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Viernes, 19 de abril de 2002

MUESTRA

Coquetería mapuche

Una exhibición en la Fundación Proa de joyas y textiles mapuches, bautizada “Hijos del viento”, permite internarse en ese universo austral en el que la plata, más que para acuñar monedas, servía para embellecer a las mujeres.

 Por Victoria Lescano

El centenar de joyas de plata, cuentas y textiles mapuches de la colección Jorge Pereda bautizada “Hijos del viento” que la Fundación Proa exhibe durante abril no sólo ilustra una antigua leyenda que afirma que, luego de una pelea con el sol, las lágrimas de la luna tomaron la apariencia de plata: sirve como guía de usos y costumbres femeninas de la población mapuche del 1800.
El elegante montaje de cajas negras diseñado por el especialista Horacio Pigozzi y la documentación que acompaña a cada pieza es digna de célebres museos del traje –respetan la cláusula “prohibido sacar fotos” que defienden los cancerberos del Musée de la Mode del Louvre o los tesoros de época del Victoria & Albert Museum, y el visitante se marcha con un folleto muy informativo–.
Además de acentuar la coquetería extrema de las pobladoras de la Patagonia y Chile ya con tapawes (tocados femeninos favoritos de las pehuenches a comienzos del siglo XIX), trarilonko (diademas que ciñen la cabeza) y nitrowes (cintas tejidas cubierta de casquetes de plata que solían contener las trenzas enrolladas de las mujeres más ricas), además incursiona en otras artes más desconocidas, como las chaquiras, tejidos con cuentas de vidrio multicolores aptos para construir cofias, gargantillas y rematar peinados.
También se pueden apreciar variaciones sobre pinches de la familia del tupu confeccionados con láminas de plata martilladas y ornamentados con cruces, círculos o flores y los punzones que cumplían la función de sostener prendas, contemplar los pectorales, esas joyas-armadura de plata con terminaciones de campanitas y cascabeles que dejan cualquier intento de algún diseñador moderno de recrear el estilo de antiguas etnias reducido a un fiasco.
“Mi padre no pretendió hacer una colección, simplemente se fascinó con los objetos y los atuendos femeninos de la cultura mapuche que descubrió a los 17 años en un viaje que hizo a la Patagonia. Yo me crié allí y siempre tuve mucha cercanía con estos atuendos”, cuenta Teresa Pereda, artista plática y curadora de la muestra.
Hace ocho años que dedica buena parte de su tiempo a la clasificación sistemática de las piezas y a darle formato de colección junto a la especialista en textiles e historia de la joya Isabel Iriarte. Reunidas en la casa-estudio de Isabel, donde muchas de las obras reproducen retratos y testimonios de descendientes de aborígenes de distintos puntos de la Argentina, ambas se refieren a los resultados de su investigación. Cuentan que los aros cincelados en plata abundan en el inventario y que entre las últimas adquisiciones figuran ponchos aportados por la nieta de un geólogo francés que trabajó en la región. También admiten que el respeto de esas simbologías les impide adornarse para asistir a reuniones mundanas con cualquiera de las joyas con que conviven a diario.
–¿A que época pertenecen las piezas?
–La observación de los objetos por desgaste, tipología y ley del metal nos permiten decir que todo lo que está exhibido pertenece al siglo XIX. Sabemos que en la segunda mitad de 1800 hubo un auge económico en el desarrollo de estas sociedades y circularon monedas de plata que quedaron reflejadas en muchas de las piezas. Hay una gargantilla con un botón de un uniforme militar argentino y otra con una moneda chilena de 1867; esto implica que a pesar de las nacionalidades, en lo que se llamaba la tierra adentro, transitaban con total libertad y emoción a pesar de que la moneda no les servía como tal sino que la convertían en joya. Es maravilloso ver lo poco que les importaba el uso que los blancos daban a los objetos, usaban monedas de plata, que lijaban, y también dedales. En nuestra investigación encontramos testimonios fantásticos de su relación con la ropa, les gustaban los uniformes, pero ese gusto iba más allá de que fueran símbolos de poder del blanco, les fascinaba la sastrería, que tuvieran cierto corte y llevaran puños. Un testimonio de Francisco Perito Moreno sobre una mujer que en lugar de llevar la manta tradicional se había vestido muy feliz con un mantel verde con flores amarillas confirma esa teoría.
