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Viernes, 19 de abril de 2002

BELLEZA

Operarse sin desfigurarse

Teresa De la Cerda Alarcón es una de las cirujanas plásticas más reconocidas de Chile. En esta entrevista habla de los costados más polémicos de su especialidad: las caras seriadas, los cuerpos desproporcionados, la adicción a los cambios físicos que nunca dan satisfacción. “Hay pacientes que luego se ven lindos, pero no se reconocen”, admite. Ya hay psicólogos que investigan estos casos.

 Por Moira Soto

Teresa De la Cerda Alarcón, cirujana plástica, parece haber encontrado un enfoque respetuoso de las verdaderas necesidades de sus pacientes y a la vez equilibrado respecto del poder que otorgan los múltiples recursos de que se dispone actualmente. Considerada una eminencia en su especialidad en Chile, la doctora De la Cerda trabajó hasta hace poco en el sur, en Concepción, yendo un par de días al mes a la capital. Pero ahora se ha instalado en Santiago, “y aunque es un desafío grande cambiar a esta altura, no fue difícil porque tenía el pie siempre puesto allí, donde además viven mis hijos”. Especializada en cirugía plástica, estética y reparadora, esta cirujana afirma que, en lo suyo, es fundamental trabajar con psicólogos, aunque no todos los casos son tan agudos como el de un adolescente con marcadas secuelas de acné que trató y que estuvo al borde del suicidio. “La reparación de secuelas de quemaduras también es una cirugía muy agradecida, muy alentadora por el alivio, la felicidad que puede representar para el paciente.”
Hija y nieta de médicos, de niña Teresa llegó a creerse que todo el mundo era médico: “Estábamos frente a Concepción, en un puerto, y todos los amigos de mi padre eran doctor Nosequé, doctor Nosecuánto. Yo hubiera jurado que todo el mundo tenía esa profesión y andaba curando enfermos. A los 8, jugaba a alcanzarle el instrumental, incluso podía estar mirando a mi papá operar. Y a los 13, ya operaba con él, le ayudaba de verdad”.
–Dice la leyenda que para ser cirujano hay que tener agresividad, capacidad de discusión.
–Pero es que yo creo que las mujeres podemos llegar a ser más agresivas que los hombres, incluso más decididas, si hace falta.
–Lo tuyo sería una prueba de que lo de considerar ciertos oficios como masculinos es una cuestión cultural: naciste y creciste en ese elemento, tuviste el deseo de ser cirujana y lo realizaste como algo natural.
–Claro que sí. Estudié medicina, luego tres años de cirugía y tres de cirugía plástica, y nunca tuve la menor duda. Hay gente que me dice: “qué difícil te habrá resultado siendo mujer”: si lo era, yo no me di cuenta. Siempre estuve tan convencida, lo hice con tanto fervor... Quizás era que tenía condiciones: soy de hablar fuerte, de taconear cuando camino, en fin, rasgos de mi personalidad apropiados para esta especialidad. Lo de la cirugía plástica, a su vez, proviene de otro deseo anterior: ser arquitecta. Pero no se podía estudiar esta carrera en Concepción, y mi padre era un hombre muy grande cuando yo nací. Entonces él me dijo: “No querría que te fueras, no sé cuánto tiempo más vaya a estar yo”. Y la verdad es que no vivió mucho más, se murió cuando yo tenía veintipocos. Me quedé, pues, y estudié medicina, que me gustaba mucho también.
–¿Cuál es la relación que establecés entre cirugía plástica y arquitectura?
–Bueno, todo el manejo de la parte visual, estética, el diseño. Sin duda, es la parte más artística de la medicina, con un espacio para la creatividad. Obviamente, la simple y pura técnica –como las artes– la puede aprender cualquiera. La cuestión es aplicarla: yo creo que aparte del talento natural que se pueda tener, se procede mejor si tienes conceptos estéticos que has tratado de refinar.
–Cuando elegiste la plástica, ¿pensabas en la cirugía estética, en la reparadora, en alguna forma especial de aplicarla?
