CRóNICAS
La calle es su lugar
Buenos Aires Presente (BAP) es un programa de atención de emergencias sociales y personas en situación de riesgo y vulnerabilidad. Parte del trabajo que realizan tiene que ver con la asistencia a personas que viven en la calle, acercando un plato de sopa o una frazada a quienes no eligieron dormir a la intemperie, pero les resulta mejor que cualquier institución de tránsito.
Por Antonio Dal Masetto
Por Noemí Ciollaro
Son historias de un domingo a medianoche. De calles vacías en una ciudad desnuda y despojada de esplendores. De umbrales y recovas en los que anidan seres humanos cuyas únicas posesiones son la soledad y la miseria.
La tormenta de la noche anterior dejó flotando su resaca de humedad penetrante. Al costado de un hospital una mujer se acurruca en el hueco de un paredón centenario de Barrio Norte. Dionisia, poco más de cuarenta años, un rollo de frazadas y trapos de entre los cuales emerge un rostro aindiado, pelo negro espeso, ojos rasgados que miran como sin ver. Acepta un cigarrillo pero no quiere fotos, habla con desgano.
–Mejor que no hace frío, anoche se me mojó todo. Sí, aquí vivo de noche, sola; no me interesa andar con nadie. A veces viene una señora a charlarme, la escucho y cuando se cansa se va; debe estar muy sola. Yo espero que vuelva mi patrona y me lleve de nuevo a trabajar a su casa. Pero tomó a una chica de diecisiete años; me fui a Mar del Plata y cuando volví había empleado a la otra. Trabajaba bien yo, limpiaba, cocinaba, lustraba los metales, pero tomó a la otra. Hace seis meses que estoy esperando, de día paro en la plaza, después voy a comer a un colegio de monjas; las hermanitas me dejan bañarme. Así estoy bien, no quiero ir a un hogar o a un hospital. Familia tengo en el Perú, pero hace mucho que no sé nada de ellos, yo vine a trabajar aquí.
Dionisia acepta la frazada seca y limpia que le entrega Gustavo Rubio, uno de los psicólogos del programa social Buenos Aires Presente, destinado a auxiliar a personas que viven en la calle. No recibe la vianda, dice que no necesita nada, saluda y se acurruca nuevamente contra el paredón.
Rubio relata a Las12 la historia de Deolinda: “muchos años atrás la empleadora la dejó sin trabajo y ella comenzó a vivir en la calle hasta que la internaron en el Moyano, años medicándola inútilmente. Logró escaparse y desde entonces vive así; cada tanto cambia de barrio porque tiene miedo de que vuelvan a internarla, pero siempre regresa aquí porque cree que su ex patrona va a venir a buscarla”.
Buenos Aires Presente (BAP) es un programa de atención de emergencias sociales y personas en situación de riesgo y vulnerabilidad, dependiente de la Secretaría de Desarrollo Social de la ciudad, hoy comandada por el vicejefe de gobierno, Jorge Telerman.
Los equipos del BAP, explica la psicóloga Patricia Malanca, coordinadora del programa, “están integrados por profesionales y operadores de calle que realizan el abordaje y el diagnóstico de las diferentes situaciones planteadas en la vía pública, en domicilios particulares, instituciones y asociaciones civiles. Intervienen además en desalojos compulsivos o programados, menores en situación de riesgo, mediaciones por violencia familiar, inundaciones, asistencia alimentaria, traslados de personas y grandes catástrofes”.
Las12 acompañó a un equipo durante la recorrida nocturna en uno de los móviles que posee el programa. Un psicólogo, un operador de calle y unchofer recorren los circuitos conocidos y acuden ante nuevas demandas; acercan abrigo, alimentos, y efectúan el seguimiento y contención de las necesidades más urgentes de los llamados “sin techo”.
Nélida recuerda que nació en Rosario, y que en algún momento que no puede precisar vino a Buenos Aires a trabajar como personal doméstico. Hace años que por la noche se aloja en la entrada de un banco cercano a Scalabrini Ortiz y Córdoba. Cada mañana junta sus cosas y va a una plaza a pasar el día, recurre a algún comedor para obtener alimentos.
–Es muy poco lo que recuerdo, para qué ocuparse del pasado. Vivo así hace mucho. Tenía una tía en Rosario que murió. Y familia, qué sé yo, cuando una es chica le dicen que tiene una familia, pero una no sabe quién es su familia. Una noche estaba durmiendo aquí con la cabeza tapada y alguien me dio un golpe tremendo; no sé por qué me golpearon. La calle es así.
Echada entre hojas de diario y trapos Nélida esconde la cara, el fotógrafo le promete entregarle una copia de sus fotos y ella, en lo que parece el instante más lúcido, responde “una foto para qué, para ponerla en un marquito, esto no es una casa, es la calle, cuanto una menos tiene para cargar, mejor”.
Ante algunas bromas de Gustavo Tamayo, un operador de calle que está por obtener su título de sociólogo, la mujer esboza una sonrisa pálida y cuenta que nació en 1924, pero se molesta cuando le dicen que tiene ochenta años. El tiempo transcurre de otro modo en la calle.
