paralelo evidente con la historia de la pareja formada por el rey persa, su esposa judía Ester y Hamán, el conspirador. Fue como si este relato me hubiese estado esperando.”
–¿Qué fue lo que te impulsó a empezar a escribir, hacia dónde querías ir?
El disparador inmediato fue una noticia que vi en el diario en marzo del año pasado con el título: “En Nueva York dicen que un pescado habló en hebreo”. Y se narraba la historia ocurrida días atrás en una pescadería casher en Manhattan de la que era dueño un señor mayor jazídico, que tenía un empleado ecuatoriano joven. Este era el que aparecía en la foto porque en el momento de cortar una carpa la había escuchado hablar. También el dueño, a quien el muchacho llamó, había oído al pescado, entendido sus palabras, un mensaje apocalíptico. Me fascinó esa historia, pensé que daba para escribir algo, guardé el recorte. Poco después en mi cabeza, la posible obra sobre el pescado que hablaba quedó atrás en favor de lo que podrían haber sido las relaciones entre este patrón judío de Nueva York y el chico ecuatoriano, cómo se entendían, de qué manera los había reunido ese hecho mágico. Al explorar esa relación, cambié el dueño por una dueña en Villa Crespo, el ecuatoriano por un paraguayo, y surgió esta relación, improbable pero no imposible, en la que creo absolutamente.
–Te atreviste a quebrar una convención social bastante arraigada que mira con malos ojos las relaciones con gran diferencia de edad, por supuesto cuando la mujer es mayor.
Yo quería que el objeto erótico fuese el chico paraguayo, el empleado. Quería hacer una historia humana, creíble. No buscaba escandalizar. Por eso, lo primero que les dije a los actores fue que quería el menor contacto físico. Cedí un poco en los ensayos finales, acepté que el abrazo estaba justificado. Pero evité los besos entre ella y él, entre los dos tipos, porque me parecía que podían confundir sobre mis intenciones de hablar sobre encuentros. En cuanto a la diferencia importante de edad, tiene que ver con mi idea de que fueran diversos en todo: ella habla idisch y él, guaraní. Ella es de una familia culta de rabinos, y él es un marginal. Entonces, lo de la edad es un detalle más para ponerlos en las antípodas.
–Además, en tu pieza ella no es una madura glamorosa, sino una doña de barrio.
Bueno, el chico tampoco tiene ningún glamour.
–Digamos que lo que se ve en escena es un muchacho objeto bien atractivo.
En lo puramente físico, sí, pero interiormente arruinado. Me extraña un poco escucharte, porque yo no me considero una persona tan desprejuiciada, aunque trato. Te diría que recién en los últimos años me estoy sintiendo menos atado a las convenciones en las que fui educado. Creo que lo que protege a estos dos personajes del prejuicio es que se trata de dos seres tan solos, tan desamparados que ¿quién podría decir algo en contra viéndolos juntos? Porque ese encuentro es una bendición para los dos, aunque también traiga dolor. La devolución que nos hacen muchos espectadores es que les inspiran piedad.
–Esto puede ocurrir entre el público que asiste a una ficción, se deja llevar y seguramente sale con la cabeza más abierta. Pero si tu vecina de sesentipico tiene un novio muy joven, contame qué dice el consorcio a sus espaldas.
Seguramente, no lo aceptarían tan fácil. Sí, incluso entre los espectadores, algunos me reconocen que al principio les chocó un poquito. Creo que la clave de que funcione es cómo esa relación se va haciendo verosímil a pesar de todo.
–Otra rareza de tu pieza es que no siendo vos judío presentan a una judía ortodoxa muy convincente, que vende pescado casher, hace los rituales.
Me apasiona la investigación. El desafío era ingresar a un mundo judío que conocía poco. Bueno, tampoco soy paraguayo ni hablo guaraní. Tal vez las cosas que le dan espesor a este personaje son las mismas que se lo darían a una católica o a una musulmana, es decir, rasgos simplemente humanos.
–¿Hubo alguna reacción de extrañeza por parte del elenco al conocer la obra?
Fui muy afortunado porque mi primera opción era Adriana Aizenberg. Ella estuvo en mi primera obra, Nenucha, la envenenadora de Montserrat. Después yo hice la música y las letras de las canciones de otra obra en la que trabajó, Venecia. Así que cuando terminé Lo que habló el pescado, se la di a leer, le interesó mucho. Aparte de gran actriz, ella es muy osada. A Esteban Meloni lo había visto en dos piezas durante el verano, me parece un actor y una persona con mucho misterio y lo tuve en la cabeza en algún momento de la escritura. A Luciano Castro fue muy bueno encontrarlo porque entendió perfectamente lo que tenía que hacer. Para mí, está fantástico.
–Ya creaste un protagónico femenino fuerte en Nenucha, escribiste canciones para Claudia Lapacó, ¿te inspiran más los personajes femeninos?
Me han dicho que escribo bien para las mujeres. Será porque tengo una actitud de interés, de estima hacia ellas. Te iba a decir: creo que las entiendo. Pero no, sería muy soberbio. Trato de entenderlas.
–¿Tenés otro personaje de mujer por dar a conocer?
Sí, la protagonista de Mambo místico, que voy a tener la suerte de estrenar en París, con Marilú Marini, dirigida por Alfredo Arias. Pasa en una mercería en el Buenos Aires de los ‘50 y Marilú –que debutará en el teatro musical– es la jefa de personal que tiraniza a sus empleadas, Madame Gabor se llama. También tenemos a la heroína, Rosita, una chica más joven que hace la actriz cantante cubana Alma Rosa. Tomé la estructura del Vía Crucis, las catorce estaciones de Cristo camino del Calvario. Rosita, abusada por el dueño de la mercería en complicidad con la villana, siente que tiene que llegar hasta las últimas humillaciones porque es su camino de purificación. Entonces, acepta el martirio como camino de santidad. £
Domingos y lunes a las 21, Camarín de las Musas, Mario Bravo 960 (4862-0655). Entradas a $ 10, estudiantes y jubilados $ 5.