–No, me gustan todas la posibilidades. Mi formación incluye cirugía plástica, estética y reparadora. En todas esas áreas hay mucho por hacer, mucho que ofrecer. Además se producen constantes avances tecnológicos, se decantan los conceptos de belleza, el campo se amplía día a día, en recursos y en logros.
–Cuando empezaste, las mujeres con intenciones de mejorarse o rejuvenecerse, se operaban mucho menos que en los últimos años.
–Claro, no estaba masificado como en la actualidad. Se operaban actrices, mujeres de dinero, era considerado un lujo. Incluso creo que en esa época las operaciones las hacían médicos que no eran específicamente cirujanos plásticos, no se cultivaba como hoy la especialidad. Actualmente, la cirugía plástica abarca todo el cuerpo: va desde el implante de pelo hasta modificar el lecho unguial del pie si tienes una uña encarnada. Las opciones son incontables y ya hay especialidades dentro de la especialidad.
–Al estar tan promovida, ¿la cirugía estética no se ha convertido en una especie de asignatura pendiente para muchas mujeres? ¿El abuso no ha llevado a una especie de resultado antiestético con caras seriadas, pómulos idénticos, bocas hinchadas?
–Hay gente con la que sucede eso, personas que se transforman en otra cosa, pierden singularidad. Creo que cuando se llega a este extremo, estamos hablando de un marketing de la cirugía. Ahí hay un concepto equivocado, no se encara el tema con responsabilidad y menos aún con un concepto estético de alta exigencia. Estas cirugías son serias, importantes, de riesgo, como tantas otras intervenciones. Pero el tema ha sido encarado con ligereza por gente que no necesariamente es idónea. En Chile tenemos el problema con las cosmetólogas, ya se sienten casi doctoras, y aunque no tienen la formación para inyectar determinados productos y los inyectan. En estos casos, también las mujeres deben tomar todas las precauciones, si es que deciden hacerse algún cambio. Hay muchas personas sensatas que no se engañan a sí mismas, que quieren verse bien en su edad, pero que no pretenden parecer veinte más jóvenes. La idea para ellas es mantenerse sin perder la personalidad.
–Acaso en Chile sea diferente, pero acá tenemos casos de vedettes adictas que se tocan, se retocan, se implantan, se colagenan y terminan convertidas en criaturas frankensteinianas. Hay una que supo ser bonita y ahora se la ve por la tele, cuando intenta hacer gestos faciales, como con zonas muertas, cuerpos extraños dentro de lo que fue su verdadera cara.
–Aunque te parezca una paradójico, ese tipo de personas nos han hecho un favor a los cirujanos plásticos porque cada vez más, la gente se da cuenta de quiénes están mal operadas, desfiguradas. Porque ahora la paciente, llega y te dice: por favor, quiero algo normal, no quiero parecerme a tal, no quiero quedar con esos labios con los que ya no se puede ni hablar casi. A través de la visión de estas caricaturas de la cirugía plástica, se ha producido un decantamiento en la gente que sí, puede notar que con los años se va perdiendo, por ejemplo, el grosor del labio, pero te piden lo justo para quedar bien, sin estas exageraciones ridículas. Por eso han aparecido estas cirugías mínimamente invasivas, pequeños toques de mantenimiento, nunca deformantes.
–¿Qué tipo de conflictos provocan los toques que modifican un rostro hasta volverlo extraño?
–Pasa eso, sí. En los Estados Unidos hubo incluso demandas para estos cambios de identidad, cuando el paciente salía de una operación, se miraba al espejo y no se reconocía.
–Además éste es el tema de la serificación: acá tenemos varios casos de extrañas semejanzas entre, por caso, una ex primera dama y una figura de la revista...