En el umbral de un negocio del sur porteño, una mujer que no quiere ser identificada ni fotografiada acepta la vianda que le ofrece el BAP y dialoga con Rubio, quien la visita semanalmente. Llegó hace mucho de una provincia del norte a probar suerte en la ciudad. Asegura que ella y una hermana tienen en Adrogué una casa propia que está en venta, pero que prefiere dormir en la calle, con luz y con gente que pasa caminando, porque en su casa han muerto varios familiares y teme que la lastimen si se queda allí sola. Los dueños del negocio donde para le prestan la dirección y le reciben correspondencia.
“Parte de nuestra tarea –afirman Rubio y Tamayo– es intentar que estas personas puedan articular su demanda dirigiéndola a alguien que les haga un lugar como sujetos y reciba en esa queja algo más que la expresión por su padecer; es el intento desesperado de alguien que busca darle al Estado esa función que ha abandonado durante tanto tiempo.”
A la entrada de una farmacia de Santa Fe al 2500, una pareja y sus dos hijos de 8 meses y 3 años permanecen acostados en el piso, María Rosa cuenta que hace dos años que viven en la calle, se conoció con Horacio cuando ambos vivían en vagones de tren, en Gerli, luego pasaron a una casa tomada en San Juan y Boedo de la que fueron desalojados. De día paran en plaza Once y almuerzan en una iglesia del barrio de Flores. El bebé, Brian, tiene sarna y estuvo internado varias veces. “No nos gusta robar, mi marido cartoneaba y la policía le sacó el carrito, antes yo limpiaba oficinas, pero con los nenes ya no puedo, y no conseguimos que nos ayuden, ahora estamos tratando de tramitar una vivienda”, afirma María Rosa mientras su marido corre a Juan Bautista, el nene mayor que está a punto de cruzar la avenida. Una mujer pasa por la puerta de la farmacia y los insulta: “vagos, chorros, vayan a trabajar”, grita mientras aferra su cartera con desesperación.
Patricia Malanca subraya que las personas que viven en la calle no acuden al BAP, “los que llaman al 0800-777-6242 son los vecinos, para pedir que se socorra a los ‘sin techo’, o por el temor que les generan. Lo que nosotros buscamos es ser un referente para las personas en situación de calle, llevarlos a los hospitales, seguir su situación, procurar su reinserción social. Todos sus vínculos son precarios, las amistades son esporádicas y eso junto a la situación socio-económica los convirtió en los primeros expulsados del sistema. Al rehilar sus historias hayabandonos repetidos, padres que los abandonaron y ellos que abandonan a sus hijos. El 80 por ciento, que son hombres, dejan mujeres, hijos, e inician un derrotero que va de hoteles a pensiones, de allí a hogares, entran en el circuito asistencial o van a la calle”.
El último conteo realizado en 2002 detectó 1124 personas durmiendo en la calle, 80 por ciento hombres y 20 por ciento mujeres, “fuera de eso hay una cantidad muy importante de casos crónicos, lo que la gente llama linyeras, y que vinculado con el tema del alcohol es de más difícil pronóstico de reinserción, casi cero, que deben ser sostenidos por el Estado hasta que mueran. La variable de mejor reinserción es la familiar, la laboral todavía es una esperanza por la situación económica del país. Pero tenemos arriba de cuatrocientos casos de personas con deterioros muy serios”, indican los integrantes del equipo.
El BAP sostiene que “el grupo más expuesto es el de los hombres solos en los que se detecta un consumo reconocido de alcohol (60 por ciento) y en menor grado el de otras drogas. La mujer tiene mejores y más fuertes redes sociales de subsistencia, pero ese 20 por ciento de mujeres en su totalidad presenta distintos grados de patologías psiquiátricas”, se afirma en un documento del programa, cuyo diagnóstico acerca de las facultades mentales femeninas no posee más sustento que el mencionado.
Para los hombres el programa posee dos Paradores para pasar la noche, uno en Retiro y otro en Parque Patricios. Para las mujeres no existen paradores, se está implementando la tramitación administrativa para su creación.
Diagonal Norte de madrugada resulta espectral. En las cuatro bocas de subterráneo de la línea C hay hombres solos, acostados contra las rejas que separan las escaleras de los túneles. Jorge, 57 años, se expresa con total soltura y a lo largo de la charla menciona sus estudios de administración de empresas y viajes a Europa.
–No importa quién era yo en el pasado, éste es mi hoy. La gente de la calle no escapa al horror, el espanto, al despojo de los bienes y de la esperanza, al resentimiento. El alcohol o la droga son anestesia, hay mucho dolor. La intemperie es cruel, pero también existe cariño y respeto. Hay violencia a veces, y si hay problemas uno hace lo que tiene que hacer. Yo ando solo, es mejor, y prefiero la boca del subte a los paradores, allí uno se llena de piojos, se contagia enfermedades. Los piojos se te meten en la ropa, tenés que tirar todo, tenés que pelarte, afeitarte. En los paradores no hay ventilación, hay tuberculosis, tensión, todos durmiendo juntos. Es mejor la calle, una plaza, el sol, el aire. Si hace mucho frío y llueve uno banca la noche en la guardia de un hospital, somos como los gatos, de noche casi no dormimos. Lo lamentable es la mala administración de los recursos del Estado, se gasta dinero en cosas que resultan ineficientes y perjudiciales. Los políticos y los funcionarios deben deponer su codicia. Creo que lo único que puede salvarnos es lo espiritual, Dios, el amor; pero cuando digo esto comentan que estoy loco.