POLíTICA
Mujeres en llamas
El XIX Encuentro Nacional de Mujeres en Mendoza fue masivo y, como colectivo, se pronunció otra vez a favor de la despenalización del aborto como una herramienta fundamental para que las mujeres tengan derecho a decidir sobre sus propios cuerpos. Pero la violenta intervención de sectores fundamentalistas católicos exige debatir sobre el modo de preservar este espacio democrático que se ha ido ampliando a lo largo de dos décadas.
Por Marta Dillon
Que la frustración puede convertirse en violencia es algo que sintieron en el cuerpo la mayoría de las que participaron del XIX Encuentro Nacional de Mujeres. Había que estar en el escenario que se montó sobre la explanada que corona la fuente de la plaza Independencia, en el centro de Mendoza —y que termina en un abismo de varios metros sobre el agua que danza– sabiendo que detrás formaban, con estilo militar, palos y disciplina ad hoc, las mismas huestes católicas fundamentalistas que intentaron obstruir los debates durante todo el fin de semana para saber que violencia es más que una bomba molotov detonada para evitar una fiesta. Violento fue también el miedo que generó separarse de un grupo cualquiera para andar la ciudad cuando los debates habían concluido y escuchar, casi en el oído, como un susurro sibilino: “asesina”, sólo porque en el pecho había quedado olvidada la credencial del Encuentro. Violentos son los mails que siguen llegando a la comisión organizadora, firmados con exultante “¡Cristo Reina, Cristo Vence, Cristo Impera!” y que no sólo se dedican a jactarse por la quema de material del Programa Provincial de Salud Reproductiva sino también a poner en duda la existencia de desaparecidos que no serían más que “muertos en la guerra justa contra la subversión marxista”, algo que ya había tenido que escuchar Nora Cortiñas, de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, en el taller de derechos humanos en el que participó durante el Encuentro. Y violento también fue tener que terminar a los gritos los talleres de anticoncepción y aborto, de pie sobre los bancos de las escuelas, para poder imponer la voz de la mayoría por sobre el mínimo grupito de mujeres –que no se llamaban a sí mismas católicas sino Pro vida– que amenazaban con el llanto y la intervención judicial cada vez que las coordinadoras intentaban redactar las conclusiones. Es verdad que las acciones destinadas a quebrar el Encuentro no pudieron evitar que el último domingo a la tarde las más de 20 mil participantes se expresaran de todas las maneras posibles –con cantos, con los conocidos pañuelos verdes– reivindicando el derecho a decidir sobre sus cuerpos y reclamando el derecho al aborto como una necesidad para que esa decisión alcance a todas las mujeres y desculpabilice a quienes pretenden elegir cuándo convertirse en madres más allá de accidentes contraconceptivos. Pero no es menos cierto que la frustración fue el aire que se respiró entre todas las que, con mucho esfuerzo, pretendieron gozar de un espacio de libertad, reflexión y discusión que sirva para, en definitiva, mejorar la vida de las mujeres. ¿Cómo continuar en adelante? ¿Cómo garantizar que el espacio que se construyó en los últimos 19 años desde el feminismo y el movimiento de mujeres no sea oclusado por fundamentalismos misóginos? ¿Es que la horizontalidad tiene límites? Las preguntas quedaron como un caramelo enla boca que no termina de disolverse. Un caramelo de hiel, podría decirse, que obliga a buscar el agua de alguna estrategia nueva que sirva para defender un espacio que en estas dos décadas se ha masificado, sí, pero que también exige una autocrítica para no estancarse.