–Sí, se trata en general de figuras ligadas al espectáculo, a la figuración, personas que tienden a volverse caricaturas de sí mismas al pasar los años. Pero estamos hablando de un extremo que no es de las personas normales y corrientes con sentido estético. Fíjate que esta cirugía, realmente estética, condice con una época en que la expectativa de vida se ha alargado. En que una mujer de 50, 60 años se siente joven, activa, en plenitud. Y si lo desea puede refrescar sus facciones sin renunciar a su identidad.
–Localmente, se ejerce mucha compulsión desde los medios a la cirugía estética, el implante, la lipo. Si no te operás, es que no te querés, parece ser el lema.
–Sí, ciertos profesionales en el afán de que su negocio prospere envían este tipo de mensajes. A mí personalmente me llama la atención el acento tan puesto en las bocas, que se intensificó los últimos cinco años. Pero si tú supieras la gente que me dice que no quiere parecerse a Esther Cañadas, la modelo española. No creo que Moria Casán se vea preciosa con esa boca. Por cierto, la boca es considerada un elemento erógeno, pero ¿cuál es la idea al ponerse una boca africana? Porque si lo eres, magnífico, combina con tus rasgos. En cambio, si respondes a otra tipología física, es absurdo. Incluso, afecta la fotogenia porque se produce un desequilibrio en la zona donde se supone que lo prominente es la nariz. Y también es verdad que el exceso quita movilidad a los gestos de la boca. Yo, que he operado a tantas actrices, suelo avisarles que tengan cuidado con la toxina botulínica, que puede ser efectiva en gente de expresión contraída de otros oficios, a un intérprete le quita expresividad.
–¿No te parece que hay caras bellas con arrugas como las de Vanessa Redgrave o Jeanne Moreau?
–Sí, claro. Es que a mí no me molestan nada las arrugas. Como cirujana, soy mínimamente invasiva, hago trabajos muy pequeños que sólo cambian el sentido de las arrugas. Lo que puede no gustarme es cierta expresión de tristeza, de fatiga, que se puede aligerar con las líneas más hacia arriba. Te aclaro que no saco nunca todas las arrugas a los pacientes, creo que resulta más natural tener algunas. No me parece bien que la gente se borre su historia. Sé de casos de pacientes con serios problemas porque luego de operarse se ven lindos pero no logran reconocerse. Y eso no tiene vuelta atrás. Conozco a un grupo de psicólogos que trabajan con esta problemática y sé que ciertos pacientes empiezan a sentir hasta dolor físico en la nariz, en la frente... Es cierto que hoy podemos hacer casi cualquier cosa, modificar una cara. Pero no creo que ése sea el deseo de la mayoría. Es fundamental que el cirujano se dé el tiempo y la molestia de interpretar lo que el paciente realmente quiere y no imponerle nada. Creo que justamente porque tenemos todas esas posibilidades debemos ser especialmente cuidadosos, desde luego no buscar nunca el lucimiento personal. Creo que acá, al igual que en Chile, no hay leyes que delimiten responsabilidades, por lo tanto hay gente que se toma atribuciones que no corresponden. Y como es una cirugía muy publicitada –porque nadie promueve operaciones de vesícula o apendicitis–, se la suele tratar frívolamente, como si fuera algo menor, sin consecuencias. Y no es así: son operaciones con todos los riesgos de una cirugía. De verdad, creo queen estética, nadie “debe” operarse, creo que los cirujanos debemos operar al paciente que, por las razones que sean, lo necesita. Hay que ver cada caso. Pero, si aparte de otros problemas de tu vida, te molesta realmente una arruga como para entrar a la sala de operaciones sana y buena, y con todas tus facultades tomas la decisión de correr el riesgo de pasar por algo que te va a doler, que requiere anestesia y demás, y a pesar de todo eso, tomas la decisión y la mantienes, es porque de veras la arruga te molestaba mucho.

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