–¿El adorno alcanzaba su máxima expresión en los rituales?
–Evidentemente, el gran despliegue de joyas estaba ligado a ocasiones especiales de tipo ritual o a reuniones formales como las que reflejan los testimonios de viajeros blancos que visitan a los grandes jefes. Nos parece muy representativo el fragmento de Una excursión a los indios ranqueles, en que Mansilla da cuenta de su encuentro con Ramón Platero, habla de cómo los hijos y las esposas de los caciques se adornaban ante los visitantes de otra cultura. Allí hace mención a que su familia gastaba lujo, ostentaba hermosos prendedores de pecho todo de plata maciza y pura, cincelada por el propio Ramón junto a mantas de ricos tejidos pampas y hace hincapié en la hospitalidad del cacique joyero, quien le ofreció su taller para dormir, una comida abundantísima y a las mujeres pintadas, adornadas y sonrientes. Como demuestran varios dibujos, allí el espejo eran las demás mujeres, aunque también iban a contemplarse en los charquitos. Las cofias de chaquiras que en la muestra aparecen en movimiento fueron usadas en la cordillera neuquina y su contrapartida en el lado chileno, con vientos de 100 km por hora con mucha frecuencia. Fueron enhebradas en tendón animal de avestruz y guanaco y cada una está formada por 8400 cuentas de vidrio. La conservadora textil que participa en la muestra nos comentó que se desveló buscando agujas indicadas, que las extremadamente finas que ella usa habitualmente tampoco servían.
–¿Cuáles son los temas que reflejan los textiles mapuches?
–La tradición textil mapuche tiene un alto nivel de complejidad en la labor manual, el proceso mental y la ausencia de ayudamemorias. Se los puede ubicar entre las tradiciones de tejidos andinos, hacían piezas únicas y entre ellos no existe la idea de tela. Además el tejido fue un soporte para expresar símbolos e imágenes; lo curioso son los procesos de deformación en términos plásticos. En la muestra aparecen fajas de tres metros y medio que, si las recorrés de arriba hacia abajo, se van modificando y se vuelven muy abstractas.
–¿Qué zonas corporales se enfatizaban mediante el adorno?
–La cintura era muy importante de enmarcar, cuando se ponían sus vestimentas negras las fajas tejidas cortaban esa continuidad. Los cinturones son muy interesantes porque son vistos desde fechas muy tempranas, son anteriores a la platería y hasta fechas muy tardías porque el testimonio del Perito Moreno de 1870 sobre la indiecita vestida con el mantel también describe su cinturón. Es de rigor mencionar que tenían una noción integral del cuerpo y no sólo frontal como el nuestro; el cuidado en la nuca, las trenzas y la espalda hablan de una concepción del espacioy tiempo que maneja el ajuar y que cuando ellas se movían convertían en un objeto tridimensional. Al mismo tiempo ese movimiento de aros y pectorales produce un sonido que en muchos de los rituales lleva al éxtasis. El hecho de que las mujeres estuvieran vestidas con prendas que emiten sonidos permite hablar de un segundo vestido y esa segunda ropa sin dudas les llevaba mucho más tiempo de producción y responde a una simbología más profunda que el adorno.
–¿Cuándo aparecieron las chaquiras o construcciones con cuentas de
vidrio?
–La producción fue anterior a la platería, convivió con ella, pero la platería la fue desplazando. El arte de las chaquiras, a diferencia de la platería, estuvo hecho exclusivamente por mujeres, muy relacionado con los tejidos. Las estructuras son puramente textiles y de ellas surgieron construcciones impresionantes con forma de cofias o gargantillas. Algunas mujeres se ponían más de veinte vueltas de cuentas en el cuello y los tobillos y también envolvían las trenzas y las remataban con campanitas y dedales que daban sonido. Así como la joya era un bien de cambio, lo mismo pasó con la chaquira, cuyo valor era equivalente al de tres vacas. El testimonio del alemán Paul Treller, quien pasó por la región en 1851, cuenta que un platero recibía como paga la mitad del peso de plata de la prenda que había hecho.
Mientras que las mujeres estuvieron envueltas en reflejos de plata con piezas en la cabeza, el pelo, las orejas, el cuello y el pecho y sus caballos no estuvieron ajenos a exceso de ornamentos, las prendas masculinas de plata se limitaron a un aro solo muy grande y un anillo.

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