Fue el martes a la mañana cuando la comisión organizadora se presentó en la Comisaría 3ª de la ciudad de Mendoza para hacer efectivas las denuncias que ya se habían anunciado en la conferencia de prensa dada el domingo pasado, último día de debates, pocos minutos después de que se intentara incendiar el aula magna de la escuela Agustín Alvarez usando como material combustible la información impresa sobre salud reproductiva. El humo comenzó a salir del aula cuando las integrantes de la comisión estaban informando a los organismos de derechos humanos de Mendoza sobre las agresiones sufridas la noche anterior y que hasta el momento no se habían querido hacer públicas para, al menos, desarticular el efecto del miedo. “Han sido mujeres las que provocaron el incendio –dice Rosana Rodríguez, de Las Juanas y las Otras, una agrupación feminista que participó en la organización–, aunque la presencia de hombres rondando era constante y eso, a nuestro entender, dificulta garantizar la seguridad de las compañeras. Pero ya ves, mientras nosotras intentábamos que las mujeres pudieran debatir en un espacio exclusivo casi nos queman la escuela.” Fueron mujeres también las que pedían que se incluyeran entre las conclusiones algunas propuestas directamente misóginas como “cárcel para las mujeres que abortan” o “prohibición de la anticoncepción de emergencia”, que pretenden volver al punto cero lo avanzado en dos décadas de Encuentros. “Estas posturas no las podés admitir –dice Mercedes Simonici, trabajadora social, integrante del Area de la Mujer de la Municipalidad de Rosario–. Los Encuentros se plantean una apertura que en principio es democrática pero que termina obturando. En un momento éramos 60 mujeres a favor del derecho a decidir y 15 que obstaculizaban y pretendían que su posición quedara en el mismo nivel de conclusiones que la nuestra. Entonces, lejos de ser una discusión, se transformó en una pelea.” ¿Cómo seguir defendiendo, entonces, la horizontalidad y el consenso? ¿Es que no se puede plantear, por ejemplo, el derecho de admisión? ¿Y cómo podría ponerse en práctica? “Puede ser que en principio sea difícil reconocer a las mujeres que vienen con la consigna y la predeterminación de quebrar el espacio, pero en principio creo que habría que tomar la decisión de excluir a estas personas. Porque si no es como un caballo de Troya abrir las puertas a todas, la Iglesia no denuncia a sus sectores más reaccionarios –dice Martha Rosemberg, participante histórica de los Encuentros e integrante del Foro de Derechos Reproductivos–, los ampara, y esto se convierte en problema porque son muchas las que no quieren romper directamente con la Iglesia porque en algún caso comparten el trabajo social o el reparto de planes sociales en el barrio, en la parroquia.” Lo cierto es que pretender excluir a un grupo no es sencillo, sobre todo porque si se ha avanzado en estos años es porque cuando las mujeres pueden enfrentarse con sus contradicciones y pueden decidir libremente de qué modo participar frente a la experiencia de tantas otras, que es de lo más valioso que se pone en común en los Encuentros, pueden dejar de lado el consignismo –que no es propiedad del fundamentalismo católico–, conseguir nuevas herramientas para pensarse a sí mismas y en muchos casos, cambiar la opinión cerrada con la que llegaron. ¿O acaso se puede decir que todas las mujeres de los barrios populares, más allá de sus prácticas, reivindican el derecho al aborto? Si la voz de estas mujeres se hace escuchar cada vez con más fuerza en favor de ese derecho es porque ha habido procesos de elaboración que les han permitido empoderarse más allá de los mandatos familiares y de las consignas políticas que muchas veces obturan tanto como la religión.
Hasta el momento en que este suplemento se está cerrando no se había escuchado ninguna voz que, desde el Estado provincial, se refiera a los distintos atentados que sufrió el Encuentro Nacional de Mujeres. Curiosamente, el diario Los Andes fue el único que recibió un comunicado de la Iglesia local que afirmaba que no había habido participación orgánica por parte de la institución. Sin embargo, y esto está agregado en la causa que se está instrumentando en el Juzgado de Instrucción de turno a cargo del juez Correa Llanos, hubo reuniones en la Universidad Católica de Buenos Aires y en el Obispado de Mendoza en las que se impartieron instrucciones a las mujeres sobre el modo en que debían participar del Encuentro. “Las instrucciones fueron precisas y a esas reuniones sólo se podía asistir si una se identificaba como parte de una parroquia. Dos compañeras de la comisión organizadora, Mariela Villegas y Paula Lucero, estuvieron y hasta recibieron quejas porque su parroquia era muy pobre y no tenía Internet para enviarle el resto de las instrucciones. Fueron el 11 y 12 de septiembre y la principal consigna era participar en la mayor cantidad de talleres posibles y evitar por todos los medios que se pudiera redactar las conclusiones si éstas eran adversas a la posición de la Iglesia”, dice Rosana Rodríguez. Y aunque la Iglesia se haya manifestado en contra de los actos de violencia, nada dijo sobre las misas que se celebraron en las puertas de algunas escuelas –como la Monseñor Verdaguer, en Guaymallén–, para “exorcizar” los predios donde se alojaban algunas participantes del Encuentro. Que se despertaron con el tono monocorde de los rezos. Pero el repudio del Estado todavía no se hizo escuchar, ni siquiera del Ipemh –Instituto de Políticas de Equidad entre Hombres y Mujeres–, a cargo de Graciela Olmedo. Es cierto que estos Encuentros se declaran –y son– independientes en su organización y financiamiento, pero eso no alcanza a justificar la indiferencia del Estado, lo cual, más que descuido, parece una estrategia para evitar enfrentamientos a los que otros sectores no temen.
Mar del Plata será la sede del próximo Encuentro, cuando se cumplan 20 años exactos desde aquella primera vez en que apenas mil mujeres de distintas organizaciones, la mayoría vinculadas con agrupaciones feministas o con el incipiente movimiento de mujeres, se reunieron en Buenos Aires para empezar a pensar estrategias políticas que permitan convertir sus aspiraciones en derechos legítimos y legales. Como ya se ha escrito en este suplemento, mucho se ha avanzado desde entonces y algunas de las primeras consignas hoy son realidades, al menos aquellas que tienen que ver con el cambio en la categoría del delito de violación, la asistencia a las mujeres que sufren violencia de género y hace realmente muy poco, la Ley de Salud Sexual y Reproductiva nacional. Sin embargo, algunas de las propuestas que quedaron escritas exigen un cuidado extra en adelante. “Que sea Mar del Plata la próxima sede ya es una estrategia –afirma Magui Bellotti, integrante de Atem y otra ‘encuentrera’ histórica—, porque es evidente el hecho de que Mendoza, donde la derecha es muy fuerte, favoreció la violencia de la reacción. Los grupos que operaron son minoritarios pero sin embargo muy activos y eso no se da en cualquier lugar.” En Rosario, donde el Encuentro del año pasado fue masivo, si bien hubo presencia de mujeres católicas organizadas para imponer sus consignas, no fue suficiente para que se destacaran. Al contrario, el año pasado los medios nacionales tuvieron que tomar en cuenta la participación de las miles de mujeres y la voz unánime a favor de los derechos sexuales y reproductivos, incluyendo el derecho al aborto. Esta vez la cobertura fue más que despareja y en algunos casos tan tendenciosa como para que el único espacio que se le dedicó a la reunión de más de 20 mil mujeres fuera el que destacara el conflicto en un taller sobre si era pertinente o no que participara una travesti. “La horizontalidad fue la que permitió que año a año fuera creciendo la participación, no creo que sea un problema. Sí que no hayamos podido ser capaces de perfilar los límites políticos.Hay cosas en las que no se puede retroceder. Ya no podemos decir que la violencia de género sea una simple enfermedad que la familia debe contener, no hay dudas de que estos Encuentros se organizaron en torno del derecho a decidir sobre nuestros cuerpos, que la heterosexualidad no es una norma y que tenemos una posición contraria a las políticas de hambre y exclusión”, dice Bellotti. “Sería muy bueno que en los próximos Encuentros de mujeres las personas que desean interferir con la realización del mismo se quedaran en sus casas. Sería muy bueno que asistieran solamente quienes tengan reales intenciones de debatir de manera democrática y no de interferir en la realización de los talleres”, escriben Gabriela de Cicco e Irene Ocampo, coordinadoras de Rima, una red de información de la que participan casi mil mujeres de la Argentina y Latinoamérica. Más allá de lo políticamente correcto, y de lo posible, son muchas las participantes históricas que se plantean el modo en que se podría debatir en adelante para poder avanzar en lugar de estar empezando siempre de nuevo con una paciencia digna de monje tibetano para poder escuchar los argumentos “científicos” que ya no se conforman con asegurar que la cigota es una persona si no que insisten en que el preservativo no puede proteger del vih porque tiene orificios microscópicos que permiten su paso. Argumentos que es ocioso (y agotador) rebatir. “Yo no me anoto y participo de un retiro espiritual para decir que la Iglesia fue cómplice del genocidio en la Argentina porque creo que no es el espacio y porque sería una provocación. ¿Entonces por qué vienen a pedir la derogación de la Ley de Salud Reproductiva en un espacio que la apoyó y la impulsó?”, se queja Claudia Anzorena, también integrante de la comisión organizadora en Mendoza. Y en ese sentido también se pronuncia Martha Rosemberg: “La táctica que usan excede cualquier operativa democrática, porque si te invaden para destruirte te tenés que defender. Y no va a ser yendo a misa para gritar en el medio que son asesinos porque se niegan a favorecer el uso de preservativos”. Rosemberg, impulsora de la inclusión del taller de Estrategias por el derecho a un aborto legal y seguro, cree, en coincidencia con muchas participantes, que en esa inclusión hay de por sí una estrategia. Para participar en ese taller hay que partir del acuerdo de que se está a favor del derecho al aborto. Desde la comisión organizadora de Mendoza creen que incluso podrían dejar de hacerse los talleres de anticoncepción y aborto y reemplazarlos por el de estrategias. Porque el acuerdo por el derecho a decidir tiene tantos años como el Encuentro, aun cuando por minoría se haya anotado su prohibición en algunas conclusiones.
Lo cierto es que tal como están planteados, los Encuentros tienen un único requisito para participar: ser mujer. Y de alguna manera eso pone al cuerpo en primer plano, incluso por encima de los acuerdos alcanzados en años anteriores. Tal vez sea hora de cruzar el género con definiciones políticas que sienten las bases en adelante y que limpien el camino de discursos predeterminados –que en eso también tienen mucho que ver los partidos de izquierda que pretenden sacar definiciones en contra del pago de la deuda externa aunque se esté hablando de sexualidad– para empezar a avanzar sobre las contradicciones, que suelen ser el caldo donde se cuecen las mejores sopas.
Informes: Sonia Tessa.